10. Ella.
Cuando llegué a la casa, desactivé la alarma, puse mi huella digital, entré mi rango y mi código. Después de eso, contesté mi pregunta de seguridad para poder verificar mi presencia: el idioma que había aprendido autodidácticamente.
Ameslan.
— ¡Estoy viva!—anuncié al entrar.
Monotonía, aquello que se describía con al pesado olor en el edificio y las refulgentes luces a la distancia, escenarios repetitivos y preguntas que llevan a la misma respuesta, una imagen implantada de la realidad en la que las cosas no llegan a transfigurarse completamente. Algunas veces es difícil creer en base a algún recuerdo que se existió antes de eso, o que el tiempo transcurre y nos ensimismamos por los cambios, el deterioro y la vida que se va marchitando, al igual que los papeles en las paredes, las sonrisas mostrándose en borrones.
Me quité mi abrigo y lo puse sobre el perchero, entreviendo los zapatos que estaban en la entrada.
La agencia era creyente del relativismo, y en base a todo eso, al comienzo del trabajo en la agencia, todo personal debía de firmar un contrato de aceptación, no siendo creyente de esta filosofía, pero respetándola. Por mi parte, no recordaba haber firmado ese contrato, sin embargo, aun así respetaba el habitad de cada uno de los habitantes y sus creencias.
El perpetuo y sugestivo ruido inundaba la gran estancia. Suspiré, acostumbrada: éramos más de cuarenta agentes viviendo en el edificio, consistente de cinco pisos; el silencio era algo laborioso de conseguir. La mayoría de los agentes estaban terminando su segunda o tercera década de vida. Sólo habían tres agentes menores: uno de veintiún años y una de veinticuatro. Los dos seguían en misiones elementales debido a su poco entrenamiento. La tercera menor era yo.
Entré a la primera vasta sala, donde las primeras dos docenas de sillones estaban acomodados seguidos con un televisor en lo alto. Había varias personas ahí, algunas hablando y otras intentando ver la televisión o leer, una combinación mala.
En lugar de tener paredes, tenía libreros donde cada quien depositaba todos los libros que habían leído, donde noté que faltan algunos. Caminé hacia la segunda sala, que era una réplica de la primera, sin tener éxito alguno.
Finalmente, me dirigí hacia la extensa cocina correctamente equipada, viendo a Isobel y a Semezdin sentados en la barra. Los ignoré, junto con la comida que Isobel tenía enfrente de ella, y me dirigí hacia la alacena para tomar una barra nutritiva.
Cuando salí, Isobel, o Annika, como se hacía llamar, de veinticuatro, me sonrió.
Era una persona esotérica, amante de la filosofía y la metafísica, con comentarios espontáneos y decisiones incongruentes.
Había sido trasladada a otras partes de la nación durante su estancia en los orfanatos, pero era originaria de Las Tierras Altas de Escocia, Inverness. A causa de la mayoría de su linaje Escocés, era pelirroja, con el cabello ondulado. Su estatura era promedio, sin pasar el metro sesenta y cinco, pero lo que la reconocía era por su voluminoso cuerpo que se ajustaba a su grande cabeza, llena de rasgos prominentes: una boca grande, igual que su sonrisa, una nariz convexa, cabeza amplia, cara larga, unos ojos grandes y de color avellana.
A su lado estaba otro de mis amigos más cercanos: Semezdin, de veintiún, bosnio, y mi vecino de cama, con quien hablaba en las noches. Tenía el cabello castaño, liso, una mandíbula marcada, labios gruesos y nariz puntiaguda. A primera vista, parecía elegante y amenazador. Sin embargo, sus ojos azules me llenaban de sosiego. Aparte de eso, era de corta estatura: uno sesenta y cinco, un poco más alto de Isobel. Yo media uno setenta y tres. De ahí se originaba mi burla con él.
ESTÁS LEYENDO
1. Agente TF01, origen.
ActionHay grietas llenas de dolor y de misterios; ahí es donde nacen las dos agencias cuya rivalidad es tan grande que su objetivo es olvidado. Tamara sabe perfectamente cómo controlar su doble vida como una agente y una adolescente: tiene amigos, pa...