XXIII

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Di una respiración profunda.

Había decidido que recuperaría mi brazo más adelante con la transformación, solamente si necesitaba pelear o si hallaba un lugar para descansar, para no agotar mi reserva de chakra. Ahora que no estaba con Naruto, tenía que asegurarme de saber administrar mi reserva de chakra, además de aguantar los leves síntomas de abstinencia.

Sentía que la temperatura de la fiebre había aumentado por la humedad de la cueva y me sentía incómoda después de toda esa tensa persecución, pero al menos ya podía asegurar más mi seguridad al haber perdido a Akatsuki.

El resto de la cueva era cada vez más largo. Llevaba al rededor de media hora caminando a un paso promedio, pero no había señales de una salida. En cambio,  cada paso que daba volvía el ambiente mucho más pesado y tétrico.

No fue hasta diez minutos después, que empecé a sentir pequeñas presencias cerca del lugar; civiles. Concluí que la cueva estaba rodeando alguna clase de pueblo pequeño.

Apresuré el paso, entusiasmada por alcanzar de una vez la salida para descansar en algún lugar. El pasillo de piedra se hacía cada vez más frío y angosto, hasta que, habiendo avanzado bastante, este desembocó en un espacio mucho más espacioso y cálido.

Me confundí por unos momentos, dado que aún me encontraba dentro de la cueva, pero la sensación difería mucho de donde caminaba minutos antes.

Decidí seguir después de unos momentos, no conseguiría nada quedándome parada, por lo que segui caminando con una mano en la pared derecha, para evitar perderme dentro del lugar, ya que no podía identificar qué tan grande era cuando todo se encontraba tan oscuro.

—¿Quién... eres? —una voz, ronca, me sorprendió entre toda la quietud. Me detuve de inmediato para asegurarme de que no se trataban de alucinaciones.

La cabeza me zumbaba y aún sentía el cuerpo débil y cansado. Me aseguré de prestar toda la atención posible a mí alrededor, a pesar del repentino malestar que me inundaba.

Esperaba haber confundido una corriente de viento, o alguno de los ruidos del pueblo con esa escalofriante voz. Sabía que en estos momentos no estaba ni de lejos en condiciones para sostener una pelea.

—¿Quién... eres? —en cambio, la voz volvió a resonar en todas las paredes de piedra, mucho más fuerte que antes. Yo moví mis ojos por todos el lugar sin encontrar nada entre toda la oscuridad.

No contesté a su pregunta. De repente sentí que ni siquiera era capaz de mantenerme de pie por mi misma, desesperandome de la incapacidad de mi propio cuerpo.

—¡No estoy buscando pelea, he entrado aquí por accidente! —alcé la voz, intentando que la persona que estuviera ahí no me ataque.

Era lo único que me quedaba por hacer cuando mi cabeza se empeñaba a desconectarse de mi conciencia, cuando mis piernas fallaban y mis ojos no obedecían mis órdenes de mantenerse abiertos. Intenté aferrarme a la pared de mi derecha para mantenerme de pie, en vano, pues poco después mis rodillas fallaron y me desplomé al suelo. Perdí mi fuerza por completo y, cuando mi mejilla alcanzó también la piedra, escuché unos pasos acercarse.

Y me desmayé.

(...)

Olía a pan recién hecho al levantarme.

Me sentía sumida en una tranquilidad infinita, entre cálidas cobijas que me envolvían y suaves olores que se parecían a lavanda. Desee quedarme recostada para siempre hasta que recordé donde me encontraba antes de perder la conciencia.

Me levanté de inmediato, alterada.

—Oh, parece que ya estás despierta —una voz rasposa, como la de un anciano, me contestó desde el otro lado del lugar. La reconocí como la que había escuchado momentos antes de desmayarme.

¡¿Cómo llegué aquí?!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora