Capítulo V

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—¡Agh! ¡Maldito sea ese Josef de mierda! —maldijo Jon postrado en la cama lleno de vendajes y moratones—. ¡El amo debió matarlo allí mismo para que dejara de andar por ahí como si esta ciudad fuera suya! ¡Menuda rabia!

—Deja de ladrar, Jon —pidió Sofía que estaba a su lado guardando las medicinas que el médico recetó para él—. Diciendo eso no cambiará nada. Solo conseguirás que tus heridas duelan más.

—¡Ugh...! ¡Joder!

—Lo que he dicho —dijo ella con suspicacia. Jon la miró cabreado—. En fin. Lo importante es que sigues con vida. Ya dicen que hierba mala nunca muere –dijo mientras se daba la vuelta para guardar las medicinas en la estantería.

—¿Y Kath? ¿Cómo esta ella? —preguntó el chico algo golpeado pero interesado. Sofía estuvo de pie a espaldas a él. No dijo nada y eso extrañó al muchacho—. ¿Sofía?

—Jon, acaso tú... —murmuró ella insegura. Se mordió el labio y luego se giró a él mirándolo a la cara—. ¿Tú sientes algo por Kath?

Esa pregunta dejó mudo y petrificado al joven capataz, mirando fijamente a la ama de llaves que no apartaba su vista de él. Se miraron a los ojos durante unos segundos hasta que Jon abrió la boca para hablar.

—¿Porqué... me preguntas eso, Sofía? —preguntó él algo inquieto.

La mujer insegura bajó la mirada con una línea dura en los labios. No sabía si debía decirle sus temores infundados a él.

No tenía pruebas ni nada. Pero, aun así, presentía que algo iba a pasar entre el amo Nathan y Kath. Al final, la mujer decidió no decirle.

—Por nada. Es solo por curiosidad —respondió ella disimulando una sonrisa—. La forma en que tratas a esa chica nueva me ha hecho pensar eso. No me hagas caso.

Con eso dicho, Sofía se dio la vuelta otra vez y se marchó de la habitación de Jon. Este quedo confundido por la actitud de ella.

Kath sentía como le hubiesen clavado agujas en la cabeza. Sentía una jaqueca enorme. Los parpados los sentía muy pesados, pero quería abrirlos. Al hacerlo vio todo algo borroso al principio, pero al pestañear un poco se le aclaro la vista.

Vio que estaba en una habitación que no era suya, pero conocida. Era una de las habitaciones de la Mansión Sullivan. Confusa vio que estaba en una cama tapada hasta los hombros, y con ropas distintas a las de antes.

Poco a poco fue recordando lo ocurrido e intentó incorporarse, pero la cabeza le dio vueltas. Estuvo a punto de caer cuando alguien la cogió al vuelo.

—No deberías moverte. Has sufrido un shock fuerte.

La chica se sorprende al ver que su amo Nathan Sullivan estaba sentado en una silla junto a la cama donde ella estaba. Al verlo tan de cerca, casi rozando el rostro con el suyo, no pudo evitar ruborizarse con el hermoso y varonil rostro del joven conde.

El corazón se le aceleraba más y más sin poder contenerlo, así que se apartó rápidamente cubriéndose con las mantas de la cama.

—¡Amo Nathan! Esto... yo... —tartamudeó ella nerviosa. Entonces él se ríe en bajo.

—Veo que ya estas mejor. Me alegro mucho.

Katherine se sorprendió mucho de ver una risa alegre y divertida del joven amo Nathan Sullivan. Era la primera vez desde que lo conocía que lo miro sonreír. Tenía entendido por Sofía que él nunca sonreía de esa manera, solo con sarcasmo ante sus enemigos de la nobleza.

—¿Qué ha pasado... con ese hombre? —preguntó ella preocupada—. ¿Dónde está Jon?

—Ese cerdo de Josef se ha marchado de la ciudad. Y mi leal capataz está siendo cuidado por Sofía en su habitación —informó Nathan con calma y naturalidad—. No tienes por qué preocuparte. Ahora solo debes descansar.

—Ohm... Muchas gracias, señor —agradeció ella con sus mejillas ardiendo. Nathan la miró—. Yo soy una simple sirvienta, y usted es mi amo. No debería ser tan gentil conmigo. No me lo merezco. Solo le he traído problemas.

En ese momento, Kath siente la mano cálida de Nathan sobre su mejilla, acariciándola con suavidad y ternura. La chica lo mira y ve total sinceridad y amabilidad en él.

—Para mí no eres una simple sirvienta, Katherine Jackson —dijo él mirándola a los ojos—. Tu eres... la sirvienta más hermosa que he tenido desde que estoy al mando de este lugar. Josef, para su error estaba tocando algo que me pertenece, tú eres mía, yo debo protegerte, me disculpo, siento mucho que hayas tenido que pasar todo eso por culpa de mis enemigos.

—Amo Nathan...

—No eres ninguna carga para mí. Eres todo lo contrario. Ten eso muy presente ¿entendido? —ella no pudo decirle nada. Solo miró a sus ojos incapaz de hablar—. Puedes usar esta habitación el tiempo que quieras.

Con eso, apartó su mano de ella y se puso en pie. La chica quiso decirle algo, pero no pudo. El conde salió de la habitación cerrando la puerta al salir. La chica puso la mano sobre su mejilla, donde él la tocó, y la otra sobre su pecho donde latía con fuerza su corazón.

Estaba totalmente confusa por las acciones de su nuevo amo, pero, también estaba segura de una cosa.

«No puede ser. Ha pasado, cuando no debería» pensaba ella con ganas de llorar mirando la puerta por donde salió Nathan. «Una criada no debería enamorarse de su amo. No debería»

Kath se inclina hacia delante hasta apoyarse sobre su mano en la cama, la mano cerrada en puño bien apretado contra las mantas. Estaba dolida y arrepentida de sentirse así. Pero no era la única.

* * *

Pasan varios días, y Katherine hace sus tareas de forma eficiente como el primer día. Sin embargo, Sofía pudo notar que la nueva trabajaba sin tregua para no pensar en sus cosas. Se le notaba en la cara que algo la perturbaba y temía saber cuál era el problema.

Al día siguiente de lo ocurrido, Kath regresó a su habitación de sirvienta, y evitó por todos los medios cruzarse con su amo. No tuvo que evitarle mucho, Nathan apenas salía de su despacho por el trabajo que tenía con el papeleo de sus tierras.

A la semana, Kath estaba limpiando tranquilamente el salón, cuando de repente Sofía aparecía allí con su rostro serio.

—Kath, el amo Nathan desea hablar contigo —informó. La chica se puso tensa—. No le hagas esperar.

—¿Sabes por qué desea verme ahora?

—Tú ve a verle y punto. No tienes que hacerle esperar —ordenó la ama de llaves sin más dilación.

—S-Sí.

Caminando por el pasillo del segundo piso, casi cerca del despacho, Kath iba con las manos juntas por delante y cabizbaja de lo ruborizada y avergonzada que estaba. Cada vez tenía más claro que estaba enamorada de Nathan Sullivan hasta las nubes.

La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora