27.Ella

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27. Ella.

Ingrid había estado en lo correcto en algunos aspectos:

No todos los participantes de la agencia estaban ahí.

Éramos alrededor de dos mil quinientos agentes, entre otros cientos de funcionarios de la agencia y los personales de la noche. En el auditorio había alrededor de mil personas sentadas. Otros cientos estaban afuera del auditorio, en los pasillos, haciendo la humanidad aún más notable, mientras el resto de los presentes se encontraban afuera, en los aposentos de la agencia, sus matorrales y en el salón principal, viendo a través de la pantalla el discurso de Victoria.

Si había algo reconocible de Victoria era su neutralidad y su sinceridad cuando daba discursos: la manera en la que era cínica, cruda, realista y no intentaba inspirar al decir fantasías aun no cumplidas, sino diciendo verdades y usándolas como ejemplo. Era por eso que a las personas no les agradaba Victoria, pero la respetaban.

No parecía estar actuando, por lo menos, no era un personaje con miedo a hablar o a quedarse callado. No sonreía para ganarse a los demás, ni usaba su género como un arma, sino como un tácito acuerdo de que dictaba que tenía la misma capacidad que un hombre y que el hombre nunca destacaba su sexualidad como manipulación o ejemplificación para que creyeran en él.

Yo estaba afuera del auditorio, recargada contra un muro, sosteniendo una sangría que yo misma había traído, y jugando con mi pulsera. Con el rabillo del ojo vi cómo Eliza se dirigía hacia donde me encontraba. Por un corto segundo, nuestras miradas se encontraron y le sonreí un poco. Pareció estar a punto de copiar mi acción, cuando Victoria comenzó a hablar y se dio la vuelta hacia la pantalla, ignorándome.

Le di un sorbo a mi sangría para disimulara mi falta de dignidad y resoplé.

Por largos segundos, se quedó viendo a Victoria, casi como si quisiera ver cómo sus labios se movían, o casi como si quiera cambiar el hecho de que había una pestaña que caía recta en su párpado tiesa por su rímel. Parecía casi como si quisiera hablar con ella.

— Por último— citó Victoria, tomando una hoja—, quisiera hacerlos honorarios mensuales. Mencionar a aquellas personas que...

Eliza siguió su camino.

Preferí verla marchar, desaparecer en la vuelta hacia los baños, que escuchar los nombres que Victoria estaba recitando.

Otra señora pasó frente a mí, igual de indiferente, sólo que ahora hacia la pantalla, y siguió el camino de Eliza.

Fruncí el ceño al ver la cadena dorada en su muñeca. Estaba a punto de seguirlas cuando las oraciones comenzaron: primero las cristianas, seguidas por las católicas, siguiendo el sendero de alguna otra religión. El ruido comenzó a ampliarse, a estallar poco a poco de una manera que me hizo sentir que nunca acabaría. Sostuve con más fuerza mi sangría, porque supe que, si hacia lo contrario, haría todo un espectáculo.

Frunciendo el ceño, me alejé de la sociedad y me dirigí hacia la el pasillo más aislado que conseguí por una cuestión de minutos, hasta que el ruido ceso por completo y se volvió en un leve murmullo. Me quedé unos minutos recargada contra una pared, respirando y cerrando mis ojos, tranquilizándome. Volví de nuevo hacia la entrada del auditorio, con el gentío comenzando a desplazarse por los pasillos y con Victoria saliendo del auditorio al mismo tiempo que yo pasé.

Estaba vistiendo un suntuoso vestido, como era de esperar: de tela transparente y fondo negro como falda, llegando un poco más abajo del suelo. La parte de arriba eran unas telas cruzadas, dejando el escote cubierto por una tela de encaje negra, aunque aun así su ponderado pecho se elevaba un poco castamente. Por primera vez, desde la distancia, pude promediar que yo medía más que ella.

1. Agente TF01, origen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora