22.Ella:

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22. Ella.

Los pasillos, por alguna razón, se sentían muertos. Puedo decir lo mismo del asiento a mi lado en el helicóptero, y el silencio en el carro, durante todo el transcurso, al igual que mis manos moviéndose sin poder parar sobre el volante, intentando poder crear algo con ellas, intentar agarrar algo con desesperación, casi como si pudiera aparecer la mano de Tomás en la mitad de la oscuridad, o agacharme y levantarlo del pasto de la casa. Casi estuve esperando que él abriera la puerta antes de que yo la hiciera, o que los chillidos de mis pisadas no fueran las mías, sino las suyas. Quería volver a escuchar el sonido de su voz para poder frenar el miedo que sentía, la vergüenza y la pena que corría dentro de mí, alcanzando las leyes del tiempo.

No podía llorar. Eso sería exagerado. No lo conocía. No era justo. Había sido una de esas personas que pisaban los caminos ajenos de las personas por diversión y que dejaban marcas por accidente. Ese tipo de personas peligrosas, nocivas y casi mortíferas.

Me daba miedo. Por primera vez, estaba muy asustada de lo que me esperaba, de no haber llegado a hacer nada en esta vida más que arruinar todo, más que llegar a una casa y encarcelar a todos, porque sabía que esto lo recordaría por siempre, celdas de aversión continúas, en un circuito interminable. También temía apresarme a mí, junto con su rostro que se había desvanecido en el aire, la sonrisa que se quedaría tácita entre los dos imperecederamente, al igual que el rasgueo de sus palabras.

Ingrid fue la que bajó con una sonrisa para recibirnos.

Abrió la puerta. Y me dio un beso en la mejilla. Y me abrazó. Y dejé que me abrazara porque sabía que no tenía otra opción, porque era demasiado sólida, real. Y ella se dio cuenta que algo iba mal. Y notó que Tomás no estaba detrás de mí. Y por eso se apartó de mí. Y me vio directamente a los ojos. Y así fue cómo confirmó que algo iba mal, oscurantismo en sus ojos. Y respiró profundamente. Y fue como si estuviera reviviendo un momento lejano, como si estuviera moldeando y tomando una fortaleza vivencial. Y lo supe porque no lloró. Y apretó sus labios. Y dejó caer su cabeza hacia atrás, murmurando él no, él no, él no. Aquel cadáver perdido en el Golfo de México, con gestos desconocidos, un vientre extrañando, un posible error desidioso terminando en un ciclo abúlico.

Él no.

Pero él sí, el sí.

Sí.

Y Eliza no bajó.

Y nosotras subimos a su habitación, con el peso de la gravedad de la casa cayendo sobre nosotras como si fuera la densidad del agua en sus mismas medidas.

Ingrid se volvió hacía mí y puso su mano sobre mi hombro, pareciendo cansada ante todo.

- Yo hablo con ella- me dijo, con la voz entrecortándose, tentándome.

-Ingrid- le exigí, recargándome contra la puerta, en la que detrás de ella se comenzaba a emitir el deslizar de algo-. Yo fui... yo fui la que estuvo ahí... no quiero que lo hagas tú.

- Es que ella no te va a escuchar...

- Pero ni siquiera les he dicho cómo pasó. Hablé con Victoria y quedamos en que...

-Aquí se llama directora, no Victoria- por primera vez, parecía enojada: sus ojos alicaídos, llevándola a estribos irreconocibles-. No vas a ir con Eliza, ¿entiendes? No es una persona estable cuando viene a sus emociones.

Poniendo su mano firme sobre mi hombro, me apartó de la puerta y entró a la habitación de Eliza. Por el rabillo del ojo, pude ver a Eliza limpiando una espada, pareciendo casi una adolescente de dieciocho años si cambiando algunas circunstancias.

1. Agente TF01, origen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora