33.Ella

102 57 10
                                    

33. Ella:

Las cosas en la casa estaban demasiado agitadas, llenas de vida, de aquellos sueños y deseos que muchos piden y pocos obtienen. Era una vorágine de agendas acomodándose de nuevo a una rutina deseada de ser ejecutada, donde los días eran ansiados de explotar, pero temidos por perder. Las miradas cohibidas ahora eran más seguras, y había algo más destacando en cada una de las gesticulaciones de Tomás, o en mis interpretaciones.

Había un trasfondo en cada una de sus líneas, y sus ojos su risa callada al verme, todo expresado en atisbes de emociones, sin argumentos, disueltos a nuestro alrededor. Él ya no parecía sólo estar existiendo, lo único que podía confirmar de nuestras vidas, sin estar esperando por mucho tiempo sin saber qué estaba perseverando, como si tuviera que tomar una decisión definitiva que iba a cambiar todo a su alrededor, pequeños pedazos de materia esparcidos en el tiempo. Era real, y el propio sonido de su desconocida y nueva voz grave lo rectificaba.

Por un acto egoísta, cuando llegamos a la casa los tres, apagué mi comunicador, aislándome completamente del mundo. Entre efímeros despabilamientos, podía escuchar las risas de Eliza, Tomás e Ingrid, abajo, en la cocina, junto con el sonido de la música. Tentando de no unirme a ellos, me volvía a dormir, despertándome minutos después, preguntándome cómo veintiséis minutos podían ser considerados una noche, y cinco minutos una eternidad. Me sentía fuera de lugar y eso era lo correcto. Yo no podía permanecer ahí. Eso era lo correcto.

Así fue la secuencia hasta a mitad de la noche, cuando la música cesó y el trepidante silencio embriagó toda la casa, con las pisadas se dirigiéndose a sus habitaciones. Me quedé algunas horas más viendo al techo hasta que amaneció y las pisadas inquietaron mi sosiego, después de mi único día de descanso antes de entrar a clases.

Ingrid y Eliza ya estaban presentes en la cocina. Me quedé pegada contra la jamba de la puerta, viendo directamente hacia Ingrid. Seguía siendo un poco tenso para mí ver directamente a Eliza, sin saber cómo actuar.

— Oye, Ingrid— le dije—, ¿ya se terminó de lavar la ropa? Es que todas mis camisas están sucias.

— No, le falta como una hora. Se me hace que te vas a tener que ir así...— calló cuando vio que lo único que estaba vistiendo era una camisa interior y negó con la cabeza desenfrenadamente.

— Pues no quiero ir a la escuela— me encogí de hombros—. Quizás esa camisa es un gran remedio.

Ingrid hizo una mueca y suspiró.

—No seas payasa...

— Si quieres agarra una de las mías— dijo Eliza, quien estaba tomando un licuado, finalmente, y sin voltear a verme.

Fruncí el ceño.

— ¿Segura?

Ella asintió.

— Están en el primer cajón de mi armario—se volvió hacia mí—. Nada más no desordenes y ya.

Con un último asentimiento, me dirigí hacia su habitación.

Justo como había sido ordenado, las camisas estaban en el primer cajón de su armario, acomodadas minuciosamente. Tomé la primera camisa que vi, una de tres cuartos azul marino. Me cambié justo de inmediato, notando que la camisa me quedaba un poco grande del pecho, holgada. Torcí mi boca, sin tener otro remedio, y me cerré el cajón.

Sin embargo, algo cautivó mi atención: un sobre que estaba sobre el mueble de su armario. Corrí hacia la puerta y la cerré con seguro. Volví hacia el armario y tomé el sobre, con una fecha detrás de ella, a mitad de los años noventa. Casi podía escuchar la voz de Victoria sobre mi oído, recitándome sobre mi descaro y mi imprudencia, pero al mismo tiempo a Isobel, despreocupada y tirada en la cama, fisgona como siempre.

Lo abrí y me encontré con la joven cara de Eliza, una sonrisa partiendo su rostro. A su lado, había un grupo de agentes, un hombre sosteniendo su cintura y otro tomándola por su hombro, rostros que después de una transición de envejecimiento no podía llegar a ligar con alguno actual, rasgos de diferentes culturas vertiéndose en papel a color.

Me quedé algunos segundos viendo la foto, pensando en lo que Victoria había dicho: quizás, algunas veces, no contamos la historia de nuestro pasado porque no queremos recordarla, no queremos ser partícipes de nuevo de esas historias en nuestros sueños, ser arrastrados hasta las pesadillas y darle el poder a esas cosas que arruinen ese deficiente presente.

Quizás simplemente no estamos listos, y nunca lo estaremos, para dejar ese pasado ir. Quizás es demasiado perfecto, bélico y melancólico, nostálgico. Y por alguna razón, esos son los tonos que a muchos les gusta tocar y revolver a la vida, con melodías lejanas.

Pasé a la siguiente fotografía, donde aparecía de perfil, sus brazos alrededor del cuello de un hombre, quien la sujetaba de la cintura. Estaban a escasos centímetros de besarse, y fue en ese momento que me di cuenta que era Tomás, y me di cuenta que era insulsa, como si me estuviera entrometiendo en algo más grande de lo que me pertenecía, una felicidad ajena que se podía derrumbar fácilmente, con el trazo de unos labios al moverse.

El retumbar de la puerta me hizo sobresaltarme y guardé las fotografías rápidamente.

— ¿Las encontraste, Tamara?— me preguntó Eliza desde el otro lado de la puerta.

— Sí. Ya voy. Es que traía mal el brasier y...

— Sí, ya, ya— me cortó bruscamente—. Te estamos esperando para desayunar, para que sepas.

1. Agente TF01, origen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora