Capítulo XVII

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—¡¡¡MALDITO SEAS, NATHAN SULLIVAN!!! ¡DEBÍ DARTE UN TIRO ENTRE LOS OJOS CUANDO TUVE LA OPORTUNIDAD!

En esos momentos, el marqués de Puerto Rico golpeaba la mesa con ira cerrando el puño y haciendo vibrar la mesa entera y sin apenas lastimarse el lado de la mano.

Habían pasado más de dos semanas, y seguía cabreado y humillado por lo acontecido en la ciudad del odioso Conde Sullivan y lo que había pasado no era el único encuentro desafortunado que había tenido con el conde, pues, ya eran varias humillaciones en público, donde tuvo que retirarse por inferioridad.

Con el marqués estaban sus mejores hombres y también su esposa, la marquesa de Puerto Rico, Francisca Cortés de Montenegro y personas que le tenían mucho respeto por ser tan letrado, viril y sabio marques, o al menos así pensaba él que lo veían, ahora su honor y respeto quedó comprometido por una sucia treta de ese fulano conde que siempre que ha podido lo deja en clara inferioridad. Todos quedaron callados ante la rabia y odio de su líder tras tan grande humillación recibida hace ya tiempo... a pesar de ello para el marqués, esas cosas nunca se olvidan, no a menos que se vengué por ello.

—Querido, por favor... templa esos nervios que no te harán ningún bien —dijo Francisca de pie junto a él, acariciando sus hombros.

—¡No puedo hacerlo!, ¡No hasta que mate a ese puto conde engreído! —exclamó Josef cabreado y alterado—, Por su culpa... ¡Muchos de mis negocios se han desvanecido como el humo!

—En eso te doy la razón, señor —dijo el capataz de sus hombres, nervioso por ver a su jefe tan alterado—. ¿Hay algo que desee que hagamos?

—Ahora mismo, desearía ver muerto a ese cabronazo... Pero mi venganza no puede ser convertida en algo tan banal y falto de honor como la muerte, necesito algo que me sea útil contra él, algo mucho más ingenioso que me permita hacerle pagar todas sus ofensas en contra mía. —confesó Josef echándose en su asiento, agotado y con migraña.

—Bueno, yo —dijo un joven novato que dudaba en hablar —he estado espiando al Conde estas últimas semanas, y he podido ver que... apenas ha salido de casa.

—¿No ha salido de casa desde que nos vimos, dices? —preguntó Josef extrañado. El joven asiente— Que cosa más rara... Un conde debe salir a diario para atender sus negocios y compromisos.

—No sale de que está esa joven sirvienta nueva —recordó el joven rascándose la sien—. ¡Ah! Y ayer temprano llegó su prometida, la señorita Bárbara Santander.

—¡¿Bárbara está en la Mansión Sullivan?! —preguntó Francisca al oírle, éste asiente nervioso— Mmm... Querido, creo que podremos sacar provecho de la situación, y todo gracias a la información del nuevo.

—¡¿Qué tienes pensado, querida mía?! ¡Excelente trabajo, novato! —felicitó Josef poniéndose en pie contento y satisfecho. El joven novato bajo la cabeza con timidez mientras era alabado por sus compañeros— ¿Y bien, querida? ¿Qué tienes en mente?

—Antes, déjame hacer algunas cosas —pidió su esposa sarcástica—. Si estoy en lo cierto, Nathan defendió a esa joven cuando apenas la tenía recién contratada ¿verdad?

—Así es afirmó Josef sin darle importancia.

—Y todo el mundo sabe que... el conde Sullivan muy pocas veces suele preocuparse por la servidumbre, mucho menos por los nuevos —le recordó la mujer rodeando el escritorio con una sonrisa maliciosa.

—Eso también es verdad... —coincidió el marqués pensándolo—¿A dónde quieres llegar a parar?

—Puede que... podamos sacar provecho de ello para devolverle el golpe a Nathan Sullivan —propuso Francisca.

Tanto Josef como el resto de sus lacayos presentes sintieron un cosquilleo en sus tripas, un cosquilleo que les hizo sonreír como ella.

* * *

—¿Qué haces en mi habitación, sirvienta estúpida? —preguntó Bárbara muy molesta y desagradable— ¿Acaso te he dado permiso para poner un pie en mi zona privada?

—Mil y una disculpas, señorita... pero es que le traigo el café con leche y pastas que me pidió —dijo Katherine con una bandeja de merienda en las manos esperando en la entrada de la puerta con la cabeza baja.

—¡Oh!, Es verdad. Puedes dejármelo aquí mismo —indicó la rubia con su dedo a la mesita que tenía delante. Con una inclinación de cabeza, Kath fue a la mesa y dejó la bandeja. Le sirvió el café con leche a la señorita y dio unos pasos atrás. Bárbara dio un sorbo, y al momento lo escupió asqueada —¡Está asqueroso! ¡¿Quién quiere beberse esto, zorra estúpida?!

—¡Lo siento mucho, señorita! —exclamó Kath alarmada y nerviosa— ¡Ahora mismo le hago uno nuevo! ¡Lo siento mucho!

—¡Eres una buena para nada!

Hecha una furia, Bárbara golpeó a Kath con el lomo de la mano, haciendo que la chica cayera al suelo con todo lo de la bandeja, tirando así todo lo que traía sobre su traje de sirvienta y su pelo. La joven se quedó allí mientras Bárbara se ponía en pie mirándola con odio.

—No entiendo como mi prometido ha podido contratar a una estúpida zorra como tú. ¡No vales para nada! —exclamó asqueada y molesta, entonces pisó la mano de Kath y ésta se queja, pero se muerde el labio— Al menos sabes guardar silencio ante tus amos. ¡Estas despedidas! ¡A la calle ahora mismo!

—¡Bárbara!

Para sorpresa de ambas, Nathan estaba en el umbral de la puerta alarmado por los gritos, y ahora molesto por la escena que estaba teniendo en la habitación de su mansión.

La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora