Una semana después...
-Tal y como lo recordaba -le dijo al oído al terminar.
Dolor inmerecido y placer indeseado. Eso es lo que sentía Kath además de miedo, vergüenza y humillación. Desde que estaba de nuevo cautiva era sometida a los deseos carnales de alguno que otro hombres miserable.
En esos momentos estaba en manos del marqués, Josef Cortés, quien gracias a los contactos de su esposa había salido libre de la cárcel, y tras celebrarlo debidamente con su amada esposa ahora lo hacía con ella, quien no sabía cuantas horas llevaba en sus manos, o si era de día o de noche. Recientemente la había tenido abrazada a uno de los postes de la cama mientras la embestía por detrás con fuerza y profundidad, incluso azotándola en la nalga alguna que otra vez. Él escuchó sus gritos de dolor y suplica, excitándose más hasta finalmente liberarse dentro de ella y dejándola caer agotada sobre la cama, incapaz de moverse, solo luchar por coger aire en sus pulmones.
-Estás más en forma que la última vez -comentó el marqués mientras se vestía-. Que pena que Nathan no te encontrará cuando vino a mi mansión hace unos días -dijo él burlándose.
Al escuchar aquello, Kath recordó horrorizada lo que escucho y presencia días atrás.
-¡No! ¡Parad ya por favor!
Los ruegos de Kath de nuevo eran ignorados por los dos individuos que en ese momento la compartían; William la tomaba por delante, besándola por el cuello, mientras que Henry lo hacía desde detrás, agarrando sus senos con las manos. Cuando uno salía el otro entraba, y de esa forma Kath gritaba de dolor y placer a la vez, incapaz de resistir a la sensación placentera de ser tomada por dos hombres a la vez. No creía que sobreviviera a semejante experiencia endiablada.
En algún momento de esa pesadilla, Kath se encontró tumbada en la cama, sola, desnuda, observando medio aturdida a los dos hombres a medio vestir tomando una copa en una esquina.
-Mi señor, quiero darle de nuevo las gracias -dijo Henry, haciendo un brindis-. Sin usted, ahora no estaría aquí, cumpliendo mi mayor sueño; tener a Kath para mí, disfrutando de ella.
-Me alegro mucho por ti, Henry. Y me honra que me hayas dejando probarla contigo.
-Siempre sentir curiosidad por aquello que llaman menage, es tan excitante como decían.
-Desde luego.
A Katherine le daba arcadas ver como aquellos dos monstruos se reían y vanagloriaban de sus actos contra ella. Debían escapar como fuera de ese lugar. Estaba convencida tras ver al marqués de que estaba de nuevo en su mansión, y sabía llegar a casa desde allí por la última vez. Solo necesitaba una oportunidad para huir sin mirar atrás.
Justo en ese momento, Henry se giró hacia ella y la vio observándoles.
-Mirad, ya está despierta -dijo él al barón, entonces se terminó la copa de un trago-. ¿Qué tal otra ronda?
Ante eso Kath sacó fuerza de todo fuera para moverse e intentar escapar, pero apenas podía moverse en la cama para cuando Henry se acercó a la cama y la agarro del tobillo para arrastrarla hasta tenerla ante él para empezar a tocarla entre las piernas.
-No... por favor... -suplicó ella intentando cerrarlas-, no más...
-Vamos, mi amor, relajate -animó Henry-, acabarás disfrutando tanto como nosotros.
Kath estaba dispuesta a contradecirle, pero algo la hizo callar de asombro. Y a Henry también.
-Lo siento, Henry. Son solo negocios.
ESTÁS LEYENDO
La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)
Historical FictionKatherine Jackson es una chica humilde que desea tener un trabajo digno de sirvienta, como tuvieron sus padres. Consigue cumplir su sueño cuando es contratada en la Mansión Sullivan, la casa del Conde más poderoso y respetado de la ciudad. El dueño...