Capítulo XVIII

1.5K 91 10
                                    

El amo Nathan veía como Bárbara estaba maltratando a su sirvienta como si tuviera derecho a ello, incluso le estaba pisando la mano con sus zapatos de tacón.

Kath bajó la cabeza avergonzada por las pintas que tenía. Bárbara no apartó el pie, ni siquiera cuando su prometido estaba delante. En lugar de eso, mostró una sonrisa radiante.

—Mi querido Nathan —saludó ella —Siento el alboroto, pero ahora mismo he solucionado el problema con ella.

—¿Qué demonios pasa aquí, Bárbara? ¿Por qué estás tratando así a Katherine? —preguntó él caminando a su encuentro.

—La muy estúpida no sabe tratar un café como es debido. Le acabo de despedir por ti. No sirve de nada tenerla. Tengo mejores en casa que te puedo dar, mi amor —explicó ella dándole después un pequeño beso bajo la mandíbula—. Te acabo de ahorrar más disgustos con ésta don nadie.

—Bárbara —llamó él mirando a Kath en el suelo.

—¿Si, querido?

—Eres una estúpida engreída. —insultó él mirándola con naturalidad. La sonrisa de Bárbara desapareció al momento.

—¿Qué?

—Para empezar... ¿qué derecho tienes tú a despedir a alguien de mi casa cuando ni siquiera estamos casados —preguntó él dando vueltas alrededor de ella con los brazos cruzados. La chica intentó hablar, pero él no la dejó— Katherine Jackson ha hecho bien su trabajo, que tú seas una inconformista no compete con el buen trabajo de Katherine, entiende muy bien esto si no deseas ser tú la que resulte echada de mi hogar.

—Nathan, je, je... ¿Qué estás diciendo? —preguntó ella disimulando una sonrisa ante la sirvienta.

—Eres una niña malcriada que no se ha ganado nada nunca, no tienes derecho a tratar a nadie de esa manera y mucho menos cuando se trata de gente que les he contratado yo y trabajan en mi casa, si quieres algo pídelo diciendo: "por favor" y si no te gusta el café que te preparan será mejor que lo vayas haciendo tu misma, no quiero tener a una inútil de esposa. Entiende que mi casa y mis empleados los respetas. —Nathan habló sin rodeos. Bárbara aguantaba las ganas de llorar—. Si no fuera porqué tu familia tiene terrenos y negocios que me interesan, nunca en la vida me casaría con una niña consentida como tú... Pero sabes, mi paciencia tiene un límite. Te lo dije ayer... un solo cabreo más y te marchas para no volver ¿entendido?

—Pero...

—¡¿Entendido?!

—S-Sí, entendido.

Con eso dicho, Nathan ayudó a Kath a ponerse en pie con la mano sana. La otra estaba lastimada por el fuerte pisotón sufrido por la rubia, y él la acompañó a fuera para llevarla a curarse en la cocina donde estaba el botiquín para esos casos. Nathan no miró a Bárbara en ningún momento; ese gesto, sorprendió tanto a la sirvienta como a la rubia que se quedó allí, de pie y muda.

—Pero ¿qué...? —tartamudeó la rubia echa un mar de dudas, sobre todo por la actitud de su prometido—. ¿Qué acaba de...?

—Ehm... ¿Señorita Bárbara? —llamó Sofía trayendo a la rubia de su mente a la realidad— Ha llegado esta carta para usted

—¿Para mí? ¿De quién es?

—No pone nombre señorita, solo que es para usted. —respondió la ama de llaves con educación y respeto. Entregó la carta y se retiró—. Con permiso.

La mujer se marchó cerrando las puertas de la habitación sin que la rubia lo hubiese pedido. Bárbara lo agradeció en silencio. Se sentó en la butaca de su habitación y rasgó con el abrecartas el sobre blanco y de allí sacó una carta y la empezó a leer, enseguida supo de quien era. Se le dibujó una sonrisa en la cara al principio, pero luego desapareció para dar paso a una expresión de sorpresa y horror. Luego, llegó la irá y humillación... No era por la persona que la escribía, sino por la noticia de ella.

—No puede ser... ¡Es imposible! —exclamó la rubia enfurecida con las manos temblorosas, amenazando con cerrarlas y arrugar las cartas entre las manos, pero controló sus nervios y no lo hizo... Siguió leyendo hasta terminarlo—. Bien, entendido... me parece bien lo que me propones.

Al terminar de leerla y temblar con los nervios de punta, dobló la carta y la devolvió al sobre para guardarla en el cajón de su mesita de noche con llave. Allí estaría segura hasta que regresara a casa. Cogiendo aire salió de su dormitorio.

—¡Ay! ¡Duele! —se quejó Katherine sin poder aguantarlo.

—Pareces una niña pequeña, aguanta un poco mujer —pedía Nathan mientras le aplicaba un ungüento para la inflamación antes de vendarla—. Antes no te quejabas mientras te pisaba con ganas.

—Es que... me enseñaron a ser así ante mis amos —se excusó Kath desviando la mirada sonrojada—, y además... usted no debería hacer estas cosas por una simple sirvienta, señor; puedo hacerlo yo sola.

—Te equivocas, Katherine Jackson. —dijo Nathan sonando serio y sincero—. No eres una simple sirvienta, y lo sabes.

El corazón de Kath dio un vuelco con esas palabras, acelerándose como el avance de unos tambores. Aguantó las ganas de mirarle a los ojos. No podía mirarle ahora. Su prometida estaba en la casa y no quería tener más problemas con ella. No podía dejar que Bárbara supiera de su "otro trabajo" con su amo, quien era su prometido sería un escándalo demasiado serio.

—¿No vas a volverme a hablar, o a mirarme? —preguntó él al verla tan callada y sin mirarlo. La chica aguantó cualquier palabra, sintiendo que era eso lo correcto. Ante esa actitud, Nathan no insistió y con cuidado dejó la mano en el regazo de la chica para buscar en el botiquín—. Vaya, perfecto... No hay gasas.

—¿Eh? ¿En serio? —preguntó ella mirándole también. Era cierto, no habían... Era raro— No puede ser...

—Tendré que mirar en el almacén. Seguro que hay más. —propuso él poniéndose en pie. Kath lo miró sorprendida, y lo agarró del brazo... Ambos cruzaron miradas—. Vaya, vuelves a mirarme a la cara —dijo sonriendo orgulloso y seductor.

—Ah —exclamó ella al darse cuenta de ello. No pudo evitar ruborizarse de la vergüenza y emoción ante esa sonrisa. Enseguida le soltó el brazo—, lo siento, pero es que usted... no debería bajar ahí abajo por una cosa así, y menos por mí.

—Vuelves a equivocarte, Katherine Jackson —dijo Nathan inclinándose de lado hasta estar a la altura de ella, justo junto a su oído—. Todo esto... lo hago por qué te amo, lo sabes muy bien.

Con eso dicho, el conde se marchó a por las gasas dejando a una roja y sorprendida sirvienta con los ojos abiertos agigantados de la impresión y con el rubor extendido hasta las orejas.

La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora