67 - Epílogo

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Pasaban las ocho y media de la tarde del sábado veinticinco de septiembre y la galería ya estaba de bote en bote. Había saludado ya a mucha, muchísima gente conocida y caras nuevas que se habían acercado por la simple curiosidad de conocer el trabajo de Eilan Bay, bautizada como la promesa de la fotografía en el país. Pero claro, no sabían que se trataba de la reputada fotógrafa Natalia Lacunza, que ya contaba con una extensa carrera a sus espaldas, y que con aquello tan sólo estaba ampliando horizontes y, sobre todo, cumpliendo un sueño.

Se había quedado en la esquina que daba a los baños parada un momento, observando con ojos brillantes a los asistentes a la inauguración, sus caras y sus gestos, sus animadas conversaciones, y sonrió intentando asimilar que estaban allí por ella y su trabajo. Le habían llovido las felicitaciones y estaba un poco abrumada por las sensaciones que le llenaban el pecho. No estaba acostumbrada a tanta atención.

La emoción le bullía en las tripas y no había sido capaz de probar bocado en todo el día, nerviosa y vigilante hasta última hora de cada detalle, puliendo flecos y repasando un discurso con el que se abría al mundo, la crítica y todo aquel que quisiese pararse un momento a admirar su obra. Y estaba impresionada de que fuese tanta gente la que había respondido con un gran sí a la primera. Se sorprendió cuando Gotzon, encargado de los contactos y las invitaciones a la inauguración, le dijo que había logrado llenar la sala sin que nadie la conociese aún; pero verlo con sus propios ojos y ser el centro de atención de tantísimas personas la había tenido en un constante estado de alerta que no le había dejado disfrutar de las cosas al cien por cien.

Se llevó la copa a los labios y dio un gran trago, terminándose el vino que se estaba bebiendo, y separó la espalda de la pared con un gran suspiro, dispuesta a volver a mezclarse entre el gentío y seguir escuchando a la gente hablar de su exposición. Caminó decidida a integrarse con algún grupo de desconocidos y dejarse ver, pero divisó en un lateral una cabellera castaña y a un chico de rizos que hizo que se le dibujase una sonrisa en la boca, así que cambió de rumbo y se dirigió hacia ellos en busca de la calma que su alma necesitaba.

Elena, nada más verla, sonrió a lo grande y se lanzó a rodear su cintura con sus brazos, haciendo Natalia lo mismo por sus hombros. Cerró los ojos e inhaló un segundo su aroma, aquel que le daba sosiego a su apresurado corazón. Olía a casa.

-¿Cómo lo estáis pasando?

-Genial, Nata. Yo estoy flipando con la cantidad de gente que hay - respondió Elena.

-Y yo con la cantidad de comida que hay - habló Santi con la boca llena.

-¡Santiago, por favor, esos modales! - frunció el ceño su tía Andrea.

-Deja que coma, tía Andrea, para eso está - le quitó importancia - ¿Dónde están los demás?

-Ici anda por ahí con tu amiga María y no sé quién más. Nire alaba, aquí hay tanta gente que yo ya me pierdo con tanta cara, de verdad. Estoy muy orgullosa de ti, Natalia. Lo que has conseguido tú sola es maravilloso - dijo Andrea cogiéndole una mano para darle un apretón.

-Y yo, tía - se guardó las lágrimas para dentro - Pero esto no lo he conseguido sola. Sin la ayuda de Gotzon, y por supuesto de Alba, no habría podido hacerlo.

-Hombre, partiendo de la base de que Alba es la modelo, pues claro - rió Elena aún abrazada al cuerpo de su hermana.

-Ella me inspiró - se encogió de hombros - Lo demás vino rodado.

-Pues me alegro un montón que Alba apareciese en tu vida, laztana. Te ha hecho mucho bien.

-Sí que lo ha hecho - asintió a punto de llorar otra vez - Por cierto, ¿sabéis dónde está?

GATA NEGRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora