Capítulo LXX

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Al día siguiente...

El sol al mediodía entraba por las ventanas despejadas de las cortinas iluminando cada rincón de la habitación, especialmente a la joven de pelo caoba dormida en la cama, vigilada a todas horas por aquellos que la querían. En ese momento lo estaba haciendo Sofía, mirando a Katherine con suma preocupación. También estaba la duquesa de Barcelona, la madre de Kath, quien al haber estado velándola toda la noche ahora estaba durmiendo en una de las butacas de la habitación.

En ese momento entraron por la puerta y al girarse bien que se trataba del amo Nathan. Este al ver a la duquesa dormida en un rincón se desplazó haciendo el menos ruido posible.

-¿Algún signo de que vaya a despertar? -preguntó él.

Sofía con pesar ladeo la cabeza de lado a lado. Ante eso Nathan suspiró con tristeza.

-¿Por qué no despierta?

-El médico ya dijo que todo lo que Katherine a vivido ha podido ser demasiado para ella y que debemos esperar a que este lista para volver. Debemos ser paciente, mi señor.

-Lo sé, lo sé -aseguró él, entonces se sentó al lado de la cama junto a Sofía-, pero es que...

Sofía entendía a su amo. Él estaba frustrado por no poder hacer nada por hacer despertar a la mujer que amaba. Y no era el único. Todos los que conocían a Katherine la querían ver despierta y bien, pero sabían que eso último tal vez no sería posible, que ella ya no sería la misma tras todo lo sufrido desde que llego a la ciudad a trabajar para el Conde Sullivan, y menos ahora que en realidad era la hija robada de un poderoso y respetado duque.

Cuando ella despertara tendría que asimilar muchas cosas, y eso quería fuerzas.

Sofía vio como el conde estiraba la mano para acariciar la mejilla de Kath y después posarla sobre su vientre, aún plano.

-¿Seguro que están bien?

El conde hacía referencia a Katherine y a su futuro hijo. Eso enterneció a la ama de llaves.

-El médico asegura que sí. Ambos están bien de salud. No debe preocuparse.

-No puedo evitarlo.

En ese momento picaron a la puerta abierta de la habitación, y ambos al girarse vieron al duque de pie en el umbral, contemplando la escena. Durante unos instantes ambos caballeros se miraron a los ojos sin decirse nada. Sofía pudo notar la tensión entre ellos, pero guardo silencio.

El duque fue el primero en desviar la mirada para mirar a su esposa que se estaba despertando de su siesta. Él en un par de zancadas estuvo a su lado como el hombre enamorado de su esposa que era.

-Querida, ¿qué haces durmiendo aquí? Deberías ir a nuestro cuarto y dormir bien.

-No puedo. Mi hija...

-Ella ya esta a salvo, con todos nosotros velando por ella. No te preocupes.

-¿Cómo quieres que no lo haga, Al? -preguntó ella-. Me la quitaron nada más nacer. No quiero perderme ni un momento de ella, por favor.

-De nada servirá que le pongas dedicación a ella si cuando despierte tú estás enferma. -dijo su marido intentando convencerla-. Te prometo que cuando ella despierte iré a buscarte, ¿de acuerdo?

Su esposa le miró a él y luego a su hija dormida en la cama. Dudó, pero al final aceptó. Antes de que se pusiera en pie su marido la cogió en sus brazos y cargó con ella sin esfuerzo. Cuando estuvo en la puerta se dirigió hacia el conde:

-Vendré a velar por ella ahora.

Aquello era una orden más que una oferta, y Sofía no sabía qué hacer. Miró a su amo, y este resignado asintió. Con eso el duque se marchó a dejar a su esposa en su habitación descansando.

La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora