Capítulo XXIII

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La señorita Kath iba tranquila en el carruaje y aprovechó ese rato para sacar de su pequeño bolso la colonia que se había comprado. Lo sujetó entre sus manos, observando el líquido lila bailando cuando lo agita un poco. Sonríe como una niña pequeña ante un juguete nuevo. 

«Me pregunto si al amo Nathan le gustará este olor... Ah, vamos, pero qué digo» piensa ella incrédula, sacudiendo la cabeza. No tarda en ruborizarse ante ese pensamiento y los recuerdos íntimos con su amo «Ah, déjalo ya, Kath» se dijo para sí misma.

* * *

—¿Ya han regresado de la ciudad? —pregunta Nathan al ver a Sofía en el salón.

—No señor, y es muy extraño que tarden tanto —dijo la mujer preocupada—, ¿Les... habrá pasado algo?

—Os preocupáis demasiado —dijo Bárbara que estaba también presente leyendo el periódico—. Seguramente se ha entretenido por el camino, de haber sabido que esa chica es así, no habría... 

—Cierra la boca, Bárbara —ordenó Nathan ante esa arrogancia de chica rica—. La culpa es tuya por no ir a hacerlo tú misma.

—¡¿Qué?! ¡Lo único que he hecho ha sido pedirle ese favor, ella pudo haberlo rechazado!, ¡Tampoco es una tarea complicada!, ¡Solo es ir a la ciudad, recoger el encargo y volver, nada más —se defendió la rubia al ponerse en pie de un brincó, ofendida y frustrada 

—Será posible...

Sintiéndose totalmente humillada, la rubia se marcha de allí dando pisotones. Nathan le quitó importancia a eso y se asomó por la ventana del salón; esperando ver el carruaje ante la puerta.
Sofía mira a su amo, visiblemente inquieto y preocupado.

—No se preocupe, señor —tranquilizó ella—. Seguro que solo ha perdido la noción del tiempo.

El joven Conde no estuvo del todo satisfecho con esas palabras, pero quiso creer en ellas. Estuvo apoyado en la ventana un rato. 

* * *

Katherine notaba que estaban tardando mucho en llegar a su destino, se asoma por la ventanilla de la puerta, y ve que esta todo oscuro. No estaban en la ciudad, sino en las afueras.

La chica no entendía nada, Cristopher dijo que las personas que tenía que ver estaban cerca, pero no fuera de la ciudad, y ya llevaban un buen trecho desde que se pusieron en marcha.

Nerviosa, se puso a picar al interior para llamar la atención de Cristopher, pero nada, Cristopher solo seguía conduciendo el carro hacía el bosque.

—Cristopher, ¡Cristopher, para el carro! —pedía ella seria—. Nos estamos alejando demasiado de la ciudad ¿a dónde vamos? —la chica no recibe respuesta, y eso la altera más— ¡Para, para! ¡Detén el carro ahora mismo!

El carro se detiene de golpe, y Kath tiene que agarrarse con fuerza para no caer hacia delante y hacerse daño. Su mano todavía le dolía, pero lo ignora.

Oye como Cristopher baja del carro de un salto, pero no está solo. Se oyen pasos de varias personas y luces de antorchas afuera. Debían ser los socios del padre de Bárbara. Entonces, la puerta se abre para asomarse Cristopher. 

—Señor Cristopher, ¿qué está pasando? ¿Por qué estamos tan lejos de la ciudad? —preguntó ella intentando no alterarse demasiado. Ve que el hombre esta serio, muy serio y apenado—. ¿Señor Cristopher? ¿Qué pasa?

—Lo siento mucho, señorita Jackson —se disculpó él de repente—. No es nada personal, créame. Solo debo cumplir órdenes.

La chica no entiende nada, y antes de poder preguntar, el hombre se aparta de la puerta para que se asome otro. El que aparece, deja de piedra a la chica, aterrada y petrificada de miedo, dejando caer su bolso al suelo del carro.

La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora