31.Él#1.

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31. Él#1:

La noche anterior, con la tácita noche corriendo, aproveché la situación para escabullirme.

El pensamiento de zambucarme por la ventana se me ocurrió, pero sabía que no tenía la agilidad para hacer ese tipo de acción. Así que bajé las escaleras, sigilosamente, y salí por la puerta después de quitar la alarma.

Como todas las noches, sólo por si acaso, caminé hacia donde estaba mi carro estacionado, lejos de la casa. El silencio entumecido de la noche me ponía en un modo alerta y al mismo tiempo paranoico, haciéndome ver de un lado a otro, buscando alguna señal de que mis instintos estaban erróneos, como si al aire de repente tuviera ojos y sus oídos fueran capciosos, tal y como el silencio.

Una silueta se deslizó en la acera, tranquilamente, mirando a la nada, pensamientos vagos y ausentes, concorvado.

Y podría ser cualquier persona. Podría ser mi vecino, un vagabundo, inclusive mi papá.

Me convencí que sólo era una persona más caminando por la calle a las tres de la mañana. Las razones eran nimias, indiferentes.

Fruncí el ceño y bajé la mirada, frunciendo el ceño y con mis manos temblequeando. Acababa de abrir la puerta de mi carro cuando volví a subir la mirada, precavidamente. El señor se había parado en la esquina de la calle y estaba dando retorno, ahora con un trote que mostraba un aumento de velocidad.

Me apresuré para subir al carro y arrancarlo, con las manos temblorosas y el sonido de la noche aun sonando estremeciéndome, los grillos gritando y la luz de la luna desasosegándome. Pasé paralelo al camino del señor e intenté ver su rostro, agachándome un poco al conducir. Sin embargo, él parecía haber emulsionado mi idea con la suya: me apuntó a la cara, cubriendo su rostro con una lámpara y dejando mi rostro visible, escondiendo el suyo al mismo tiempo, en una perspicaz idea.

Aceleré y desaparecí en la noche, dirigiéndome hacia mi destino con las manos sudorosas.

Seguí la cachazuda rutina, aquella se había convertido en algo irreal a algo tangible, con voces desconocidas acompañándonos, y caminé entre la maleza, un camino recorrido por otros, una puerta abierta con una finalidad diferentes, luces iluminando la habitación con la oscuridad y el sonido del agua cayendo a la distancia, llamas que había quemado mundos discrepantes que había intentado repeler todo a su alrededor. Prendió la luz, sin miedo a mostrarse, y hablamos, compartiendo aquellos secretos que había retenido, lo que estaba a punto de suceder al día siguiente, y refutando qué nos habíamos escondido, como si fuéramos dos desconocidos arduos ante las críticas.

Y no sabía. No sé. No sabía. Todas las ideas en su mente parecían haber sido relegado hasta el olvido, una caja cerrada en la que ella me ponía en un lugar lejano y en la que actuaba hermética, escondiendo quién en verdad era, cuando yo había escuchado los mismo sonidos que ella deseaba emitir, sin tener finalidad alguna, justo al comienzo de todo.

Y nos quedamos en silencio, sintiendo cómo todo era inalcanzable, las palabras filosóficas tornándose en una cruel realidad silenciosa, monótona, tediosa.

Porque algunas veces eso sucede, las cosas impalpables se hacen tangibles, y sondean a tu alrededor, turbando tu vida, las creencias que acomodaban tu existencia, el motor a la dirigencia. Y después se comienzan a alejar, moviendo tus entrañas mientras tú intentas alcanzarlo, notando que tus dedos son lo que lo hacen menos sólido, transparente, emergiéndose a ti mismo.

Y nos quedamos en silencio.

El sonido de sus últimas palabras disipándose, haciéndome olvidarlas, al igual que cada uno de sus rasgos que parecían distorsionarse. Y nos quedamos así, su rostro contra mi pecho, llenado ese lugar a nuestro lado, porque sabía que, algunas veces, eso era lo único que ella necesitaba: alguien que le recordara que no estaba sola.

Y creo que eso también me servía a mí.

1. Agente TF01, origen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora