Capítulo L

953 47 3
                                    

Kath hizo un esfuerzo sobrehumano para disimular el escalofrío que sintió por todo el cuerpo, apretando las manos entre sí con fuerza, sin alzar la mirada en ningún momento. No le hizo falta mirarle para deducir que en ese momento él mostraba una sonrisa perversa y maliciosa sobre ella.

Con esas palabras él le confirmaba que realmente había estado observándolos anoche.

El barón ya sabía que ella y Nathan tenía un romance, y que deseaba tenerla de igual forma que su primo la tuvo anoche y de otras formas. La tomaba como a una prostituta privada de Nathan, y eso le hacía hervir la sangre. Aunque, muy a su pesar, se empezaba a ver de tal forma, y más con lo que paso con el marqués y sus hombres.

De repente, William la cogió de la barbilla con los dedos, obligándola a mirarle a los ojos.

―¿Y bien? ¿Puedo tenerte para mí también?

Kath quiso responderle, pero no pudo. Alguien se le adelantó.

―¡William!

La voz de Nathan sonó por toda la casa, sobresaltando a todo el servicio, incluida Sofía.

Su voz dura y amenazadora hizo que Kath se apartara de William cabizbaja, incapaz de mirar a Nathan a los ojos después de que anoche lo echará de su alcoba de mala manera.

A William le molestó un poco que apareciera en ese momento, ya que creía que tenía a la chica en la punta de la lengua, pero lo disimuló volviéndose y recibiendo a su primo con una sonrisa.

―Es suficiente por ahora, Kath. Déjanos solos ―dijo Nathan sin mirarla a ella. No apartaba la mirada de su primo.

Ella hizo una reverencia y se marchó. Nathan avanzó hasta estar ante William.

―¿A qué juegas?

―No se de que me hablas, primo ―dijo William, disimulando desconcierto.

―Lo sabes perfectamente ―gruñó él, mirándolo enfadado―. Lo he escuchado todo.

William entendió que su primo no le iba a pasar ninguna, así que dejó de disimular.

―No te enfades tanto, primo. Solo quiero probarla también. Y más después de como os vi anoche.

Esa información sorprendió a Nathan que lo dejó petrificado con los ojos abiertos. Ahora entendía la actitud de Kath; la pobre vio a ese desgraciado espiándolos mientras estaban... Él cerró los puños deseando golpearle hasta reventar.

―Hijo de puta miserable.

―Admito que no soy de querer mujeres ya cogidas por otros, pero esa chica tiene algo que te hace querer... tenerla de todas las formas posibles, ¿cierto? ―dijo William sin cortarse un pelo―. ¿Podrías dejármela una noche, querido primo?

Nathan no aguantó más sus insolencias y lo agarró del cuello de las ropas y lo empotró contra la pared. ―Si te atreves a acercarte a ella, te mato. ¿Queda claro?

―Que cruel eres, Nat. No comparte a tus zulanas ―se quejó William, nada asustado por sus amenazas. Entonces alzó ambas manos, en señal de rendición―. Esta bien. Esperaré a que ella misma venga a mí por propia voluntad.

Esas palabras, tan seguras y confiadas, sorprendieron a Nathan, quien no soltó a su primo.

―Pero, ¿qué estás diciendo? ¡Estas loco!

―Vamos, Nat. ¿De verdad crees que ella está bien tras la violación múltiple que sufrió hace nada? ¿Qué realmente ha superado que varios hombres se turnaran para violarla una y otra vez? ―preguntó mientras se soltaba del agarre de su primo. Entonces se inclinó sobre su oído y le habló en voz baja―. ¿Que te hace pensar que aquello no ha hecho que sus gustos en la cama no hayan cambiado?

La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora