57. La reina Amidala

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La isla de las sirenas se encontraba al lado contrario del cartel de Karmaland y, pese a que Auron había dejado bastante claro que tenía prisa, las Sirenas no dejaban de detenerse con cada pequeña cosa que veían y se quedaban hablando de ella un buen rato, Auron ya comenzaba a cabrearse, llevaban caminando ya media hora y aún ni siquiera llegaban al pueblo, a ese ritmo terminarían llegando a la isla anochecer y no le hacía ninguna gracia tener que ir a la ciudad acuática de noche cuando todos los zombies, esqueletos y ahogados salían a la superficie.

Llegaron al poblado luego de un buen rato y, para sorpresa de Auron, las Sirenas no se detuvieron a observar nada, incluso apresuraron el paso para no ver el lugar, en cambio fue Auron quien se detuvo justo en la pileta central de Karmaland mientras observaba las edificaciones destruidas, las calles agrietadas, habían troncos de árboles en medio del camino y algunos otros sobre las casas, paseaban unas cuantas personas cabizbajas, el tan pulcro Ayuntamiento de Lolito ahora tenía incluso más palabras escritas en él de la misma índole, las ventanas estaban rotas y el segundo piso parecía haber sido quemado. Sintió su corazón achicándose en su cuerpo al ver su ciudad en las ruinas, lo peor es que aún no pasaba la verdadera catástrofe, tenía que terminar de destruir el pueblo para salvarlo lo cual, sí, sonaba ridiculo, pero según los Dioses aquella era la única opción y lo único que podía hacer ahora era confiar en ellos.

— Dios santo... —, habló entre dientes, las Sirenas se detuvieron a media cuadra de él al percatarse que no les seguía y se retorcieron incómodas, Auron se volteó para verlas —. Debemos encontrar a Circón ya.

Las sirenas asintieron con la cabeza y siguieron andando, Auron dio una última mirada al pueblo con un enorme nudo en el estómago y las siguió. Aquella imagen le seguiría por toda su vida pero, al menos, podría usarla para cumplir su misión fervientemente. Ya no tenía dudas de lo que debía hacer, era pura determinación.

La isla se encontraba a un par de metros de la costa en donde la casa de Lolito se encontraba, incluso se podía divisar desde la montaña de en frente, antes de que Auron preguntara cómo llegar a ella, las Sirenas saltaron al agua, en cuanto sus pies tocaron el mar recuperaron su forma de sirenas y salieron disparadas en dirección a la isla dejando a Auron junto a los dos peros en la costa sin saber que hacer. Miró en todas direcciones con confusión como a buscará una manera de llegar allí hasta que sus ojos se detuvieron en el pequeño puerto de Lolito donde había una balsa vieja atada a uno de los postes.

— Lolito de seguro ni lo notara.

Desató la balsa, los siberianos saltaron de inmediato al interior de esta, la empujó mar adentro hasta que el agua le llegó a la cadera y se subió. Encontró al fondo de la alza un remo y con eso comenzó a navegar mar adentro siguiendo el rastro de espuma que dejaban las sirenas tras de sí. Mientras más se acercaba más claramente podía ver la isla, no sabía que había imaginado pero no era eso. La isla era diminuta, a penas sobresalía de la superficie, era una piedra con bastante musgo sobre esta, se podían ver algunas otras rocas bajo del agua y divisó varias cuevas acuáticas. Sobre la piedra habían tres sirenas que observaban a las dos sirenas dela fuente y las escuchaban con la barbilla muy alta, en sus manos sostenían unos enormes tridentes a excepción de la sirena del medio quien tenía una caracola del tamaño de la cabeza de los perros de Mangel, aquella sirena tenía una tiara sobre su cabello caramelo y sus ojos no eran azules pero sí de un color amarillo.

Detuvo la barca junto a la roca y, en cuanto lo notaron, las sirenas se voltearon a verle, las dos sirenas del tridente retrocedieron y la de la caracola se tomó el tiempo para observarlo de arriba a abajo casi con desprecio. Auron supuso que las sirenas de la fuente les habían comentado de su condición de Dios y como eran, básicamente, parientes. Hasta donde sabían entre sangre divina no se lastimaban tal y como los demonios no lo hacían, era una especie de lealtad ciego, lo único que podría provocar que le lastimaran sería en defensa propia o por una orden divina pero, tratándose de un Dios como él, ninguna orden divina sería suficiente como para que le atacaran.

Cuando muera; Luzuplay [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora