Capítulo 49 - Si te vas... a otro lado

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Aún le temblaban las manos cuando regresó a la fiesta. El sonido ensordecedor de su corazón en sus oídos le decía que todo había sido real y que Alba acababa de darle el regalo más bonito que jamás podría esperar. Y se sentía en una nube.

Subió al que iba a ser su cuarto aquella noche y apoyó el lienzo cubierto contra la pared, retirando el papel una vez más y dándole un último vistazo, completamente emocionada. La rubia había sabido moldear a la perfección aquel mito del girasol que le contó una vez y darle su propia forma, reflejando en el cuadro la calidez y el brillo de las flores. Se podía apreciar, además, cómo había entendido que ella, Natalia, había estado esperando paciente tal y como le dijo, que siempre iba a estar ahí y que se iba a girar hacia ella, pasase lo que pasase.

Pero Alba también le decía con aquella imagen, con el detalle de que todos y cada unos de los girasoles estuviesen girados para mirarla a ella, que igualmente quería ser su Apolo y seguir a su amor, lo que provocaba que se le encogiesen las entrañas ante tal inquietud.

No habían vuelto a hablar del tema, pero sabía que Alba se estaba esforzando y aquel regalo era sólo una prueba más de que todos y cada uno de los pasos que habían ido dando entre las dos ya estaban mereciendo la pena.

Sonrió de manera inconsciente y tapó bien el cuadro, alejándolo de posibles miradas indiscretas, y bajó de nuevo a la fiesta con una sensación en el pecho que sentía como si le fuese a brotar a través de la piel, quedando expuesta ante todos. Se sirvió una copa y en cuanto estuvo entre sus amigos no pudo evitar buscarla con la mirada, percatándose en cuanto dio con aquellos ojos dorados que la rubia estaba haciendo lo mismo.

Se sonrieron con los labios y los ojos y más de una vez tuvieron que dejar aquella necesidad a un lado, sabedoras de que algunos de sus amigos estaban pendientes de ellas, conocedores de la situación y animándolas a avanzar. Querían su tiempo y ritmo, así que se giraban con toda la intención de no verse más, pero terminaban fallando estrepitosamente.

Alba, en cada uno de esos intentos de dejar de seguir a la morena con la mirada, daba un buen sorbo a su copa, lo que hizo que la ginebra hiciese su efecto antes de lo que pensaba. Se encontraba bien, pero la vergüenza a ser pillada por los demás o por la propia Natalia cuando le echaba alguna ojeada más sugerente que otra se había ido difuminando un poco. Mirar a Natalia era una de sus cosas favoritas en el mundo y, además, le parecía que aquel día estaba guapísima con sus botas militares, la falda negra de cuero y el jersey amarillo.

"Pff, amarillo girasol, cómo no...", pensó riéndose de sí misma.

Se había pasado el día nerviosa. Qué digo el día, la semana entera. Recrear en su mente las mil y una posibles reacciones de Natalia al recibir su regalo le habían quitado hasta horas de sueño. Pero en aquel instante, mirándola mientras bailaba y reía con sus amigos tras haber visto su gesto de verdadero asombro mezclado con la emoción; tras haberle confesado al fin que ella era su chica girasol... supo que había merecido la pena cada segundo de los que había perdido el tiempo pensando en ella.

Y aquel abrazo... Aún podría sentir los largos brazos de la morena rodeándola, apretándola contra su cuerpo mientras notaba el acelerado repiqueteo de su corazón en su pecho, donde había dejado descansar su rostro para sentirla aún más cerca. Y pensaba mientras sonreía que, si tuviese que hacer un ranking de abrazos, sería su favorito o, si no, el que más había deseado.

Se pasaron así la tarde y parte de la noche, entre copas, miradas, roces fortuitos y alguna que otra conversación poco trascendental que compartían siempre con alguien más, pero que para ellas se convertía en lo más interesante del mundo sólo porque estaban escuchando la voz de la otra.

GATA NEGRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora