Capítulo 51 - Pasitos de hormiga

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Aparcó la moto a un lado de la carretera, apoyando un pie en la acera, y apagó el motor. Se quitó el casco y puso de nuevo el enganche, colocándoselo en el codo y sacando del bolsillo de su cazadora el móvil para ver la hora. Llegaba cinco minutos antes de las diez, pero no había sido capaz de esperar en casa ni un segundo más.

Notaba cómo le temblaba el cuerpo y sabía que no era el efecto del motor bajo sus piernas. No le había dado tiempo. Puso el pata cabra y se bajó de la moto. Se encendió un cigarro mientras esperaba a que Alba bajase y para ver si así se le iban un poco los nervios, pues desde que aceptó acompañarla había estado viviendo casi en los mundos de yupi.

Y es que había pasado por todas las fases posibles: bloqueo, preguntándose qué coño había hecho y por qué había aceptado tan rápido aquel encuentro; pánico, principalmente por no saber a ciencia cierta si aquello era una cita o una simple salida para comprar muebles; negación, cogiendo el teléfono hasta cuatro y cinco veces al día, dispuesta a cancelar aquel disparate con la rubia, pero arrepintiéndose enseguida para que Alba no se sintiese mal por decirle que no; aceptación, asumiendo que esos acercamientos tenían que ir produciéndose poco a poco y que no podía darle plantón a la rubia por sus dudas; y finalmente ilusión, aderezada con un poquito de nervios y curiosidad por lo que pudiese pasar a partir de aquella extraña cita para ayudarla a empujar un carrito mientras que la veía elegir estanterías.

Estaba pletórica, no se iba a engañar, pero a la vez muerta de la impresión que le daba pasar toda una mañana con Alba, a solas, sin nadie de apoyo a su alrededor para escapar con cualquier conversación. Hasta ella misma se reía de la tontería que le parecía la situación si la analizaba con detenimiento, pues siempre se había sentido a gusto con la rubia, incluso cuando no tenían nada de confianza. Pero los sentimientos que había de por medio complicaban un poquito que acudiese a aquel encuentro con la soltura made in Lacunza habitual.

Se terminó el cigarro y lo apagó, tirándolo en la papelera más cercana. Caminó unos pasos y, al darse la vuelta, pudo ver cómo Alba salía de su portal y giraba la cabeza de un lado a otro, buscándola. Natalia sonrió por el gesto de confusión de la rubia, pues veía la moto, pero no a ella. La observó por un segundo, con sus vaqueros, sus botas negras y el enorme abrigo de plumas envolviéndola. Además, llevaba un gorrito negro por el que le asomaban las puntas rubias y onduladas de su pelo, haciéndola ver aún más adorable.

Regresó sus propios pasos y se colocó a la espalda de Alba, aún buscándola con la mirada, y se aproximó a ella tan sólo un poco, pero le sirvió para que sus fosas nasales se llenasen del aroma dulce de la rubia. Cerró los ojos, sintiendo cómo su propia piel recordaba el olor, erizándose al instante. Los abrió de nuevo y, tras calmar su alocado corazón, se decidió a hablar.

-¿Había pedido usted un paseo en moto?

-¡Nat! - se asustó dándose la vuelta con una mano en el pecho - ¡Por Dios!

-Perdón - dijo con una sonrisa apartándose de su espalda - No quería asustarte.

-Ya vengo asustada de casa, tranquila - dijo mirándola con los ojos muy abiertos.

-¿Por qué? ¿Qué te pasa? - se preocupó al verla agitada.

-Que me tengo que subir ahí - señaló la moto con cara de pánico.

-Venga ya, Alba - rió Natalia perdida en lo adorable que le parecía siendo una niña asustadiza - Si te has subido antes en mi moto.

-Lo sé... pero me sigo poniendo nerviosa - le aclaró la rubia mordiéndose el labio, gesto que siguió Natalia con sus ojos, apartándolos nada más darse cuenta de hacia dónde estaba mirando.

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