45.Ella:

1.5K 119 40
                                    

45. Ella.

Veintiún minutos.

Parecía saber qué estaba haciendo, sin arrogancia en sus acciones, como siempre.

Estaba cayendo.

Y yo la iba a seguir.

Solté un poco la correa derecha, haciendo que el paracaídas tomara más velocidad y se dirigiera hacia esa dirección, pasando raudamente todo lo que me sujetaba a mí alrededor. En cuestión de segundos, la distancia entre Victoria y yo era cada vez más corta, al mismo tiempo que las rocas a nuestro alrededor, viéndonos directamente a la cara, afrontando y tentando.

Abrí mis brazos en el momento en el que la alcancé y los cerré con rapidez, haciéndome hacia un lado para evitar las piedras y envolviéndola completamente entre mis brazos, aquella persona que tantas veces me había lanzado justamente a ese mismo lugar, ojo contra el filo, cegándome completamente.

Estábamos libres. Seguras.

Dejé caer el paracaídas.

Caímos al agua. Gélida. Contra corriente. Comencé a sentir un ardor por todo mi cuerpo, sobre todo en mi cráneo, chillante, profundo, congelando hasta las últimas de mis entrañas. Me alcé en cuestión de segundos, comenzando a calentar mis músculos. Intenté subir, pero la tela del paracaídas me sumergió aún más, enredándome entre su tejido, sin escapatoria. Recordé la navaja que tenía entre mis dedos, y lo rompí, hasta que logré salir.   Di una gran bocanada al salir, comenzando a toser en cuestión de segundos. Parpadeé con rapidez hasta que encontré a Victoria a unos pasos de mí. De repente, pude escuchar todo con más estridencia, las gotas esparciéndose en mis lados para crear el rio en el que me encontraba.

Esa mano.

Esa cabeza.

La seguí, nadando contra corriente, viendo a corta distancia la orilla del rio. Noté que me era más fácil si nadaba por abajo, siempre lo había sido. Me hundí es cuestión de segundos, y nadé hacia donde estaba Victoria, abriendo los ojos abajo del agua. Sostuve su tobillo. Ella dio una patada. La sostuve con fuerza y subí, encontrándome con su mirada segundos después.

Suspiró.

— ¿Qué haces aquí?— le pregunté—. Es mi misión.

Ella sólo se me quedó viendo, con aquella ininteligible mirada que tenía, y señaló la orilla del rio. Con dificultad, llegamos hacia ella y nos tiramos sobre las piedras. Tosí, respirando fatigosamente al igual que ella, y me volví hacia Victoria, notando que no se veía tan extenuada como pensé que lo estaría.

Detuve todos mis impulsos, recordando lo que había sostenido segundos después. Tenía que seguir esa técnica: la inocencia, la manipulación, disipando los dedos sobre mi espalda o los roces sobre mis labios. Ya no iba a dejar ser explotada, mi nombre no sólo serían letras que bailaban en el aire, ahora quería que formaran algo, el significado de la vida, de la muerte, de la soledad, pero algo. Quería existir rigiéndome por mí misma. Ya no iba a ser un títere escondido bajo las manos de alguien, atada por los brazos, tomada por la cabeza, y no tenía miedo a perder el balance de en qué creía, porque creer en mí misma sería lo único verídico y licito dentro de mis mismos regímenes, porque nunca podría traicionarme, a comparación de aquella voluptuosa estética enfrente de mí, los escombros de la noche anterior y las imágenes calcinándose en la oscuridad.  

—Ahora sí— le dije, poniendo mis codos contra las piedras—. ¿Por qué estás aquí?

Ella se volvió hacia mí, plegando sus labios por unos segundos, frunciendo el ceño levemente. Esa era Victoria, no era pedante, no era arrogante, simplemente seria. Un contexto de personalidad difícil de encontrar. En los pasados meses me había dado cuenta que simplemente era porque a ella le faltaban piezas y, de alguna manera, estaba perdida. Lo hacía porque veía mi reflejo en ella, y de esa manera nos compenetrábamos.

1. Agente TF01, origen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora