38.Ella:

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38. Ella:

Las luces se apagaron, dejándonos al mereced de la oscuridad, con manos deletéreas arrastrándose en un espectro electromagnético y con el efecto de sombras moviéndose a su alrededor.  

Me paralicé por completo contra mi voluntad, como si la masa alrededor de mí se acabara de moldear a mi perfil, atándome con fuerza contra mis propias extremidades y el suelo que tenía debajo de mí. Intenté moverme, profiriendo expresiones en diferentes idiomas. Sin embargo, seguía sintiéndome atrapada en algo perfectamente moldeado al volumen de mi cuerpo, entumeciendo mi cuerpo por completo.

El silencio y la oscuridad iban acompañados en una simple sintonía, hasta que, en un rotundo cambio, comencé a sentir el vibrar de la tierra al mismo tiempo que un gran agitar a mí alrededor, como si la base donde estaba se acabara de comenzar a propulsar sobre su propio eje, rotándose sucesivamente hacia adelante. Intenté sujetarme, encontrar algo a mí alrededor, sin éxito alguno. Terminé apretando mis puños con fuerza, siendo el único lugar donde en verdad podía encontrarme o sentir algo verídico. Por el resto del tiempo los tumbos en el aire y en la presión continuaron, sin dejarme irme o moverme hacia algún lugar, atrapada en una parte inexistente que parecía tan fácil de construir como se destruir o imaginar.

Finalmente, el temblor paró abruptamente, dejándome moverme por primera vez: pegué contra lo que parecía ser un cristal, enfrente de mí.

— ¿Tom?—  fue mi primer instinto.

— ¿Tamara?—  fue la primera respuesta.

Solté un suspiro y sonreí involuntariamente.

Estuve a punto de dar un paso hacia adelante, todavía en las tientas de la oscuridad, cuando la música comenzó.

Empezó con un suave vaivén lejano, casi como un eco, tan lejano y tan tranquilo que parecía casi una ilusión. Deslizares lentos, tranquilos, llevándome a una realidad completamente paralela a la que me encontraba.

Pequeñas voces murmurando en una ronca voz, mezclándose con pequeñas ráfagas de algunas tonadas de piano y violín, llevando el vaivén de la música cada vez más arriba, en una claustrofóbica melodía. Apreté mis labios y levanté de nuevo mi pierna. Estuve a punto de levantar bajar el pie, cuando lo escuché: el tintineo, aquel sonido mecánico que tanto me había costado trabajo aprender, inadvertido y oculto entre el resto de las letras.

Era clave Morse.

Maldije de nuevo por lo bajo, recordando lo difícil que había sido para mí recordar cada una, aquella frecuencia que siempre me había parecido, por alguna razón, fúnebre, como un grito atorado en la garganta.

Me quedé escuchando con cuidado el repetitivo sonido que se escuchaba a la distancia, intentando encontrar algún tipo de patrón. Sin embargo, sólo podía determinar el mismo número en clave, como si me estuviera dando una instrucción.

Lo descubrí: cinco puntos seguidos.

El número cinco.

Seguí escuchando, intentando percibir algo que complementara esas palabras, que construyeran una oración. No obstante, escuchar una nueva letra no sería otra cosa más que parte de mi imaginación.

Fui a los teoremas, buscando recónditamente todo lo que recordaba sobre el número cinco: la sucesión de Fibonacci, el sistema de numeración de quinarios, la evolución biológica y sus patrones, seguido por la sensibilidad de mis dedos, la teoría de los números y, finalmente, un pentágono. Alargué mis manos, palpando la circunferencia que me rodeaba, en búsqueda de aquella figura. En cambio, noté que estaba en una base circular, y ahí fue cuando lo até: un reloj.

1. Agente TF01, origen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora