17. Ella:
Algunas veces intentamos negar eso que tenemos enfrente, inclusive pretendemos negar a aquella persona que está presente o los sentimientos que sentimos hacia ella. El egocentrismo hace que nos guste sentir que sólo será algo efímero, que aquella visión y los participantes en ella que estás observando en ese momento, en cuestión de segundos se esfumarán y las cosas volverán a ser normales y reales, en un mundo donde tú las puedas alcanzar con tus dedos y moldear con tu mente.
Por alguna razón, nos gusta eso porque lo podemos controlar. Nos gusta estar siempre en todo, estar activos y no sentirnos como unos estúpidos ignorantes que los otros ven como menos. Y hay personas que se acostumbran a siempre estar al tanto del todo, estar en ese pedestal donde sólo unos pocos están.
La mayoría del tiempo esa era yo.
No en ese momento.
— ¡No me golpees!— bramó mi atacante en español, soltando un chillido de pánico y sonando horridamente asustada por mí, aun después de que me aparté de ella.
— ¡Merde, perdón!— respondí en español. En cambio, ella sólo se quedó en blanco, recargada contra la puerta, con una pequeña sonrisa asomándose por sus labios y frunciendo el ceño.
Después de varios segundos, pude enfocar a mi atacante nítidamente: era una mujer de sesenta años, aproximadamente, con un cabello castaño claro y algunos mechones blancos recogidos en una cebolla desteñida. Su altura era baja, con un color de piel oliva clara, y labios gruesos, pero achatados. Tenía una nariz puntiaguda y demasiado pequeña para su carrilluda cara. Sus ojos eran oscuros y grandes, y no podían dejarme de verme, moviéndose de un lado a otro.
— ¿Pues qué palabras decían tus compañeros?— inquirió Tomás, dejándose caer sobre la jamba de la puerta, justo cuando se escuchó otra puerta abriéndose a la distancia.
— Hijo de puta...— comencé a decir, pero mi voz se atrapó en mi propio estupor. La última vez que había dado una retrospectiva, había sido yo la única agente menor de edad trabajando para la agencia. Ver a Tomás ahí columbraba un plano completamente diferente al de mi vida diaria. No porque no creía que él no fuera apto para ser agente o estuviera celosa, sino porque no se me había informado de eso, y abría una incógnita más grande en mi existencia. Al final, todo esto era un coraje, una rabieta de una niña pequeña en la mente de una niña de diecisiete años, no un caso bélico o complejo—. Perdón, perdón, perdone las palabras— dije, volviéndose hacia la señora, quien parecía estar divertida—. ¿Usted es Ingrid?
—Sí, Ana Ingrid Villarreal Cruz, a tu servicio—sonrió—. Y tutéame, por favor.
— Siento lo de...— señalé la puerta e hice una mueca—, entrar sin permiso. Y casi degollarla, te. La verdad es que nunca leí el Manual de Carreño. Tāmāde. Esto es incómodo.
— No importa, no importa. Tú ni te preocupes. Hola— dijo en español, sonriendo aún más. Se inclinó y me dio un beso en el cachete derecho. Fruncí el ceño y me recliné para darle otros dos besos, cuando ella puso su brazo sobre el mío, a punto de abrazarme.
Estuve a punto de elevar mi codo para darle un golpe en la mandíbula y ponerla contra la pared para quitarle la respiración el suficiente tiempo para que me dijera por qué me había tocado. Me contuve. No estaba acostumbrada al afecto. Al notar mi incomodidad, apartó su brazo y sonrió de oreja a oreja. Frunció el ceño, como si estuviera confundida.
—Bueno, soy Tamara Quivera, mucho gusto, buenas días, buenas tardes— le di un asentimiento y caminé hacia donde estaba Tomás—. ¿Qué haces aquí? O sea, ya sé qué, pero por qué.
ESTÁS LEYENDO
1. Agente TF01, origen.
ActionHay grietas llenas de dolor y de misterios; ahí es donde nacen las dos agencias cuya rivalidad es tan grande que su objetivo es olvidado. Tamara sabe perfectamente cómo controlar su doble vida como una agente y una adolescente: tiene amigos, pa...