19.Ella.

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19. Ella:

El resto de su cuerpo estaba haciendo presión sobre mí, su rodilla sobre mi pelvis, entrelazando mis piernas entre las suyas y prohibiéndome moverme. Sujetó mis muñecas con sus manos, presionándome contra el suelo. Saqué una pierna debajo de la autómata mientras su rostro se acercaba hacia el mío. Le di un cabezazo, desconcertándolo, y saqué mi otra pierna. Le di la media vuelta, dejando su espalda pegada contra mi vientre, y entrelacé mis manos entre las suyas, seguidas por mis piernas. Comencé a subir mis piernas, sintiendo la presión de su cuerpo contra el mío, el frenesí de sus articulaciones intentando arañar las mías, de alejarlas.

Abruptamente, abrí mis piernas hacia mis lados,  extendiendo las suyas en el movimiento. Di una vuelta hacia atrás, arrastrando el cuerpo contra el mío, y ambas terminamos en la misma posición, con ambos pliegues pegados completamente contra el suelo, músculos ficticios rasgados. Tomé la cabeza de la autómata, la cual estaba enfrente de mí, y la viré, disociándola de su cuello.

La autómata soltó un chillido agudo, mostrando sus últimas devastaciones de su existencia, y segundos después escuché los metales carcomiéndose. Perdió la rapidez rápidamente, entre mis brazos, y lancé la cabeza y el cuerpo lejos de mí, hacia un plano yermo, donde dejó de funcionar segundos después. No había agua. No podía hacer corto circuito con nada. Puse mis manos enfrente de mí, impulsándome hacia arriba.

Tomás estaba inactivo a una escasa distancia de mí, jadeando y con una cortada en su mejilla. Una gota de sangre cayó en sus labios, y él la lamió.

—A la madre.  Eso no es normal— dijo—. Creo que estás condenada a ser virgen toda tu vida.  

— ¿Y quién dijo que soy?

Él sonrió, irónico. Las celdillas se volvieron trémulas de nuevo, desplazándose en su planicie. Miramos a nuestro alrededor, encontrando dos palancas en ambos extremos de la habitación, sobre una nueva torre pedregosa. Nos volteamos a ver y asentimos. Sincronizados, cada uno de nosotros corrió hacia un extremo paralelo de la habitación, tomando nuestras mochilas en el camino, y comenzamos a subir. Las piedras comenzaron a trepidar ante el primer contacto, tal y como el piso, y las veredas metálicas cambiaron a ser pedregosas y terrosas, avisando un nuevo cambio de escenario. Llegué a la cima antes de que el cambio de escenario se completara, y jalé palanca.

El temblor se intensificó, y las baldosas comenzaron a borbotear y a transfigurarse, hasta convertirse en grietas que corrieron por todo el suelo. Desde la distancia, casi en la cima de las piedras, vi cómo Tomás lanzó una autómata por una grieta que había crecido lo suficiente para engullir a alguien, y volvió a tomar su camino para imitar mis movimientos.

El suelo siguió tiritando,  llevando sus grietas hacia la cima, demarcándose en el techo, que comenzó a desligarse a nuestro alrededor, siendo tragadas por el dolina debajo de nosotros, el cual había abierto paso segundos atrás. Las oquedades redirigieron su camino, trazando un cuerpo, recorriendo para seguir con vida, y llegaron hasta las pilas de rocas que nos sostenían, ingurgitando nuestro sostén. Subí mi mirada hacia Tomás, elevando una ceja en un gesto de emoción, y él torció sus labios, sonriendo levemente. Ambos nos sujetamos a la palanca, preparándonos por el peso que estaríamos a punto de cargar.

Me sostuve con la mano derecha, mi mano fuerte. La última torre de piedras vaciló en la gravedad, y caí con tanta presión que solté un gemido cuando mis piernas dejaron de estar sobre una superficie plana. No me digné a ver hacia abajo, donde el abismo se extendía con tal profundidad que llegaba a un rio y dolina subterráneo, debajo de la isla. Los valles llevaban hacia zonas volcánicas, algunos rumoraba, mientras otros decían que había corrientes de remolinos.  Por su parte, los cándidos, a los que les pertenecía el mundo, decían que recorrían todos los mares del mundo. 

1. Agente TF01, origen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora