Capítulo XLI

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Un mes después...

«Cuando ya seas una perfecta sirvienta... quiero que después seas mi perfecta condesa».

―¿Kath? ¿Katherine? ¡Katherine!

Volviendo de revivir los recuerdos de la última noche que pasó con Nathan, Kath miró a Sofía. No se percató de que estaba tan distraída en sus cosas que se había quedado de pie plantada ante uno de los muebles del salón principal, el cual tenía que limpiar el polvo.

Esa distracción hace que se avergüence e intenta seguir con su tarea. En lugar de enfadarse, Sofía la disculpa dando un suspiro hondo con las manos a la cintura.

―¿Por qué estás tan distraída? ―preguntó con interés. Ya casi nunca la trataba con la dureza y disciplina con la que trata a sus empleadas―. Hasta ahora siempre te has centrado en tus tareas puntualmente. ¿Es el tobillo acaso? Quizás deberías tomártelo con más calma.

―No es nada de eso, de verdad. Estoy bien. No volveré a despistarme.

―Esta bien. Te doy la palabra ―dijo Sofía conforme―. El amo nos ha informado de que un pariente suyo va a venir de visita pronto. Todo debe estar perfecto para cuando llegué.

―Descuida. Lo estará.

Sofía asintió satisfecha. ―Cuando termines aquí, limpia las demás salas. Después te encargas de preparar la habitación de la ala oeste, la más soleada.

Kath asintió antes de que Sofía se retirará del salón para dejarla seguir limpiándolo todo hasta dejarlo brillante y luminoso. Ella no podía permitirse más distracciones y estar ocupada impedía esos pensamientos excitantes de las que no debía pensar mientras trabajaba. No quería decepcionar a Sofía y mucho menos a Nathan.

Pero era pensar precisamente en él y automáticamente recordaba esa frase. Y se ruborizaba.

«¿Ser su perfecta condesa?» Se preguntó ella «¿En serio quiere eso de mí?»

Unas horas después, Kath terminaba con sus tareas saliendo de la habitación preparada de invitados. Estaba sumamente agotada. El tiempo de reposo que tuvo que hacer por el tobillo roto y las heridas en las plantas de sus pies le pasó factura. No estaba tan en forma como antes. Tendría que recuperar el tiempo perdido.

Aún así, quería estar ocupada para no pensar en lo acontecido la semana pasada; la repentina actitud de Jon en el almacén. Desde aquella vez que no le había vuelto a ver, y así lo prefería. Seguía enfadada con él por sus acciones, y esperaba que él estuviera avergonzado.

Estaba por bajar a la cocina a tomar un poco de agua cuando Sofía la interceptó en la puerta.

―Kath, ¿ya has terminado? ―preguntó, la chica asiente―. Bien. El Amo Nathan desea verte.

Al escuchar eso Kath se paralizó un instante. ―¿Ahora?

―Sí, señorita. No le hagas esperar y ve a su despacho de inmediato.

Nerviosa Kath se dirigió al despacho en el primer piso sin más dilación. Al subir por la escalera notó una ligera molestia en el tobillo debido a la falta de ejercicio. No estaba dispuesta a volver a guardar reposo, pero de todos modos se aplicaría el ungüento muscular cuando se retirará.

Una vez cruzó el pasillo llegó a la puerta doble, y con los nudillos llamó dos veces.

―Adelante.

La voz de su amo hace que le dé un vuelco al corazón, tragó saliva y entra con la cabeza alta y firme. Al verla, Nathan no duda en mostrar una sonrisa agradable. Kath fue capaz de ver lo que había bajo esa sonrisa forzada; algo había molestado mucho a Nathan, pero en su presencia lo disimuló.

La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora