Capítulo 65 - Nuestra isla

7.2K 377 57
                                    

Notaba el calor del sol en cada parte de su cuerpo, la brisa acariciándolo y cómo se le pegaban las partículas de arena. Tenía los dedos de una mano enterrados en ella, adorando la sensación de calidez en la superficie y de frescor y humedad si ahondaba con ellos más al fondo. La otra mano descansaba sobre la toalla con los dedos de Natalia entrelazados con los suyos y notaba de vez en cuando cómo movía el pulgar por su piel, acariciando.

Descansaba con los ojos cerrados, las gafas de sol para que la luz no le molestase tanto y vestía un gesto de relajación en el rostro que no recordaba sentir hacía mucho tiempo. El trabajo y las nuevas responsabilidades que se había cargado a la espalda estaban empezando a pasarle factura, así que la idea de Natalia de secuestrarla un ratito y llevarla a aquel paraíso de playas vírgenes y aguas cristalinas le estaba pareciendo en aquel momento la mejor del mundo.

Abrió los ojos y giró la cabeza para mirar a la morena. Estaba estirada boca arriba en su toalla de aguacates, también con los ojos cerrados y el rostro inclinado hacia ella. Se puso a detallarlo de manera inconsciente, repasando sus cejas oscuras y despeinadas, sus largas pestañas tocándole casi los carrillos encendidos por los rayos del sol. Tenía el pelo recogido en un moño destartalado en lo alto de la cabeza, dejando al aire sus orejitas puntiagudas, cayéndole tan sólo mechones de su rebelde flequillo por la cara. Se fijó en su nariz y en lo que le gustaba el septum que siempre llevaba, llegando después hasta sus labios rojizos, suaves y apetecibles a su vista, y terminó en el lunar que tanto adoraba acariciar con sus dedos cada vez que la besaba.

Siguió paseando sus ojos por su cuello, los lunares que lo decoraban, su pecho descubierto al sol y su abdomen subiendo y bajando relajado. Era preciosa, perfecta en todos los sentidos. O al menos a sus ojos era así.

Suspiró para soltar un poco el nudo que se le formaba en el pecho cada vez que se paraba a mirar a su morena. Eran tantas las emociones que se le acumulaban que casi se le atoraban en la garganta, dándole ganas de llorar. Pero llorar de bonito.

Estar allí con ella y que encima se tratase de una sorpresa que Natalia le había preparado con total y absoluto secretismo, y todo para que pudiesen vivir juntas de nuevo aquel primer viaje que hicieron cuando se conocieron... le tenía el corazón demasiado alocado y contento.

"¿Creo que esto es estar enamorada, no?", pensó para sí misma mordiéndose la sonrisa que no pudo evitar dejar escapar.

Y es que llevaba mucho tiempo convencida de que sí, que estaba loca y completamente enamorada de Natalia, de su manera de ser, de sentir y de vivir. Enamorada de la forma que la miraba con sus ojos cafés, de la forma que la tocaba. Enamorada de sus canciones y sus letras, de sus palabras y de todo lo que no decía... pero sí que veía en su mirada. Y sobre todo estaba enamorada de la manera en la que la trataba y le hacía saber cada día que era la única a la que se había girado a mirar en toda su vida.

Sí, sabía que estaba enamorada, y mucho, pero había querido seguir pisando con cuidado sobre las arenas movedizas que alguna vez supuso para ella el amor. Había tenido varias experiencias y tan sólo recordaba haberse enamorado una vez en toda su existencia. Javi había sido el encargado de entrar en su tierno corazón para mostrarle todo lo bello que suponía querer a una persona de aquella manera. Lo malo es que también le enseñó lo feo y eso hizo que se crease a sí misma un caparazón que ni ella misma podía ver.

Suspiró admirando aún a la morena y, sin poder evitarlo, sonrió. Natalia le había devuelto las ganas de dejarse llevar, de volver a apreciar y querer vivir todo lo que suponía enamorarse otra vez. De volver a sentir por alguien tan fuerte que le doliese el pecho. Que las ganas de verla fuesen lo primero en lo que pensase al despertar cada mañana o que su risa se convirtiese en aquello que querría escuchar a cada hora. Que tocarle la piel le pareciese insuficiente, que quisiera traspasarla y se capaz de cobijarse dentro de ella para ver todo lo que allí habitaba, mostrándole también todo lo que ella misma tenía para dar. Todo eso y mucho más era lo que le revoloteaba el pecho cada vez que la miraba. Cada vez que la pensaba.

GATA NEGRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora