14.Ella.

1.8K 124 15
                                    

14. Ella.

Intranquilidad.

Lo causante de eso era el estudio antropológico al que me estaba viendo sometida, las acciones que las personas hacían a mí alrededor, las palabras pronunciadas, el panorama de mi futuro. Sólo había asistido a cuatro escuelas durante mi vida, futuramente recolectando, en total, dos años de educación. El resto, la que consideraban crucial y al mismo tiempo miscelánea, me la habían dado en la agencia. Sin embargo, siempre lo había encontrado absurdo, una última opción sucumbida por lo comercial, tornando falsa la estancia en sí. 

   En el camino me había asegurado de quitarme mi sudadera, quedando sólo con mi camisa de Escocia, y me había puesto mi rutinario maquillaje para mis cicatrices, al igual que bálsamo para los labios, disimulando mi discreto volumen labial. Mientras entraba por las puertas de la escuela, cargando mis libros en una mochila rosa, me estaba haciendo una coleta alta. 

La gente pasó por indiferente mi presencia, porque esa era la verdad, no una historia absorta por el estereotipo basado en adolescentes: no nos importa el que va pasando enfrente, sobre todo a los hombres y menos si es lunes. La única razón por la que las mujeres viborean es por curiosidad, hábito, celos o inseguridad. Pero esas cosas sólo duran unos pocos segundos, el mismo tiempo que dura un paso sobre el suelo o el sonido de una palabra en el viento; después de eso, sólo pasamos, los demás vuelven a su vidas y actúan en sus círculos sociales como si en verdad les importara los problemas y opiniones de los otros, cuando en verdad están ensimismados  por problemas banales.

Al final, terminamos siendo un pequeño camino encrucijada en el paso de los demás, sólo dejando un camino más amplio en pocos casos.

Fui con la secretaria, quien me dijo que mi casillero era el número cincuenta y siete, y comencé a buscar mi casillero al salir de la oficina, intentando encontrar algún patrón, pero la búsqueda no fue exitosa. Los números parecían estar sorteados.

Fue cuando vi a un hombre tomando agua en un bebedero, sólo, que me atreví a acercarme.

—Oye— le toqué el hombro.

Éste se sobresaltó y le di un codazo a los materiales que tenía abrazados. Estos salieron regados al suelo, y ambos nos agachamos para recogerlos.

—Perdón, perdón, perdón. Es que me asustaste— dijo una profunda voz masculina, sonando agitada y alarmada, con un acento golpeado. Vi cómo comenzaba a mover sus manos frenéticamente, como si estuviera asustado, y recolectaba sus cosas.

— Nah, equis— dije, encogiéndome con indiferencia y ayudándolo. Levanté mi mirada, encontrándome con quien había chocado.

Lo primero que nota alguien al ver algo es lo suntuoso, lo absurdo, lo fuera de lo normal.

En este caso fue su cabello, que me hizo fruncir el ceño: el color cobrizo predominaba, pero al mismo tiempo tenía algunos mechones marrón y rojizo aclarados por el sol. Su color de piel era cálido, carne, levemente olivácea.

Lo tercero que noté fue la manera en la que estaba moviendo sus manos y juntaba todo lo desparramado rápidamente, refutando por lo bajo, como si estuviera apresurado.

— ¿Te ayudo a buscar algo?— pregunté, haciendo caso omiso a mi acento.

— Sí, mis... Mis lentes— dijo con los ojos entrecerrados y palpando a su alrededor, aun movimiento su libros, levantándolos del suelo.

Dejé caer mi mochila, pegué mi mejilla contra el gélido suelo, escaneando.

— ¿Qué estás haciendo?— preguntó lentamente, con extrañeza.

1. Agente TF01, origen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora