Capítulo XXXII

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Tras varias horas andando bajo el sol abrasador de la mañana, Kath y Esther finalmente dan con el camino de tierra que lleva a la ciudad del Conde Sullivan. Nada más pisar ese camino, las dos suspiran aliviadas y se toman un pequeño descanso.

Ambas tenían los pies destrozados, pero más Kath quien iba descalza. Tenía los pies llenos de heridas provocadas por las piedras y plantas con espinas. Si seguía caminando así, sería peor. Aún así, Kath seguía caminando con tal de regresar a la mansión de Nathan, estar de nuevo a salvo.

―Será mejor que descansemos un poco ―propuso Esther, jadeando agotada también―. No creo que Josef y sus hombres se atrevan a venir hasta aquí a pleno día.

―Esther, te... doy las gracias por salvarme ―dijo Kath aliviada aunque dolorida por sus pies―. No sé qué habría hecho... de no ser por ti.

―Seguro que habrías sido capaz de escapar sin mi ayuda, Katherine Jackson. Algo me dice que bajo esa fachada de chica inocente y dulce, se esconde una mujer de armas tomar.

―No estoy muy segura de eso que dices, pero igualmente... te lo agradezco mucho.

―No hay de qué.

Las dos se rieron contentas de estar salvadas al fin, y en ese momento pasaba un carro de carga de paja vacío llevado por un hombre mayor y tirado por dos caballos. Esther se pone frente al camino para hacerlo parar.

El hombre no duda al ver que una de esas chicas está malherida. Todo parece estar tranquilo, pero de repente, un grupo de hombres montando a caballos y armados salen de entre los árboles impidiendo el paso del carro. Son Josef y sus hombres.

―¡Oh no! ―exclamó Kath aterrada y paralizada―. ¡Nos han encontrado!

―¡Kath! ¡Huye de aquí! ―gritó Esther. Entonces uno de los esbirros de Josef la golpea en la cabeza.

―¡No! ¡Esther! ―gritó Kath intentando acercarse a ella, pero otro esbirro la agarra en pleno galope―. ¡No! ¡Suéltame!

El hombre del carro cae víctima de esos hombres cuando también es golpeado y tirado al suelo desde una altura peligrosa. Queda inmóvil en el suelo mientras los hombres cabalgan alrededor del carro. No tardan en subir a Esther y Kath en él. Esther está inconsciente con la cabeza sangrando, mientras que a Kath la han atado con las manos en la espalda.

Una vez asegurada con las cuerdas Josef se acerca a ella en su caballo blanco y con una sonrisa de oreja a oreja mirándola. Esta tiembla al verlo.

―Volvemos a vernos, querida ―saludó él con sarcasmo y burla. Kath intenta huir pero la sujetan y mantienen en su sitio―. Vamos, no te pongas así. Será peor si intentas huir de nuevo. No querrás que la pequeña Esther pague tu estupidez ¿verdad?

Esa amenaza la paraliza al instante. Mira a Esther inconsciente y sangrando por la cabeza, y al momento decide desistir en su empeño en huir. No se veía capaz de huir sola y dejar a Esther de nuevo con esos demonios. No después de que ella intentará salvarla sin apenas conocerla.

Mientras, Josef y sus hombres se reían triunfante al volver a tener a su presa en las manos. El marqués no quiso esperar más.

―Bien. Ya que estamos puesto voy a ser el primero en darte el castigo que te mereces por haberte escapado anoche ―dijo él indicando a sus hombres que coloquen a Kath en posición en el carro para tomarla allí mismo. Kath se muerde el labio con fuerzas, cierra los ojos y desvía la cabeza―. No te preocupes. No te dolerá como la primera vez. Puede que lo disfrutes incluso.

Kath sintió como las asquerosas manos de ese hombre sin corazón empezaban a acariciarla por debajo de las ropas antes de desgarrar la parte de delante para dejar a la vista sus pechos desnudos. Él acarició uno con una mano y el otro lo chupó con ganas a la vista de sus hombres mientras se bajaba la bragueta del pantalón con la mano libre para violarla de nuevo como en ese sótano.

La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora