Umbral

20 2 0
                                        

Ocurrencias vacías, despliegues de alineamientos que abordan la luz desgastada de aquella ventana sin vidrios, se dibuja una figura en el hipotálamo, la respiración  se vuelve abrupta, ¿qué colores son los que no tienen color? El brillo se escapó del cielo por unos segundos, todo convergio en un párrafo que se perdió en aquel ron barato, sobriedad como sinónimo de malestar, casi dependiente de pender de eso que te destruye. Se abrieron las puertas de una habitación en la cabaña de la mente, todas roidas por dentro, temblaban los cimientos de la cordura que ni el sabía si aún era cordura, con una cuerda sujeto su razón, porque esperanza ya se había perdido por ende no quedaba nada, la nada se hizo presente en los peldaños del leve rasgo empático, ¿será que siempre fue nada? O tal vez nunca lo es. Rugían los pilares del pensamiento, los pesares pensaban que ya no pasarían, todos nos equivocamos constantemente, incluso las abstracciones, el marco cronológico se brecho al punto de converger en una estela de discernimientos falaces que constituyeron una dosis de opio para aligerar el sabor amargo de la luz que de a poco debelava las paredes, no había techo para tan poco, tampoco cielo, el único límite era su pura consistencia, la coexistencia se volvió imposible, debíamos romper la cuarta pared para cortar esa restricción del yo, armonizar con una constitución resiliente que apruebe al carácter hedonista,  variar un poco para variar. Un retrato de la bulimia hecho con puntillismo adornaba el suelo, se hacía difícil transitar aquella expresión visceral de los trastornos como arte, ¿de verdad será arte? ¿En qué punto deja de serlo? Un asesino en serie vagaba en los rincones, harto de si mismo, se arrancaba extensiones de la piel para sentirse vivo, creo que ya no sentía nada, tampoco se si alguna vez lo hizo, con su sangre adornó la pared dibujando su nombre "amor", luego lo adornó con claveles. Algo cansado me recosté en el medio de todo, tratando de suturar al ruido con los ojos abiertos y las manos temblorosas, me derrumbé de a poco mientras la habitación parecía fortalecerse, la fragilidad del humano denota la tortura cómplice del ser, o su propio motivo, el pensar.

Relatos de un don NadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora