Agotada y entumecida por la excitación y el deseo finalmente saciado, Kath se quedó inmóvil en la cama, tumbada de lado, mientras dejaba que Nathan la limpiará un poco entre sus piernas y luego la cubriera con las mantas.
Seguía con sudor en el cuerpo y con las mejillas rojas acompañadas con unos jadeos pausados. Poco a poco recuperó el aliento y el control de su cuerpo. Todavía faltaba un rato hasta que llegará el doctor, así que podría descansar y estabilizar su ritmo para que el hombre no viera nada extraño.
Mientras, Nathan contempló a la mujer tenida en la cama, complacida tanto o más que él.
―Dejemos lo mejor para esta noche, querida Katherine Jackson ―dijo él alzándole la barbilla―. Hasta entonces, procura descansar.
―Amo Nathan, yo...
―No quiero que lamentes lo que tenemos, por favor ―pidió él, apartando un mechón de pelo de su rostro. Ella lo miró sorprendida, ya que eso era lo que pensaba―. Me alegra saber que conmigo no tienes miedo de revivir lo que esos cabrones te hicieron. Que tal vez pueda curarte con mi cuerpo.
Kath no sabe qué decir al escuchar aquello. En parte él estaba en lo cierto; con sus encuentros íntimos olvidaba a ese hombre y a los demás. Eso la avergonzaba un poco, pero también la reconfortaba.
Al ver su mirada pensativa Nathan sonrió. ―Ahora duerme un poco. Lo necesitas.
Él se levantó de la cama, se arregló un poco el cuello de su traje y se marchó de allí.
Al quedarse sola Katherine inspiró y expiró hondo, sorprendida del orgasmo que había tenido hacía unos instante con solo los dedos de su amo, sin un coito total. No podía imaginar cómo sería si ella hiciera lo mismo por él, a su...
El rubor la invadió por entera, desde toda la cara hasta el pecho, imaginando ese momento. No sabía si sería capaz de complacerlo de esa forma, pero... le gustaría poder complacerlo de igual modo para así compensar sus atenciones para con ella.
Ya tendría tiempo de meditarlo. O esperaba tenerlo. Así que se relajó y durmió un poco.
Ni ella ni Nathan sabían que habían sido escuchados por alguien que los pilló in fraganti.
* * *
La visita del doctor fue positiva para Katherine; él le dio permiso para comenzar a caminar un poco para fortalecer el pies que ya casi estaba recuperado. Sus otras heridas también estaban curadas, y las lecciones íntimas parecían estar bien, para alivio de Kath. Tras darle unos calmantes y un ungüento para la inflamación por si se resistía a curarse, el médico se marchó.
Katherine no quiso esperar más para salir de esa habitación y tomar aire fresco. Sofía la ayudó a ponerse un vestido veraniego para ese soleado día para que paseara por los terrenos del Conde. La ama de llaves veía en ese momento a Kath como una niña pequeña deseosa de ir al parque a jugar. Una vez que está vestida, Sofía la deja sola y se marcha a atender a su amo.
Katherine no puede esperar más. Vestida con un ligero vestido de flores y volantes color azul, sale ―apresurada pero cuidadosa― a la luz del sol que ya se estaba ocultando y contempla la imagen que dicha luz da al paisaje, respirando el aire puro. Cojeando levemente baja los escalones, se cruza con un par de jardineros y los saluda con una sonrisa que ellos le corresponden.
En todo momento ella es observaba por Nathan desde la ventana de su despacho. Ver su sonrisa radiante le hace sonreír aliviado. Tan pendiente estaba de ella que no prestaba atención a Sofía, quién le ponía al día con el papeleo de la finca y los terrenos. Ella entiende que él no quiera prestar atención a algo tan aburrido cuando afuera hay algo más entretenido. Pero había deberes que atender.
―No tiene que preocuparse, amo Nathan. El doctor ha dicho que puede caminar un poco al día para recuperar la movilidad normal del tobillo. ―informó ella, llamando la atención de su amo―. Si lo desea podemos dejar la contabilidad para otro momento.
―En absoluto. Puedes seguir, Sofía ―dijo él volviendo al papeleo, después de dar un último vistazo por la ventana a su espalda―. Por cierto, ¿qué se sabe de Bárbara? ¿Ya se ha marchado?
―Así es, amo. Tal y como usted le ordenó hacer tras liberarla del castigo. ―informó ella―. Empacó todas sus pertenencias de su residencia en la ciudad, posó en venta la casa y se marchó. Seguramente ha regresado con sus padres, explicándoles lo que usted le ordenó decir.
―Muy bien. Cuanto más lejos, mejor ―hizo una pausa―: ¿Josef y sus hombres?
―El Marqués de Puerto Rico sigue ingresado en el hospital de la ciudad, vigilado en todo momento por dos agentes del Sheriff. Sus hombres fueron llevados a prisión durante una buena temporada. Ahora la esposa del marqués, Francisca, es quien lleva los negocios de su marido.
―Josef puede ser listo, pero es su esposa quien manda en realidad. Va a ser muy difícil librarse de ella también ―meditó Nathan. Miró a Sofía―. ¿Algo más?
―Es todo por ahora.
―Muy bien. Sigamos con las cuentas, pues.
Todo parecía estar de nuevo en calma, pero el joven Conde Sullivan no bajaría la guardia. Nunca lo hacía. Tenía demasiados enemigos. El Marqués no era su único enemigo declarado. Había otros mucho más peligrosos.
Ahora tenía que esperar a ver cual de ellos movería ficha.
Mientras tanto, su único enemigo era el papeleo ante sus ojos. Uno que siempre combatía.
* * *
Tras un largo y agotador día de trabajo, Jon y los demás trabajadores finalmente terminan la jornada de hoy. Tras lavarse bien la cara y las manos en el lavadero improvisado todos se marchaban a sus casas para cenar y dormir para mañana.
Jon fue quien más trabajó ese día, con esmero y brío. Muchos al verlo supieron que intentaba desahogarse en el trabajo físico para no pensar en algo que le reconcome por dentro. Ninguno le preguntó, le dejaron hacer sin molestarle. Él no era violento, pero era mejor dejarle tranquilo.
Todos se fueron a casa menos Jon, quien seguía cargando cajas de hortalizas para almacenarlas en el almacén para así tenerlas listas para repartirlas por las tiendas asociadas a su amo. Tan concentrado estaba que no se percató de la cercanía de una persona.
―Hola, Jon.
La voz angelical y animada de aquella mujer lo detuvo, pero no de alegría de oírla. Al volverse, todo lleno de sudor y suciedad, vio a Katherine plantada en la enorme entrada del almacén abierto, vestida con un hermoso vestido floral y veraniego.
Ella le mostraba una sonrisa animada y contenta. Vio que tenía aún el tobillo vendado pero no llevaba muletas ni nada parecido, por lo que deduzco que estaba casi recuperada. Eso poco le importó al capataz. En su mente solo podía pensar en una cosa, y eso le molestaba en gordo.
¿Qué iba hacer ahora? ¿Decirle que sabía su romance con el amo? ¿O se lo callaba?
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La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)
Historical FictionKatherine Jackson es una chica humilde que desea tener un trabajo digno de sirvienta, como tuvieron sus padres. Consigue cumplir su sueño cuando es contratada en la Mansión Sullivan, la casa del Conde más poderoso y respetado de la ciudad. El dueño...