Capítulo 59 - La gatita ronroneante

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Sintió la vibración bajo la almohada y estiró el brazo para meter la mano debajo ella, aún con los ojos cerrados y emitiendo un pequeño gruñido como queja por haber perturbado su sueño de aquella manera. Sacó el teléfono y miró la pantalla iluminada con el despertador aún sonando, achinando un poco los ojos por la molestia, y apagándolo al instante para que dejase de zumbar de aquella forma tan desagradable. En ese momento se maldijo a sí misma por haber puesto la alarma tan temprano después de la noche eterna de la que había disfrutado, nada más y nada menos que las 7:30 horas del sábado dos de abril.

¿Y por qué? Pues porque quería regalarle a su rubia las mejores vistas del amanecer de Madrid desde su terraza. Alba le había pedido que viesen juntas el amanecer como clara excusa para que pasasen la noche juntas, pero Natalia, en su infinita dedicación por complacer a la rubia, quería dárselo de verdad.

Natalia dejó el teléfono sobre la mesilla y se giró despacio en la cama, con cuidado de no despertar a Alba. En la penumbra del cuarto pudo distinguir a la rubia boca abajo, con la cara hacia ella y cubierta hasta el cuello con la colcha, y no pudo evitar sonreír ante la dulzura que emanaba de su rostro, con el moflete aplastado contra la almohada y el pelo revuelto tapándole la frente.

"Mi ángel".

Suspiró al notar las mariposas revoloteando en su pecho, calmadas pero constantes, y se quedó unos segundos absorbiendo cada mínimo detalle de lo que suponía amanecer con Alba Reche en su cama, junto a ella y así de radiante. No era la primera vez, pero pensó que sí la más hermosa. Y es que cada roce de piernas que sentía al moverse, cada abrazo en la noche mientras dormían, o cada respiración junto a su cuello le llegaron a erizar la piel hasta tal punto que llegó a preguntarse cómo se podía tener frío en los brazos de Alba, el lugar más cálido del mundo.

Dejando una suave caricia con la yema de los dedos sobre su rostro se levantó de la cama, se puso algo de ropa y salió del cuarto de la manera más sigilosa que pudo. Pasó rápido por el baño y se metió en la cocina para preparar un par de cafés bien calientes. Los dejó sobre la mesa del salón y buscó un par de mantas de las gordas, las que usaban María y ella en pleno invierno, y las dejó junto a las tazas. Sonriendo, cosa increíble hasta para ella habiendo dormido apenas un par de horas y sin haberse tomado aún su ansiada dosis de cafeína, se dirigió de nuevo a su cuarto y entró para encontrarse a Alba en la misma posición en la que la había dejado. Se tumbó junto a ella y con una mano empezó a repartir caricias por todo su rostro, riendo en silencio al ver cómo arrugaba la nariz, intentando apartarle la mano con un ligero movimiento de cabeza que, evidentemente, no le sirvió de nada.

-Albi - susurró Natalia acercando la cara a la de la rubia - Va Albi, despierta bebé...

Un sonido incomprensible de la garganta de Alba y un movimiento rápido para esconder la cara entre las sábanas fue lo único que Natalia consiguió con aquel intento. Pero no desistió e hizo que las caricias dejasen de ser sutiles para pasar a una ofensiva más clara, llevando su mano bajo la sábana y notando la piel desnuda de la rubia bajo su toque, haciéndola suspirar de nuevo ante la suavidad que encontraba siempre en cada uno de sus huecos. Se humedeció los labios al ver cómo Alba sacaba la cabeza de debajo de la colcha con un delicado movimiento, aún con los ojos cerrados.

-Nat... - se quejó con la voz ronca, un sonido que llegó directamente a la entrepierna de la morena.

-Albi... - siguió llamándola, decidida a ignorar sus instintos y sacar de la cama a aquella marmota que se le estaba resistiendo - Venga, abre esos ojitos que te los quiero ver.

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