3. Ella
Yertas.
Así eran las cosas a mi alrededor.
Me aferré con fuerza a la segunda estaca, poniendo fuerza sobre los montículos de mis dedos y en mis brazos. Miré hacia abajo, encontrándome con la perceptible distancia del plano níveo que se extendía debajo de mí, con el viento susurrando el tiempo, segundos, horas, minutos.
Respiré profundamente. Proferí una palabra por lo bajo al sentir el pulsante dolor que sentía en algunas de mis articulaciones antiguamente fracturadas. El viento acarició mi cuello desnudo, mis mejillas sonrosadas por la misma gélida razón. Tomé una bocanada de aire y exhalé, dejando salir vaho. Sacudí mi cabeza, sonreí un poco, y tomé mi arnés; lo subí de mi cadera a mi cintura. Me había cambiado rápidamente, así que la mayoría de mi uniforme estaba desordenado y laxo.
La agencia y mi entrenamiento me habían enseñado a analizar con causa y efecto. Me habían hecho aprenderme sin lasitud la definición de la palabra santiamén y a aplicarla en un tiempo atemporal a diario. Un santiamén era la descripción del final de mi vida: si pisaba mal, caería, me golpearía, perdía el conocimiento, y para ese momento la gravedad tendría toda la libertad de dejarme caer hacia el suelo, dejándome tendida e inerte en la superficie que se encontraba aproximadamente a mil metros.
Prácticamente, en una misión vivíamos en el presente sólo para analizar las consecuencias del futuro y evitar que fuera nocivo.
Finalmente llegué a la cima de la montaña, encontrándome con el paisaje que se extendía enfrente de mí. Después de haber visto las cuevas de hielo de Alaska turbiamente, con las vicisitudes entre la curiosidad y la realidad encontrándose en el camino junto con los mosaicos turquesas que borboteaban, dudaba poder ver algo semejante, con un toque de abandono y melancolía fundiéndose en una sola imagen, la indiferencia humana acompañándolas. Sin embargo, enfrente de mí, descendiendo de un alto relieve de nieve, se encontraba un lago helado que cortaba el camino hacia una cabaña de color etéreo rodeada por frondosos pinos, con las leves vislumbres del mediodía fundiéndose, y me di cuenta que estaba cerca.
—Merde— murmuré, sonriendo hacia el panorama.
Me senté sobre la escarpada montaña y comencé a descender, dirigiéndome hacia la planicie de un lago congelado, con mis pies en el correcto relieve para poder balancear mi velocidad. Con mi mano derecha sostenía una estaca en caso que tuviera que frenar, sintiendo en mis gélidos dedos la nieve. Llegué hacia el final y, poniendo la estaca y creando un fuerte impacto, di un brinco y me puse de pie. Sacudí mi cuerpo, mi coleta, mis manos y comencé a caminar. Respiré profundamente.
La casa se encontraba a algunos metros de distancia de mí, enfrente de la planicie: una estructura que, desde fuera, parecía ser sólo una vivienda de un anciano misántropo.
Crucé el lago pecho bajo tierra. Estaba a sólo algunos pasos cuando las alarmas comenzaron a sonar fuertemente, anunciando mi presencia, y noté cómo era que el lago comenzaba a temblar, aquella trampa y esfera que mantenía seguro a mi adversario.
—Mierda— murmuré para mí misma, sonriendo hacia las grietas del lago que se comenzaban a mostrar, y poniéndome mi pasamontañas.
Era mi droga, y era mortífera: la lacerante adrenalina susurrando en forma del viento, tornándose en la energía corriendo por mi cuerpo, reflejándose en mis acciones. Era mi droga, porque justo en ese borde de la muerte, con todo acallándose a mí alrededor, el mundo estallando en acertijos, lograba olvidarlo. El todo. La nada. Era ahí cuando estaba más viva que nunca, porque es cuando algo te falta que lo sientes y lo extrañas con más intensidad, y no había otra cosa que lograra disipar las incógnitas y avivar la existencia que el borde entre la vida y la muerte al desleírse.
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1. Agente TF01, origen.
ActionHay grietas llenas de dolor y de misterios; ahí es donde nacen las dos agencias cuya rivalidad es tan grande que su objetivo es olvidado. Tamara sabe perfectamente cómo controlar su doble vida como una agente y una adolescente: tiene amigos, pa...