Capítulo XXVI

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Un sol radiante salía por el horizonte. A primera hora de la mañana, la joven Bárbara estaba recién vestida con su vestido nuevo, el que supuestamente recogió Katherine antes de ser secuestrada por el Marqués Josef Cortés.

El solo pensar en la tortura que debía estar recibiendo esa chica le daba pura satisfacción. Estaba ante el tocador, echándose su colonia nueva tras las orejas, cuando de repente la puerta de su habitación se abre en par de forma brusca y violenta.

Asustada se pone en pie y ve a su prometido con un enfado enorme en su rostro.

―Pero, ¿qué formas son esas de entrar en la habitación de una dama? ¡Soy tu prometida! ¡Un respeto! ―se quejo ella alarmada, con la mano en el pecho.

―¿Respeto? ¿Tu me hablas de respeto? Je, tiene gracia ―dice Nathan con burla y diversión. Bárbara no entiende nada―. Es curioso que digas eso, cuando precisamente tú ―exclamó señalándola con el dedo índice― la que mandó a Katherine a ese bosque para que Josef y sus hombres se la llevarán.

―¡¿Cómo dices?! ¡¿Me estás acusando de algo tan horrible?! ―preguntó ella alarmada, pero también tensa y nerviosa. Se da la vuelta ignorándolo―. Estás loco...

―¿En serio? ¿Tu crees? ―pregunta él con vacilación, acercándose a ella hasta estar pegado a su espalda y agarrándola por el cuello con una sola mano, apretando levemente. La joven se alarma e intenta soltarse―. Puede que tengas razón. Pero eso no justifica tu traición, Bárbara Santander.

―Yo... ¡No te he traicionado!

―Tu querido mayordomo lo acaba de confesar, querida. Lo ha confesado todo ―dijo Nathan en su oído. La chica queda paralizada del asombro que recibe―. Deberías aprender a usar a personas que no tengan remordimientos para hacer el trabajo sucio, querida.

―Nathan, escúchame por favor. Te juro que yo no...

―Demasiado tarde para excusas baratas, zorra caprichosa ―dijo Nathan, hecho una furia―. Vas a pagar por tu traición... en este mismo instante.

Acto seguido, Nathan arrastra a Barbara hasta la cama y allí la tira de cara al colchón, sin dejar de sujetarla por detrás y subido a la cama con ella. Entonces, con una mano sujetando el brazo a la espalda para tenerla quieta, utiliza la otra mano para subirle la falda de su fino vestido mientras le acaricia la piel suave y rosada muy lentamente. Bárbara se estremece con eso.

―Na-Nathan... ¿Qué vas a...? ―pregunta ella, asustada, temerosa de lo que su prometido pensaba hacerle en ese momento.

―A pesar de estar casado con una mujer preciosa a quién ama con locura, Josef Cortés es muy conocido por sus juegos; ¿sabes cuales son esos juegos, querida? ―preguntó Nathan, inclinado sobre ella para hablarle al oído―. Abusar de mujeres en orgías con sus lacayos. Las violan una y otra vez, hasta dejarlas al borde de las desesperación, hasta el punto de desear morir con tal de quitarse esa vergüenza y dolor de su ser ―Bárbara tiembla al escucharle, incapaz de hablar―. Sus presas siempre son las mismas; sirvientas de gente rica que le desafía, como yo. Las secuestra cuando están solas y desprotegidas y se las lleva a un desconocido lugar donde son violadas por todos los esbirros de Josef. Pero sobretodo son violadas primero por él. Siempre.

Bárbara es incapaz de detener las lágrimas que fluyen de sus ojos. ―¿Qué intentas decirme con todo eso? ¡No entiendo nada!

―Bueno, si es verdad que Josef tiene a Kath por tu culpa, es justo que sufras lo mismo que está sufriendo ella en estos mismos instantes ¿no te parece?

Al oírle Bárbara puso los ojos como platos, aterrada y asustada, y forcejeó para liberarse.

―No... ¡No te atreverás a hacerme eso! ¡Soy tu prometida! ¡Ella es una simple sirvienta que no ha sabido tenerme respeto!

La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora