40. El día más azul

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Los días habían dejado de ser lo mismo hace mucho tiempo para Luzu, ya no comprendía porque el cielo siempre estaba tan azul y porque los pájaros cantaban, ¿qué motivo había para que todo fuese tan alegre? ¿acaso nadie se tomaba un segundo para pensar en lo mal que lo estaba pasando dentro de aquellas paredes que había levantado por su cuenta para mantener toda esa asquerosa felicidad fuera de sus aposentos? Le enfermaba oír a los niños reír, ver a las parejas cogidas de las manos paseando con alegría e incluso odiaba ver como el sol tenía el coraje de asomarse y alumbrar sobre su cabeza. Hace años aquellas pequeñas cosas eran las que lograban que su día comenzara de buena manera pero, ahora, las cosas habían cambiado, él había cambiado y ya no estaba dispuesto a derrochar sus emociones con algo tan tonto como la "felicidad" o la "esperanza".

Pero, sí, siempre había un pero y el suyo era Lana, a veces le enfurecía como ella podía sacar aquel Luzu que alguna vez fue, el Luzu que reía a carcajadas y se preocupaba más del resto que de si mismo, pero, en su mayoría, intentaba no cuestionarselo porque la amaba, a pesar de todo lo que tenían por delante, un futuro oscuro y tormentoso, se dejaba ser amado y se permitía sentir todo eso por Lana porque, si no lo hacía ahora ¿entonces cuándo? Lo único bueno que tenía era a ella y sólo quería conservarla a su lado hasta que aquél día llegara porque sabía que así no se iría solo. Le preocupaba, era cierto, el dejarla sola tras su muerte pero Lana sabría apañárselas, era una chica preciosa, inteligente y alegre, podría sobrevivir tras su muerte incluso mejor que ahora, se atrevía a decir. 

— ¿En qué andas? —, inquiere Lana apareciendo por la espalda de Luzu, pasó sus brazos por sus costados rodeando con suavidad, sintió su barbilla sobre su hombro y supo que sonreía a pesar de no poder verla.

— No puedo pensar dejar de pensar en la profecía —, responde pasando las manos por las hojas desgastadas y amarillentas de aquél libro que había robado de la biblioteca de Karmaland.

— ¿Cuánto llevas con el Libro Oscuro? Sabes que no puedes estar con él mucho tiempo seguido, puede...

— Lo sé, conozco sus repercusiones —, asiente Luzu repetidas veces observando los dibujos del libro que parecían simples siluetas sin forma definida pero, mientras más las miraba, más le parecía que las líneas se movían intentando escapar de las hojas del libro.

Tal vez Lana tenía razón, tal vez llevaba demasiado tiempo con el Libro Oscuro y este estaba comenzando a apoderarse de su cabeza, cerró el libro bruscamente logrando que la habitación se sumiera en un absoluto silencio, se percató de que todo ese tiempo estuvo escuchando un pitido que recién se había callado, el fuego de las velas dejó de sisear de un lado a otro y los panfletos sobre su mesa dejaron de ser alzados por el viento, fue como si todo lo que había escapado del Libro volviera a su interior donde debía estar. Aún así su mente no se despegaba de las líneas de la Profecía, era muy conocida por el Pueblo, hace un par de años había aparecido una mujer pequeña por las calles de Karmaland recitandola a todo pulmón, tras aquél incidente Merlon se encargó de indagar por su propia cuenta descifrando, por fin, que se trataba de la Profecía del Pueblo de Karmaland, una Profecía que parecía relatar el final de su pueblo lo cuál logró alamar a todos, a todos menos a Luzu, a él sólo le perturbaba la parte de la Profecía que hablaba de aquél viajero que volvía a su hogar, desde le primer momento que la escuchó supo que hablaba de Auron, sabía que estaba destinado a volver pero, ¿por qué? ¿A qué volvería? ¿Iría a verle? ¿Alcanzaría a verle? Aquél pensamiento no le dejaba descansar, la sola idea de pensar que Auron podría volver en cualquier momento hacía que le hirviera la sangre, debía prepararse para su llegada, no dejaría que sus actos no tuvieran consecuencias. 

De pronto, el libro se abrió de golpe sobre la mesa haciendo retumbar la habitación, Lana se apartó de Luzu de golpe y retrocedió con sus ojos fijos en la mesa con extrañeza, Luzu la observó con el ceño fruncido, vio como de los dedos de Lana salían brillos azulados, sus ojos comenzaron a reesplandecer como hacían cada vez que ella se sentía amenazada, Luzu la sujetó suavamente de la muñeca y la observó a sus ojos que poco a poco fueron recuperando su tonalidad marrón.

— Tranquila... —, susurra con suavidad, Lana recuperó su aspecto humano por completo y le miró con lo que parecía temor bastante palpable.

Luzu se volteó lentamente para observar el libro cuyas páginas pasaban con rapidez como si el viente lo estuviese moviendo pero era imposible que en su guarida subterránea hubiera cualquier corriente de aire, avanzó un paso hacia el libro y, al hacerlo, este dejó de moverse inmediatamente, los ojos de Luzu recorrieron las líneas de aquél párrafo interminable y, a medida que iba atrapando las palabras sus ojos se iban abriendo más y más por la sorpresa, apoyó sus manos junto al libro y se inclinó hacia adelante devorando las palabras sumido en su lectura de aquél hechizo que recitaba el Libro Oscuro. La chica que estaba a sus espaldas miraban en todas dirección con claro terror en sus ojos, oía miles de voces a su alrededor susurrando palabras inteligibles que no hacían más que alertarla, hizo el intento de atraer la atención de Luzu jalando de su remera oscura pero él parecía consumido por las palabras del libro, comenzó a llamarle con desesperación a medida que las voces se iban haciendo más fuertes, lágrimas brotaban de sus mejillas, el aire a su alrededor quemaba su piel por lo que tuvo que apartarse rápidamente. Vio las manos de Luzu sujetando el libro con fuerza, éstas habían tomado una tonalidad rojiza, él también estaba siendo quemado por el aire, sin pensarlo más, Lana se concentró y nuevamente un brillo azul salió de sus dedos, poco a poco aquél brillo comenzó a aumentar de tamaño hasta crear una gran burbuja que encerró a ambos logrando combatir la quemazón del aire. Sus ojos miraron a través de la pared invisible de la burbuja y vio como los panfletos que habían salido disparados de la mesa ardían en llamas, el suelo del refugia también estaba ardiendo, las velas se derritieron por completo, estaban rodeados de llamas. 

 — ¡Borja! —, exclama en un doloroso grito, las paredes de la burbuja estaban comenzando a derretirse por culpa de las llamas que ardían a su alrededor, Luzu se volteó para verla, en su rostro no había ninguna expresión y en sus ojos se podían ver llamas reflejadas como si estuvieran atrapadas en su iris.

— Ya sé que haré con Auron cuando llegue.

Cuando muera; Luzuplay [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora