36. Ella.
Es chistoso hablar de nerviosismo. Cuando lo tienes, lo único que deseas es poder velarlo, arrancarlo de tus entrañas, desprenderlo de todo lo que ha contagiado. Pero la única manera de hacerlo es llevando acabo lo que lo causa. Es como sólo desear llegar al otro lado del puente temiéndole a esto mismo, como desear retractarse de una acción inminente e imposible de no acatar.
Mis manos comenzaron a temblar sin razón alguna, y me troné los dedos, para prevenirlo.
Después de que nos descongestionaran con un aparato, Tomás y yo estábamos en los sentados en unas bancas paralelas, esperando a que los especialistas salieran para indicarnos que la misión ya estaba preparada para que fuéramos a ella.
— ¿Nerviosa?— preguntó Tom, levantando la mirada hacia mí.
—Qué te pasa. No.
Él sólo sonrió un poco, elevando sus manos al aire, y se encogió de hombros, alargando la manga de su ajustado traje.
El traje diseñado por Ryu estaba hecho de elastano y era de color grisáceo por atrás y verde marrón por delante, para usarse como camuflaje. Se ceñía correctamente a todo el cuerpo, con ropa interior incluida, y dos cintas en la espalda para traer una mochila compacta. Cada traje estaba proporcionado correctamente al peso de cada agente. Sin embargo, a causa del peso que había ganado el mes anterior, me encontraba un poco inmovilizada, pero sabía que esto era precario: conforme más me moviera, más se moldearía la tela a mi cuerpo. Y era por eso que me estaba desplazando como alguien imberbe.
Se climatizaba después de algunos minutos y, debido a Ryu, era a prueba de balas. Eso, como era de esperar, le agregaba un poco de kilos más al traje. Sin embargo, la mayoría de las veces entrenábamos con éstos trajes para estar proporcionados.
Mi mente se dividía en gajos: desde cómo las manos de Victoria se movían sobre la computadora, tecleando los nombres de Jacopo y Timofei, doblando la esquina con la cara contraída de Eliza al gritarme, las manos temblorosas de Ingrid, mis ataques de pánico en clases y, finalmente, estaba eso que no tenía sentido, la pieza que no encajaba en ninguna de esas tres acciones, pero que al mismo tiempo reclamaba formar parte del escenario: Tom.
Mi timidez hacia él, sólo por un segundo, menguó, y me permití ver cada una de sus acciones y memorizarlas, como si, en cuestión de segundos, el vaivén imaginario de mi mente pudiera borrarlas, sólo en lapsos: la manera en la que elevaba una ceja después de la otra al pensar, mordiendo su dedo pulgar al mismo tiempo; mimes característicos, mimes normales, sus hombros encogiéndose, su ceño fruncido, sus labios entreabriéndose al pensar. Sobre todo, ese que parecía tener tan escondido: la manera en la que movía su mandíbula de un lado a otro ante el nerviosismo. Lo que estaba haciendo ahora, marcando la vida, el deseo de existir dentro de él.
— ¿Cómo has logrado pasar tan desapercibido?— pregunté atrevidamente, rompiendo el silencio entre los dos
Tom abrió los ojos que acababa de cerrar, sorprendido, y sonrió, asombrado.
— ¿Cómo?—preguntó, subiendo sus pies a mi regazo. No dije nada, porque no me extrañaba.
— No sé. Es que se me hace raro y me causa problemas: has estado un buen de tiempo en Taer, pero eres una persona equis...
— Muchas gracias. Yo también considero que sólo eres una persona más en este mundo y que, cuando mueras hoy, nadie notará tu ausencia— dijo, asintiendo.
— No me refería a eso, placozoa.
— ¿Placozoa?
— Un animal eucariota. No tiene cerebro— dije—. Pero como estaba diciendo, me refiero a que, por lo que me has dicho, sabes cómo permanecer en ese lugar. ¿Cómo puedes hacer eso?
— Existiendo...— dijo, porque le gustaba hacerse el estúpido, y algunas veces olvidaba cuándo dejar de serlo.
— Es que... no eres de esas personas que pasarían desapercibidas tan fácilmente... por lo menos tu personalidad no, y no lo tomes como un cumplido.
— Un cumplido y una crítica. Los dos se anulan y es como si nunca hubiera escuchado nada— dejó caer su cabeza. Segundos después, se encogió de hombros—. Supongo que en algún momento me di cuenta que no podía ser yo enfrente de todas esas personas si quiera estar donde estaba. No estoy diciendo que sea mejor que ellos, pero me educaron de manera diferente, y lo diferente...
— Lo diferente se nota, ya.
Él asintió y levantó la cabeza.
— Guardo quien en verdad soy para los que están en la casa— elevando los ojos al cielo, fastidiado, continuó—. Y sí, sobre todo contigo.
—Ay, no alimentes el ego.
Sonrió un poco, haciendo una mueca al mismo tiempo, y yo sacudí la cabeza.
— Pues es que sí. Bien, bien, podrías decir que sólo tengo a tres personas en mi vida. Y sí, tengo más amigos que tú, pero no me refiero a eso. Tener personas en tú vida es que haya un conocimiento reciproco. Con los demás no puede pasar eso. Eliza...
— Ingrid— seguí citando, recordando la imagen entre mis dedos, el iracundo rostro de Eliza tornándose a hipótesis tangibles.
Él bajó la mirada y, sosteniéndola, terminó:
— Y tú. Sobre todo tú.
Hubo una breve pausa donde seguimos sosteniendo la mirada, con el sonido de los pasos alejándose de nosotros, al mismo tiempo que el silencio que cada vez era más desgarrador, más potente, aquella llave que abría cualquier tipo de situación para tonarla en algo diferente.
— Esto es incómodo— dije finalmente, intentando no reír.
Sin embargo, cuando él lo hizo, yo no pude evitar contener una carcajada.
Tomás apartó la mirada.
— Pero, pues sí es la verdad, creo que contigo puedo ser quien en verdad soy— meneó sus pies—. Ingrid se reiría de tener mis pies sobre su regazo, pero me diría que los quitara. Eliza me regañaría directamente y al final reiría. A ti te vale, porque tenemos casi la misma edad y la misma historia, y aparte todavía no me tienes etiquetado como un ficticio personaje familiar. Me ves cómo, supongo que por como en verdad soy.
Sentí cómo el músculo de mi ceja de subía involuntariamente al escuchar esa palabra y puse la palma de mi mano debajo de mi barbilla, recargándome. Sonaba difícil, sobre todo cambiar el enfoque con el que veía a Tom, pero la palabra sonaba bien, ya no tanto como un tabú, pese a que sabía que prestaba oídos accidentalmente a esta conversación, podríamos ser reportados y transferidos.
Tom extendió la plana de su mano y comenzó a desplazarla por la mía en círculos, creando un foráneo e indistinto cosquilleo. Me quedé tensa por algunos segundos. Cerré mi mano sobre la suya, sosteniéndola por algunos segundos, y recargué mi barbilla sobre nuestros puños, haciéndole una mueca unos segundos más, preguntándome si podría ser el último gesto que yo haría bajo mi comando, no ante el éxtasis y la adrenalina.
Comencé a tener tanto miedo que mis manos comenzaron a temblar y tuve que soltarme de la mano de Tomás y caminar hacia el baño, para enfriarme completamente. Y me quedé ahí hasta que me llamaron, diciéndome que ya íbamos a ir a la isla artificial, donde se encontraba la misión.
Cuando salí, me encontré con Tomás esperándome, y ambos nos tomamos la pastilla que el piloto nos había dado al salir.
Las manos de Tomás ahora estaban demasiado ocupadas tecleando, hablando con Eliza.
En cambio, las mías siguieron y seguían temblando hasta que llegamos a la isla artificial y entramos a la misión.
Sólo pasaron algunos segundos hasta que todo comenzó.

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1. Agente TF01, origen.
AkčníHay grietas llenas de dolor y de misterios; ahí es donde nacen las dos agencias cuya rivalidad es tan grande que su objetivo es olvidado. Tamara sabe perfectamente cómo controlar su doble vida como una agente y una adolescente: tiene amigos, pa...