Capítulo XXIX

1.3K 73 0
                                    

―¡Mi señor Nathan! ―dijo Jon al entrar al despacho. Se acercó al Conde quien estaba sentado frente a su mesa esperando noticias―. Hemos buscado por toda la ciudad y los alrededores donde hay granjas y casas abandonadas. En ninguna hay señales de Josef y sus hombres. Hemos ido a su casa y sus sirvientes afirman llegar semanas sin verle. No sé sabe dónde está.

Al oírlo Nathan gruñó con los dientes apretados. ―Maldito marqués. Seguro que tenía planeado hacer algo como esto hace mucho. Él y su esposa junto con la estúpida de Bárbara ―dijo él enfadado. Entonces se puso en pie―. Reanudar la búsqueda en una hora. Que tus hombres se tomen un descanso, se lo han merecido.

―En ese descanso, también hay...

―Sí. En efecto ―afirmó Nathan con una sonrisa sarcástica―. Que la disfruten en mi nombre. Que no se contengan para nada.

Jon no dice nada ante eso, simplemente asiente y se da la vuelta para marcharse. Nathan lo mira irse, y entonces lo detiene.

―Jon, espera ―esté se detiene y lo mira―. En la ciudad me he enterado de lo ocurrido con tu hermana pequeña. Lo siento mucho.

―Gracias, señor ―agradeció Jon con sinceridad, aunque lamentaba esa desgracia―. Es muy amable por su parte mencionarla.

―No tienes que ser tan respetuoso conmigo cuando estamos solos, y menos cuando los tres nos criamos juntos ―dijo Nathan rodeando la mesa y acercándose a su capataz hasta estar cara a cara―. Esther es una buena hermana, y una amiga como ninguna ―hubo un largo silencio entre ambos―. ¿Qué ha pasado exactamente?

―No lo sé, Nathan ―dijo Jon dejando a un lado los protocolos entre ellos y bajando la mirada dolido―. Desapareció el día en que echaste al marqués de la ciudad.

Jon habló con recelo. Con eso Nathan adivinó sus pensamientos.

―Crees que Josef tiene algo que ver ¿no es así? ―el capataz asiente sin mirarle a la cara―. Entonces, no debes preocuparte ―le tranquilizó. Jon alzó la mirada sorprendido y confundido―. Si él la raptó como a Kath, tengo por seguro que muy pronto estarán las dos de vuelta. Tu hermana es muy lista, y valiente. Y Kath es igual que ella. Juntas... vete a saber de que son capaces.

―¿De verdad estás seguro de lo que hablas, Nathan? ―preguntó Jon inseguro y algo inquieto por la seguridad de su jefe y amigo.

Esté lo miró a los ojos, inclinándose hasta estar cara a cara, rozando la nariz.

―¿Alguna vez me has visto inseguro en algo que digo, mi buen amigo Jon?

Jon vio la sonrisa del Conde y se puso nervioso, pero estuvo más tranquilo. Confió en las palabras del Conde Nathan Sullivan.

* * *

Se está poniendo el sol. Con esa señal, los hombres de Josef esperaban impacientes la pequeña fiesta privada que tendrían con la criada del Conde Sullivan. Ansiaban probarla de nuevo, follarla hasta hartarse, tanto uno en uno como en orgía.

Mientras tanto, Josef estaba en compañía de su esposa en su habitación, desnudos en la cama y besándose como dos enamorados. Esa noche, dejaría a la sirvienta para sus hombres. Ya tendría ocasión de tenerla de nuevo en otro momento.

A medianoche en punto, uno de los lacayos de Josef iba hacia el sótano junto a Esther, la cual ayudaría a vestirla especialmente para la ocasión.

El lacayo era el típico tonto de turno que había las tareas más simples. Eso a la joven le venía que ni pintado. Entre las prendas de vestir para Kath, escondía un puñal que usar contra ese tipo una vez abriera la puerta con las llaves.

―Más te vale dejarla guapa, pequeña zorra ―advirtió ese hombre con malicia―. Mis amigos y yo queremos follarla toda la noche, pero sin que deje de estar sexy y guapa ―dijo antes de reírse.

―Claro, descuida ―aseguró ella susurrante, sin alzar la mirada―. Te prometo que será lo mejor que verás en tu vida.

Los dos llegan a la puerta del sótano. El hombre saca las llave con una risa divertida. Esther estuvo detrás suyo, sacando lentamente un puñal bien agarrado y firme. El tipo no tardó en colocar la llave en la cerradura y girarla para abrir.

Al entrar la luz del pasillo se pudo ver a Kath escondida entre las ropas sucias que llevaba, y con ello Esther no dudo y apuñaló por la espalda al hombre, tapando su boca y empujándolo hacia dentro y cerrar la puerta después de sacar la llave.

Kath se sorprendió al ver la escena pero no grito ni nada. Miró petrificada como la joven asesinaba a ese tipo sin titubear siquiera. El hombre muere mirando a Kath a la cara, sorprendido por el ataque.

Esther mantiene el cuchillo antes de dejar caer suavemente al hombre al suelo, desangrado.

―Te lo dije ¿no es así? ―dijo Esther al cadáver―. Que sería lo mejor que verías en tu vida, puto idiota.

Le sacó el cuchillo con fuerza y lo dejó tirado en el suelo. Jadeando por su hazaña, vio que estaba cubierta de sangre, pero le dio igual. Por suerte, allí tenía un pequeño rincón para lavarse y cambiarse las ropas. Había cogido para cambiarse las dos.

En todo ese rato, Kath no le dijo nada. Solo estuvo callada mientras se cambiaba también. Estaba sorprendida por la acción de la chica.

―No es... l-la primera vez que matas ¿verdad? ―dijo Kath, temblando levemente por haber visto matar a una persona.

―No. La verdad es que no ―respondió Esther tras secarse y terminar de vestirse, luego mira a Kath―. Cuando me capturaron, mate a la mano derecha de Josef, y pague el precio ―dijo eso último mientras señala sus cicatrices de su cara―. Tuve suerte.

Katherine ya había visto esa marca, pero no quiso fijarse demasiado para no incomodarla a ella.

―Sí, ya lo veo.

―¿Tienes miedo de mí? ―preguntó Esther con seriedad, mirándola a los ojos―. ¿Crees que soy un monstruo?

―¡No! Para nada. Aunque... ―dudó antes de seguir―, no sé si yo hubiese hecho lo mismo en tu lugar ―dijo cabizbaja, luego ladeó la cabeza―. No. No lo habría hecho.

―¿Porqué no? ¿Qué te hace pensar que no? ―preguntó Esther con insistencia.

Kath dudo en responder, pero entonces miró a la chica a los ojos, con decisión y firmeza.

―Porque soy la sirvienta del Conde Sullivan. Y una perfecta sirvienta no arrebata la vida a nadie, ni siquiera la vida de los enemigos de su amo. No es su trabajo. ―respondió ella. Ante eso, Esther sonríe satisfecha. Ya le caía bien esa chica.

―Venga. Tenemos que volver a casa ―animó Esther extendiendo su mano a su nueva amiga―. Su amo te espera, señorita Jackson.

El ánimo que vio en Esther entró en Katherine, haciendo que tuviera más valor. ―¡Sí!

Una vez lista le coge de la mano a Esther. Ambas salen corriendo de allí. Debía huir antes de que Josef y sus hombres notarán su tardanza.

La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora