Capítulo X

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Una semana después...

Ha pasado una semana más desde que Katherine Jackson entró en la Mansión Sullivan como sirvienta del Conde Nathan Sullivan.

Toda la ciudad la conoce y la recibe con una sonrisa. La joven sirvienta muestra siempre su más radiante y dulce sonrisa ante los comerciantes y amigos que poco a poco hace.

Pero en las sombras, todas las noches en la mansión... esa sonrisa radiante y dulce cambia por una llena de lágrimas y placer por el amo que la hace gozar por capricho propio. Kath desea ser una perfecta sirvienta para su amo Nathan, por ello se deja hacer lo que sea, aunque en ello pierda su dignidad, su orgullo, y su libertad. Ella admite en su interior que ama a su amo, por ello puede tolerar tales tratos en la intimidad cada noche que él desea tenerla en su lecho o donde quiera que sea.

Katherine no tarda en acostumbrarse a todo, no obstante, la relación entre ambos no pasa tan inadvertida como pensaban; Sofía los había descubierto a ambos haciéndolo en el estudio. La mujer se sentía frustrada por el trato que tenía su amo por esa novata de sirvienta.

Pero no podía criticarle por ello, no estaba en su derecho hacerlo. Su amo era libre de hacer lo que quisiera en su casa y con la servidumbre, era frustrante para ella como el amo la prefirió por encima de ella, era intolerable que le estuviera dando ese trato especial a una novata, pero debía callar.

Durante tres días seguidos hubo abundante lluvia para los campos y animales de Sullivan era satisfactorio, pero tanta agua no era tan buena... Aun así, el amo Nathan estaba tranquilo, había tomado medidas para proteger sus campos hasta de la peor tormenta, así que podía estar tranquilo y dar gracias a los esfuerzos de sus trabajadores que siguieron sus instrucciones.

Jon fue el que más trabajó, acabó lleno de barro y suciedad, pero quedó satisfecho y contento de terminar antes de la noche. Ese día, el cuarto día que la lluvia no cesaba... Todo estaba deprimente y silencioso además del golpeteo del agua sobre la superficie. Las nubes negras en el cielo hacían que el día pareciera más oscuro, casi de noche, y por tanto más tenebroso para los asustadizos.

Una de esas personas era Kath, que en esos momentos miraba el oscuro cielo nublado por una de las ventanas de la mansión. La joven tenía entre sus manos el plumero para quitar el polvo, lo sujetaba con mucha fuerza, tiritando de miedo por el tiempo y el frio.

Tan pendiente estaba de esa fuerte lluvia que no notó ni oyó que alguien se acercaba a ella mirándola asustada e inquieta.

—¿No deberías estar limpiando el polvo en lugar de distraerte con la lluvia, Kath?

—¡WUAAH!

La joven se da la vuelta sobresaltada y pegándose a la ventana con el corazón en un puño. El plumero se cae al suelo entre ella y la persona que le habló por detrás. Sorprendida vio que no era otro que su amo Nathan, estaba sonriendo satisfecho por el susto dado.

—¡A-Amo Nathan!, ¡No me de esos sustos, por favor! —rogó ella enojada y dolida—. No debería dar esos sustos a la gente, y menos en lluvias tan tenebrosas como estas.

—Lo siento, no he podido evitarlo... Viéndote así no pude privarme de asustarte —confesó él divertido y sarcástico. Kath puso mala cara y aguanto las lágrimas del susto—. ¿Tanto te asusta la lluvia? No puede hacerte nada aquí dentro.

—Ya lo sé, pero... Desde niña le tengo miedo a estas lluvia tan oscuras y duraderas —admitió ella cabizbaja. Nathan la miró atento—. Siempre he creído que en estas lluvias pasan desgracias; una vez cuando era niña, la lluvia provocó riadas y derrumbes cerca de mi pueblo... Muchas personas murieron.

—Vaya, un relato triste —dijo Nathan sorprendido e interesado—. Entonces tienes buenos motivos para estar asustada.

—Perdone que le haya gritado antes, señor —se disculpó ella haciendo una reverencia, luego recogió el plumero—. Y tiene razón; debería estar limpiando el polvo.

La sirvienta estaba por ir a una de las estanterías de libros para quitar el leve polvo, pero entonces, para su sorpresa, unos fuertes y protectores brazos la rodearon entera, dejándola petrificada y dejando caer de nuevo el plumero de su mano.

Su amo Nathan la estaba abrazando desde detrás. No era uno de sus típicos abrazos de seductor antes de hacerle el amor, era uno tierno y sincero. Expresaba inesperada preocupación y tristeza por ella. Era algo insólito para ella, pero la emocionó y disfrutó de ese momento.

—Amo... Nathan.

El moreno abrió los ojos sorprendido, y bruscamente se apartó de ella totalmente asustado y confuso por haber tenido ese impulso. Kath lo miró y vio que no sabía por qué hizo lo que hizo. Le vio con la mano sobre su rostro, pensando el porqué de sus actos. Entonces, la miró ella y volvió a mostrarse como siempre, serio e impasible. El joven conde se dio la vuelta para marcharse apresurado.

—Cuando acabes de limpiar esta habitación, habrás terminado por hoy —dijo él serio y frio.

—¿Eh? Pero...

—Luego, ven a mis aposentos —continuó él desde la puerta abierta, la miró de reojo. Ella se estremeció—. Sofía tiene el día libre. Ya que la lluvia impide que podamos sembrar más cultivos. Así que estamos... solos en la casa.

Kath miró a su amo con sus ojos brillando ante ese pensamiento. Nathan le muestra una leve sonrisa antes de desaparecer en el pasillo, dejándola sola con sus tareas. La joven de pelo castaño estuvo ahí, de pie sin hacer nada, solo pensar con la mirada perdida y sus mejillas levemente sonrojadas de ilusión.

Al notar su parálisis, sacudió su cabeza con fuerza, quitando esos pensamientos. Céntrate, Kath ¡Céntrate en tu trabajo!, se decía a sí misma con dureza, cabizbaja y con los ojos cerrados. Ya sabes que él no puede sentir nada por ti... Es tu amo y señor, y tú una simple sirvienta recién llegada que puede utilizar cuando quiera. Así era esa era la cruda realidad. Ella era la nueva sirvienta de la Mansión Sullivan, casa donde vivía el Conde Nathan Sullivan, único descendiente vivo de su familia y por tanto dueño y señor de todas las tierras que había alrededor de esa mansión.

Solo llevaba una semana trabajando allí, pero le había pasado de todo. Nada era como ella esperaba, pero supo aceptarlo. Con eso en mente, la joven sirvienta regresó a su tarea para acatar la nueva orden de su amo para ese día.

Era sirvienta, pero también humana. No pudo evitar ruborizarse un poco y sentir nerviosismo por lo que haría cuando fuera a verle a su habitación privada.

La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora