Capítulo LXV

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Dos horas después...

El sol empezaba a ocultarse en el horizonte, y en ese momento llegaban Jon Esteban y el sheriff con varios ayudantes del mismo, todos cabalgando hasta la entrada principal de la mansión, donde Sofía y Esther los esperaba junto a varios mozos de cuadra para que se encargaran de los caballos. Al bajar de su caballo y dar las riendas, Jon fue directo a abrazar a su hermana, quien lloraba desconsolada de nuevo por la desgracia de Kath.

-Vamos, hermana. Deja de llorar -le susurró él a su oído-. Tienes que ser fuerte.

-No puedo -dijo ella, apartándose para mirarlo-. ¿Cómo puedo serlo si no puedo hacer nada por ella ahora mismo?

-Entiendo cómo te sientes, pero...

-¡No! ¡No puedes! -gritó ella de golpe, llamando la atención de todos-. Tú no estabas en aquella situación, y ahora tampoco. No estabas en manos de esos desgracias, temiendo que...

Esther fue incapaz de seguir hablando. El recuerdo de lo que vivió en manos del marqués y sus hombres era imborrable y desagradable, y temía que Kath estuviera en una situación similar o peor que entonces, y ella no podía ayudarla a escapar como la última vez. Se sentía una inútil.

Jon miró a su hermana sin saber qué decirle para consolarla. Ella tenía razón, y aquello hacía que se sintiera igual de inútil que ella sin saberlo, apretando los puños de impotencia. Había estado en esa casa cuando se desgraciado de Henry Jackson llegó, podría haber evitado que se la llevará, pero ¿cómo? Nadie sabía la verdad, ni siquiera Kath, que como hermano suyo que creía ser, le creyó y se fue con él sin imaginar lo que le pasaría al marcharse. Y ahora debían encontrarla como fuera.

Tanto Sofía como el sheriff observaron a los hermanos en silencio, sin saber que decirles como consuelo. Ahora el agente de la ley solo podía disponer de todos los recursos a su alcance para encontrar a esa pobre joven y traerla de vuelta a casa. Por ello le indicó a Sofía que le llevara ante el conde y el joven noble que afirmaba ser el verdadero hermano de Kath.

Estimado sir Alphonse Edgington, Conde de Barcelona;

Han pasado muchos años desde que nos vimos por última vez: la noche en que ayude a su esposa a traer al mundo a la niña más hermosa y sana que haya tenido el honor de traer al mundo. En efecto, soy la comadrona que asistió al parto y que se llevó a su pequeña haciéndoles creer por un tiempo que había muerto.

Sé que hice mal, un daño terrible al llevármela. Por aquel entonces no pensaba con claridad mis acciones, me movía el deseo de tener un hijo después de tantos años intentándolo sin éxito mientras que otras mujeres a las que ayudaba lo lograban sin apenas esfuerzo. Por ese motivo al ver a la pequeña Katherine la quise para mí, como mi propia hija. Pensé que, al tener ya un varón, no habría problema, que podrían tener otro hijo más adelante, pero como ya le he dicho, no pensaba con claridad.

Si ahora le escribo esta carta, es porque el destino ya ha dictado sentencia por el terrible crimen que cometí. Me estoy muriendo y no hay remedio. Y no solo le escribo por ello, sino porque me preocupa el bienestar y la seguridad de Katherine.

Temo que mi hijo, Henry Jackson, tenga deseo carnales por Kath desde hace un tiempo, y tengo la sensación de que su estancia en el nuevo mundo no le haya salido tan bien como me quiere hacer creer. Por ello me pongo en contacto con usted, para que encuentre a Katherine, le cuente su verdadero origen, y la salve de las perversas intenciones de mi hijo.

He intentado contactar con Katherine por carta, pero no he recibido respuesta desde hace ya meses, desde que se marcho a aceptar el puesto de sirvienta en la Mansión del Conde Sullivan. Tengo la sospecha de que mi hijo intercepta las cartas para que no pueda dar aviso a mi hija.

Esta carta se la he entregado al padre de mi pueblo, quien no confía en mi hijo, para que la envíe en su nombre y así no caiga en manos de Henry sino en las suyas. Espero que aún no sea demasiado tarde.

Si para cuando esta carta le llegué y mi querida Kath no esta con usted, lo siento mucho. Siento mucho el daño que he provocado en su familia y en Kath. A pesar de todo, la quise siempre como a mi propia hija, y espero que puedan perdonarme. Sé que no lo merezco, y entenderé que no quiera.

Hágale saber a su esposa que lo siento mucho, nunca quise hacerle daño a ella, que mi desesperación me hizo cometer un terrible crimen. Espero que puedan encontrar a Kath y ser la familia al completo al fin.

Por favor, proteja a Kath de Henry. Y si él la coge antes, haga lo posible por salvarla.

Adiós.

Elizabeth Williams de Jackson.

Con esa Nathan ya había leído esa carta tres veces, y seguía sin poder creer lo que ponía. La que hasta ahora se creía la madre de Kath, había escrito al Duque de Barcelona para ponerle en aviso de las temidas intenciones de su hijo Henry para con Kath, pero habían llegado demasiado tarde.

En las últimas horas, él estuvo reunido con Jeremy Edgington, quien le contó todo con pelos y señales. Al parecer, la carta de Elizabeth estuvo en manos del padre del pueblo natal de ella, pero no la envío enseguida al ponerse enfermo por un feligrés que visito. Debido a ello la carta no se envío hasta semanas más tarde, y por entonces Elizabeth ya había sido enterrada tras morir.

Jeremy, por orden de su padre, había ido al pueblo a comprobar la veracidad de esa carta, y se encontró que la mujer ya había fallecido y que su casa había sido ya comprada por un terrateniente de la comarca. Gracia a él y al párroco pudo informarse de ese Henry Jackson y de su familia, confirmando así que la carta era auténtica. Por ello no dudo en ir directo a al ciudad a buscar a su hermana y de paso obtener más información de Henry Jackson.

-¿Qué ha podido averiguar? -preguntó Nathan.

En ese momento, él y Jeremy estaban reunidos en el despacho del Conde junto a Sofía, Jon, Esther y el sheriff. Todos guardaban silencio escuchando al joven que narraba toda la historia.

-Que tras llegar al nuevo mundo intentó hacer negocios, pero todos fracasaron. Se endeudo mucho, pero aún así iba a clubs nocturnos a por bebida y mujeres. Fue entonces cuando conoció al Barón de Logroño.

-¿Cómo? ¿A William? -preguntó Nathan sorprendido.

-¿Lo conocéis?

-Para mi desgracia -gruño él. Le indicó que prosiguiera.

-Ese barón pagó toda su deuda y lo convirtió en su mano derecha. Desde entonces hacen negocios juntos, especialmente empresas de burdeles y venta de esclavos al extranjero.

Aquello a Nathan no le sorprendió nada. A su primo le gustaba mezclar los negocios y el placer, ¿qué mejor forma de hacerlo que dedicarse a la prostitución y esclavitud sexual? Cada vez todo cobraba forma, y otro temor crecía en su mente. Miró a Jon.

-¿Has podido enviar el telegrama?

-Sí -afirmó su capataz-. Y he tenido respuesta inmediata. El duque vendrá en tres días.

-Para entonces tenemos que haber encontrado a Kath -dictaminó Nathan poniéndose en pie-. Sheriff, organicé un pelotón de búsqueda. Acepte voluntarios si es preciso. Hay que encontrar a Katherine como sea.

-Cuente con ello -dijo el sheriff-, sería perfecto si tuviéramos un punto de partida por donde empezar a buscar.

-La tenemos, amigo mío.

Todos miraron sorprendidos al conde, a quien vieron ir directo a su armería y preparar su revolver.

-¿Dónde?

-La mansión del Marqués de Puerto Rico -respondió tras guardar su revolver y coger también su rifle de caza-. Preparé a sus hombres para lo que sea necesario.

La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora