44. Ella.

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44. Ella:

Las personas comenzaron a incendiarse, el fuego arrasando como una simple ventisca. Dejé caer primero las armas hacia atrás y salté del árbol, protegiendo mi cabeza, y con un golpe sordo contra el piso al caer, seguido por un calambre corriendo por mis piernas. Tomé las pistolas que había dejado caer, las acomodé y corrí hacia donde estaba la fosa común.

Era demasiado tarde.

Aun así, me rehusé a creer que este era el final. Entre los escarbos del fuego, busqué algún tipo de movimiento, turnando mis ojos en el fuego para que no estorbara tanto. Sin embargo, la mayoría ya estaba yacentes. La mayoría. La pequeña niña, orillada y hecha ovillo, tosiendo, seguía con vida.

Corrí hacia la esquina, alargué mi mano, sin poder llamar su atención, extendí la otra y la tomé entre mis brazos con delicadeza, recordando los previos incidentes que tenía. Sus prendas en fuego, la tiré hacia la tierra hasta poder apagarlos, su respiración lenta, todo sucediendo de una manera demasiado paralela y al mismo tiempo cercana. Revisé sus facciones, ninguna quemadura en su tersa piel que se sintió demasiado rugosa entre mis dedos, un desconocimiento foráneo y esfinges caídas. Sin embargo, tenía sus pequeñas piernas y sus ojos hinchados, con sangre corriendo por ellos. Le comencé a quitar la ropa, en búsqueda de algún tipo de quemadura grave, mientras ella seguía estirando sus brazos, como continuara buscando ayuda. 

Lo podía lograr. Lo supe por la manera en la que parecía que podía seguir respirando, por la manera en la que sus brazos seguían moviéndose, y todo se rehundía a un segundo más, una respiración tornándose en tiempo y espacio. La tomé entre mis brazos, sus manos pegadas contra su rostro, y la alejé lo más que pude, hasta que noté que simplemente estaba corriendo con ella entre mis brazos, intentando quitar esa negación que tenía dentro de mí, intentando avivar aquella vaga esperanza que tenía dentro de mí, como si ella marcara que todo esto no era falso, que había un poco más, no sólo un vago camino y un sendero esparciéndose visualmente. Sin embargo, en cuestión de segundos, dejé de sentir la plausible respiración que se sostenía entre mis brazos. Sus ojos siempre habían estado vacíos, pero ahora marcaban algo más.

Fue como si eso hubiera desencadenado una nueva dimensión llena de preguntas.

¿Por qué tenía que entregar mi vida?

¿Por qué me arriesgaba?

¿Por qué seguía escuchando a Victoria?

¿Por qué las pequeñas tentaciones foráneas de abrir puertas en la noche estaban mal?

¿Por qué había estado mal agarrarme de la mano con Tom, cuando sólo me hacía sentirme más energética y eufórica que nunca?

¿Por qué mis papás me habían dejado?

Supongo que, algunas veces nos gusta darle la espalda a los problemas, pensando que no tienen solución, o que aquella solución es aún más complicada. Como personas es normal: no poder tocar las estrellas, nunca llegar a tener billones de mentes, aquello que es intangible, alineadas hacia el mismo lado, desperdiciar un tercio de nuestra vida durmiendo y, en el último momento, desear haber podido duplicar toda la felicidad que pudimos sostener en nuestras manos por sólo unos pocos segundos, sabiendo que es tan perecedera como un simple respirar o la apreciación del verdadero significado del mundo.

También es normal sentir miedo, jugar que somos ciegos y creer que es tan fácil dar un paso hacia atrás que como dar uno hacia adelante.

Y tenía miedo.

Tenía que entender que tener miedo era normal, y que yo era normal, pese a que mi historia fuera diferente: seguía teniendo mi periodo, comía tres veces al día e iba al baño. No podía ser extraordinaria en todos los aspectos, no podía estar seria todos los momentos de mi vida y matar sin hacer un análisis literario en mi mente.

1. Agente TF01, origen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora