16. Ella.
Lo primero que hice al salir fue buscar alguna banca vacía. Sin embargo, al no encontrar ninguna, me senté en el pasto y saqué mi termo de agua y mi barra nutritiva, producto de la agencia.
Saqué mi libro e intenté leer. No sirvió. Todo estaba pausado de alguna manera, las personas que pasaban enfrente de mí estaban detenidos y las voces se detonaban para extinguirse en cuestión de segundos, al mismo tiempo que el tiempo iba hacia atrás, en una carrera contra sí mismo y colisionando en un tiempo anacrónico, tropezándose con los recuerdos y los deseos, tambaleándose.
Al mismo tiempo que todo eso pasaba— la neutra etapa de mi vida precipitándose con mi existencia y mis sentimientos cada vez que me mudaba—, me quedé viendo fijamente a mi barrita.
Lo primero que me habían enseñado desde pequeña era la inteligencia emocional. En ella me habían contado qué era el hecho de poder trabajar con cómo te sientes, poder expresarte para, con ello, poder ser uno mismo y no tener una barrera que se atraviese con las acciones. El hecho de no perjudicar a los demás con tus sentimientos. Sin embargo, me habían enseñado que para no perjudicar a los demás con los sentimientos de uno mismo no había que expresarlo. Me habían dicho que los sentimientos eran pasajeros, y que la única manera de hacerlos reales era compartiéndolos con alguien más.
Así que esa era la definición que me habían puesto sobre inteligencia emocional: retraer todos los sentimientos para uno mismo. Un tiempo después, cuando ya tenía acceso a internet que sólo tenía en la agencia, había buscado la verdadera definición y me había topado con la sorpresa que era lo opuesto. Empero, estaba más que convencida en ese momento, con mi mano sobre el pasto y sintiendo reflujo en mi garganta, que era lo correcto; que si la agencia me lo había dicho e inculcado eso, era lo correcto.
Porque la agencia siempre estaba en lo cierto. Victoria titubeaba algunas veces, era un personaje imperfecto, un humano. Nada estaría mal si seguía las reglas, tampoco si caminaba en los bordes no tan rígidamente.
Pero la agencia siempre estaba bien. Punto. Por algo los artículos eran inamovibles, redondos, perfectos.
Los sonidos volvieron a estallar, uno por uno, como una canción que va comenzando bruscamente. Viré mi cabeza, encontrándome con el perfil de Núñez, quien se acababa de sentar despreocupadamente a mi lado.
—Hola— le dije, cruzándome de brazos.
—Hola— fue todo lo que dijo, después de darle una mordida a su barra integral.
Nos quedamos en silencio, ignorándonos despreocupadamente, viendo el mar.
—Tienes de las gomitas esas que venden en el aeropuerto, en forma de osos, las que tienen chile? – le pregunté, viendo hacia arriba y entrecerrando mis ojos a causa del sol.
—No.
— ¿Entonces por qué estás aquí?
—Te vi sentada sola— dijo, después de unos segundos.
— Ah. Entonces eso te quita lo raro— comencé a jugar con la tapa de mi botella de agua, abriéndola y cerrándola una y otra vez.
—Entonces...— dijo, volviéndose hacia mí.
—Entonces... tú viniste aquí.
—Exactamente exacto. Eso me hizo gastar mucha energía. Te toca.
Solté un suspiro y sonreí un poco.
Me volví hacia él, notando que me estaba devolviendo la sonrisa, y lo comencé a examinar: tez aceitunada, bronceada, pero clara, unas pocas pecas en sus pómulos levemente marcados y en su nariz recta y abultada. Su labio superior era notablemente más delgado que el inferior, en forma de corazón. En sí, lo único que hacía su cara interesante eran sus cejas y ojos grises oscuros, detrás de unas cortas pestañas, al igual que su liso cabello, el cual llevaba corto.
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1. Agente TF01, origen.
ActionHay grietas llenas de dolor y de misterios; ahí es donde nacen las dos agencias cuya rivalidad es tan grande que su objetivo es olvidado. Tamara sabe perfectamente cómo controlar su doble vida como una agente y una adolescente: tiene amigos, pa...