Capítulo LII

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Kath estuvo a punto de hablar, pero al final calló. Nathan se echó hacia atrás hasta tener la espalda en el respaldo de su sillón y cruzó los brazos, esperando a que ella hablara de una vez.

Esa postura intimidó a Kath, pero aún así no pensaba confesarle sus más oscuros temores.

―Le agradezco que se preocupe por mí y que me haya defendido en múltiples ocasiones de hombres violentos, pero no tiene por qué...

―Responde a mi pregunta ―exigió él sin dejarla terminar, sonando tan duramente que ella se estremeció―. Algo que dice que esa agresión no la has superado como dices. Y qué hay algo más.

Kath se puso aún más nerviosa, y se puso en pie sin mirarle.

―Amo, por favor...

―¿A pasado algo más que te haga estar así? ¿Algo que deba saber pero que no me has dicho?

Kath entendió que era imposible ocultarle nada a Nathan por mucho tiempo. Pero tenía miedo de confesarle que su primo los había estado espiando. A saber de lo que haría al saberlo. Y también sobre sus sueños... sobre sus deseos oscuros.

―¿Kath? ―preguntó él. Ella no se percató de que él se había levantado, rodeado la mesa y acercado hasta estar ante ella, cuerpo contra cuerpo―. ¿Qué ocurre? Dímelo, por favor.

Él puso una mano sobre su mejilla, y ella quiso refugiarse en ese tacto tan querido y añorado, pero enseguida recuperó la sensatez y apartó esa mano de la forma más respetuosa posible.

―Se preocupa en balde, amo ―dijo ella mirando a cualquier lugar menos a él―. Debe ser cansancio acumulado, nada más. No se preocupe más por mí, se lo ruego.

―No me pidas imposible, Kath. Por favor...

Para desagrado de Nathan llamaron a la puerta, y él dio permiso entre dientes. Era Sofía.

―Siento molestarle ―dijo ella desde la puerta―. El señor Robinson le está esperando en el salón para hablar de negocios. Dice que no se irá hasta hablar con usted.

«Ese Robinson... Mira que es inoportuno él y su maldito ganado», pensó Nathan molesto.

Tanto Sofía como Kath vieron que a Nathan no le gustaba ese hombre que le esperaba.

―¿Le digo que se vaya? ―preguntó Sofía, queriendo quitarle preocupaciones a su señor.

―No ―negó él con resignación―. Llevalo al salón. Enseguida voy. Gracias.

Sofía hace una reverencia y se marcha, dejándolos de nuevo a solas.
Kath pudo notar la mirada disimulada de Sofía sobre ella. Luego tendría una bronca.

Una vez solos de nuevo, Nathan se centró en Kath. La vio allí de pie. Apenas le miraba y apenas antes había tomado un pequeño sorbo de agua. Estaba muy preocupado por ella. Eso hizo que no lo aguantará más y se acercara a ella para cogerla de la barbilla y plantara un suave beso en sus labios. Ella se sorprendió pero no se apartó, y aún menos al verle con esa mirada preocupada.

―Si no fuera por Robinson, ahora podría estar aquí contigo indefinidamente.

―Amo Nathan...

Él la hizo callar con su dedo índice sobre sus labios.

―No es así como debes llamarme cuando estamos a solas ¿recuerdas?

Ella se ruborizó, esta vez con mariposas en el estómago, feliz de ese detalle suyo.

-Sí... Nathan.

Nathan pudo ver esos breves momentos de amor y pasión en ella, pero desaparecieron siendo sustituidos por esa timidez y temor que la rodeaba desde anoche. Algo le había hecho cambiar de opinión sobre su relación, y él pensaba averiguarlo como fuera y tenerla de nuevo como antes.

Pero antes tenía un asunto que atender. Y para que esa molesta reunión fuera más llevadera, no dudo en tomar el néctar que más lo ayudaba en momentos de tensión y malestar. Volvió a cogerla, pero esta vez con ambas manos y besarla de forma más intensa y apasionada.

Ella ante aquello quiso apartarse, ruborizada y con el corazón a mil.

―Amo...

Él no la dejó hablar. Aprovechó que ella abrió la boca para meter la lengua y así volverla loca, como él sabía hacer. Y así fue. Ella ante esa invasión tan conocida fue incapaz de resistirse y se agarró a sus ropas con desesperación, entregándose a él como ya habían hecho otras veces.

El beso se fue volviendo más y más intenso. Ambos deseaba quitarse la ropa el uno al otro. Kath sabía que debía detenerse, pero él no la dejó, y aún menos cuando una de sus manos pasó a agarrarla de la cintura para acercarla más a él, pegando su pecho contra el de él, sintiendo sus latidos.

Justo cuando ella temía que estaba totalmente rendida a él, Nathan se apartó. La miró a los ojos.

―Se que algo me ocultas. Y pienso averiguarlo a toda costa. Con todos los medios posibles.

Ella lo miró embobada y embelesada por el beso ardiente, y entonces notó como él la besaba en la frente. Entonces pasó por su lado para ir hasta la puerta y abrirla.

―Puede ir a hacer sus quehaceres, señorita Jackson. La veré esta noche.

Kath entendió a la primera esa última frase. Él la quería en su dormitorio esa noche, como cuando la llamó la primera vez para tenerla en su cama. Con la cara, el cuello y el escote rojos como cerezas, ella se marchó con la cabeza baja, ocultando su rubor inútilmente.

Cuando se marchó, Nathan se rió y también salió del despacho cerrando la puerta.

* * *

Cuando Kath entró en la cocina buscando a Sofía, una de sus compañeras sirvienta le dijo que Sofía quería que fuera a verla a su habitación privada de inmediato. Aquello no era buena señal.

Sofía jamás la había llamado para que fuera a su habitación, y por lo que le dijo su compañera, eso era signo de que pensaba darle una bronca por algo mal hecho. Eso hizo temblar a Kath. No sabía de nada que hubiera hecho mal. Había cumplido con cada tarea ordenada, y Sofía se había mostrado muy cariñosa y dispuesta con ella, como una hermana mayor en vez de su superior.

Por un instante, Kath temió que ella hubiera descubierto su romance con el amo Nathan.

¿Era eso? ¿Ella los había visto y quería una explicación? ¿O acaso... pensaba echarla?

¡No! ¡Por favor no! Pensó ella alterada como nunca. No quiero separarme de Nathan.

Ese pensamiento la dejó paralizada. ¿No quiero separarme de Nathan? ¿Y mi sueño de ser una Perfecta Sirvienta como mamá y la abuela?

Ella ya no tenía tan claro lo que deseaba ahora. Todo había cambiado desde que llegó. Ya no estaba segura de nada. Ni de sus sueños. Ni de su corazón. Ni de ella misma. No se reconocía.

Pero de una cosa estaba segura; amaba a Nathan a pesar de todo lo vivido y sufrido. Lo amaba y él la amaba a ella, o eso le decía siempre. Y además estaba el tema de que él quería hacerla su Perfecta Condesa. El solo recordar eso la emocionaba y aterraba a partes iguales. Estaba confundida.

Con ese lío en la cabeza, ella llegó a la habitación de Sofía, que era la primera puerta del pasillo del piso inferior, la zona del servicio. Nerviosa, llamó a la puerta.

―Adelante.

Kath abrió la puerta y entró. La habitación de Sofía era igual de humilde que el de ella, pero bien limpia y ordenada, como la propia Sofía. Esta estaba sentada en la silla que tenía ante su mesa de escritorio. Estaba sentada de cara a ella, esperándola.

―Te esperaba ―saludó Sofía. Luego señaló otra silla frente suyo―. Siéntate, por favor.

Kath no la hizo esperar y se sentó, disimulando sus nervios como mejor sabía.

―Me han dicho que quería hablar conmigo urgentemente.

―Así es ―afirmó la mujer entrelazando los dedos de las manos sobre su regazo antes de hablar―. Quería hablar contigo sobre algo que me tiene sumamente preocupada.

Kath parpadeó desconcertada. Temía que pudiera ser eso.

―¿Sobre qué?

―Sobre su affair con el amo Nathan, Katherine. De eso quería hablar.

La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora