Capítulo LXXIV

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Nathan escuchó como Katherine caminaba hacia la puerta, alejándose más y más de él. Cada paso que escuchaba a su espalda era como una apuñalada mortal en su corazón, quitándole el aire. Las cosas que le había dicho habían sido duras, crueles, pero habían sido por un buen motivo: alejarla de él para que se fuera sin temor a que fuera infeliz sin él.

Era lo correcto. Debía dejarla marchar en paz con su familia y que viviera su final feliz.

Pero, ¿y él qué? ¿Acaso no se merecía un final feliz también? ¿No se lo merecían los dos?

Entendía que el duque quisiera recuperar a su hija. Él hubiera dado lo que fuera por recuperar a sus padres muertos, pero nadie es capaz de traer a los muertos, y por ello él quería que Katherine se fuera con sus padres y los conociera, a sus padres de verdad y tuviera la vida que le robaron al nacer.

Pero eso también podría tenerlo a su lado como su esposa, como la madre de su futuro hijo.

¡Dios, al infierno con todo!

Cuando Katherine, con el corazón encogido y llorando de pena y dolor, estaba a punto de tocar el picaporte de la puerta, sintió como unos fuertes y conocidos brazos la rodeaban entera, pegándola a un pecho cálido, musculoso y conocido. Aquel gesto inesperado la sorprendió de muchas formas, pero al poco sintió que su corazón volvía a latir y que podía respirar, como si antes le hubiera faltado.

Sintió como Nathan apretaba un poco más con sus brazos mientras su frente estaba apoyada sobre uno de los hombros de Katherine. Ella lo sintió pegado tras de si, como si él temiera no estar lo bastante cerca de ella.

-¿Nathan...?

-Lo siento -murmuró él, sonaba desolado, destrozado por sus palabras de antes-, sé que debería dejarte marchar, pero... no puedo -confesó, liberándolo todo-. Siento haberte dicho todas esas cosas, creía que así te sería más fácil marchar, pero soy incapaz de hacerlo. No te vayas. Quédate conmigo, por favor. No me dejes solo.

Esas palabras tan sinceras y tristes llegaron a Katherine con toda su fuerza. Ella echó la cabeza atrás hasta apoyar la cabeza en el hombro de Nathan, apoyándose entera sobre el pecho de él, sintiéndose aliviada de escucharle. Lloró de nuevo, esta vez de alivio y felicidad.

-No pienso irme a ninguna parte.


Durante unos instantes ambos estuvieron abrazos ante la puerta sin moverse, pero al poco tiempo Katherine sintió los labios húmedos de su amado besando su piel desnuda del hombro, y ella como respuesta acaricio su melena oscura con una mano, animándolo a seguir.

Con esa invitación Nathan fue a más, y ella no se quedo atrás.

Las manos grandes y ardientes de Nathan se deslizaron por el cuerpo de Katherine, haciéndola entrar en calor aunque esa noche no fuera en absoluto fría. Sintió como él acariciaba sus senos por encima del camisón y luego por debajo, apretando sus pezones, haciéndola gemir en alto, deseosa de más. Esas manos también acariciaron su vientre, apenas hinchado por su embarazo, y descendieron por sus muslos mientras él se ponía de cuclillas dejando un rastro de besos por su columna vertebral. Él volvió a subir cuando sus manos agarraron el borde del camisón y empezar a subirlo, mostrando el tesoro que tantas veces él había saboreado y contemplado y que no se cansaba de ver.

Katherine subió los brazos sin que Nathan se lo dijera y enseguida estuvo desnuda de espaldas a él, sintiendo los ardientes dedos de su amante en su piel, ansiosa por sus conocidas atenciones.

-No deberíamos estar haciendo esto -siseó Nathan a su oído, mordiendo ligeramente el ovulo-, tus padres...

-Ni se te ocurra parar ahora -ordenó ella girando la cabeza para mirarle-, solo estamos tú y yo. Nada más importa.

La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora