Bárbara tenía una inmensa rabia que intentaba contener. Su odio y rabia pudo aliviarse un poco cuando por el pasillo, en sentido contrario, iba su fiel sirviente, el mayordomo de los Santander, Cristopher... que, al verla, el hombre hizo una reverencia elegante.
—Buenas tardes, mi señora —saludó Cristopher con una sonrisa amable, entonces ve la cara de la rubia y se preocupa —¿Le ocurre algo?
—Nada que no tenga remedio, Cris —dijo la rubia abrazándose los codos con molestia—. Aunque esos remedios sean...
—¿Señorita? —llamó el mayordomo preocupado.
—Cristopher... Me alegra saber que estás aquí conmigo, el único que me apoya en todo —dijo Bárbara aliviada—. Has sido siempre leal a la familia, y a mí.
—Estaré a su servicio hasta mi último aliento, señorita Bárbara —juró el hombre con seguridad—. Puede pedirme lo que sea.
—Lo sé, querido, lo sé —aseguró ella—, por ello... tengo un trabajo importante que pedirte.
—Estoy a sus órdenes, mi señora. Usted dirá —Se ofreció el mayordomo. Bárbara dudó, pero decidió aceptar su ayuda.
—Bien... ya está —dijo Nathan al terminar de vendarle la mano a Katherine que seguía adolorida—. Con esto será suficiente, espero.
—Gracias, mi señor —agradeció la joven, tímida, cubriendo su mano vendada con la sana contra el pecho—. No sabía que tuvierais conocimientos de medicina.
—Yo no. Pero mi madre si, que en paz descanse —dijo Nathan.
Esa información pilló por sorpresa a la sirvienta, que bajó la cabeza apenada por esa desgracia. Ambos estaban en la habitación de ella y de nuevo totalmente solos en esa humilde habitación de sirvienta.
A Kath le daba cosa estar con él en ese lugar por segunda vez, y más, cuando su prometida estaba cerca. Sus palabras seguían en su cabeza atormentándola y asustándola enormemente.
Si Bárbara supiera que ella y su señor se habían acostado juntos en varias ocasiones, no sabía que sería capaz de hacer... Kath tenía miedo de que lo suyo con su amo fuese descubierto.
—¿Katherine? —llamó Nathan al verla con inquietud en el rostro. Ella reacciona al sentir sus nudillos en la mejilla—, ¿te pasa algo?
—Eh... yo... —tartamudeó ella nerviosa.
Al mirarle a los ojos de nuevo quedó muda y prendada de él. Eso la hizo recordar en las palabras de Bárbara, y por ello, apartó bruscamente esa mano con la suya lastimada, y se puso de pie para alejarse.
Esa reacción confundió al joven conde que la siguió con la mirada... La chica estuvo de espaldas a él, arrepentida de ese acto que no era propio de una sirvienta.
—¿Katherine?
—Lo siento, pero... esto no puede seguir, mi señor —dijo ella antes de volverse y mirarle a la cara—. Lo que tenemos, lo que hacemos... no está bien.
—¿No está bien... el qué?, ¿Acostarnos? —preguntó Nathan acercándose a ella poco a poco, Kath retrocede hasta apoyarse en la pared de detrás suyo, nerviosa—. ¿Te preocupa que Bárbara lo sepa y haga algo contra ti? Eso es lo que pasa ¿no?
—¡No!
—Je... Siempre has sido una mala mentirosa, Katherine Jackson —se burló él al estar cara a cara, arrinconándola con las manos contra la pared—. Empiezo a entender que pasa aquí con tan solo mirar tus ojos.
—No ha pasado nada... con la señorita Bárbara —dijo ella desviando la cabeza, entonces Nathan la cogió de la barbilla para obligarla a mirarle sin apartar la vista.
—Ella no podrá hacerte ningún daño, no mientras seas mi sirvienta —aseguró él serio y algo molesto—. Es mi prometida, sí, pero puedo cancelar nuestro compromiso cuando me plazca y más aún... si ella me hace enfadar por sus estúpidos caprichos.
—¡Mi señor! os estáis equivocando —dijo Kath viendo a donde iba todo eso—. No debéis romper ese compromiso por alguien como yo, soy una simple sirvienta que os obedece por profesión y deber, en cambio usted, debe casaros con alguien como ella.
—No tengo por qué —dijo él decidido—, me caso con quien quiero y cuando quiero —Miró a Kath de arriba abajo—. Tal vez lo haga... contigo —Kath lo miró sorprendida, y él se ríe—. Jeje... era una broma... Eso sí que sería una locura, aunque no me importaría.
—Pero, mi señor, yo no...
—Kath —llamó él por primera vez a la joven por su apodo, acariciando su mejilla izquierda—, ya te he dicho antes esto: te quiero. Cuando te lo dije, no mentía, y a pesar de cómo empezó lo nuestro, definitivamente, estoy enamorado de ti.
Kath miró al conde emocionada por esas palabras. Kath sabía que estaba mal esa relación entre un amo y una sirvienta, pero lo que sentían era mutuo y ella no podía evitarlo, sin dudar ella también se había enamorado de él y no podía cambiarlo por más que lo intentara.
Quiso decir algo, pero Nathan no la dejó. La besó con ternura y suavidad... Kath disfrutó mucho ese tierno beso sincero.
Mientras la besaba, Nathan no esperó a meterle mano por sus muslos y ante eso la chica se apartó un poco avergonzada.
—Mi señor no, ahora no... —suplicó ella temblando ante sus besos y caricias—, su prometida esta...
—¡Al diablo con ella! No tenía derecho a tratarte mal y hacerte daño —dijo él cargando con ella en sus brazos sin mucho esfuerzo—. Éste será tu premio por aguantar sus humillaciones y también será un castigo para ella, a pesar de que quizás nunca llegue a saberlo.
—Pero...
—Calla, no digas nada más —ordenó dejándola en la cama con él inclinado sobre ella—, solo, déjate llevar como haces siempre, mi amor.
La chica quiso detenerlo, pero cuando él empezó a besarla y desnudarla, no hubo modo de hacerlo parar y la verdad, tampoco quiso.
ESTÁS LEYENDO
La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)
Historical FictionKatherine Jackson es una chica humilde que desea tener un trabajo digno de sirvienta, como tuvieron sus padres. Consigue cumplir su sueño cuando es contratada en la Mansión Sullivan, la casa del Conde más poderoso y respetado de la ciudad. El dueño...