1.Ella

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1. Ella.

No tenía nombre.

Ni fecha de nacimiento.

Algunos nos llamaban mercenarios, pero yo me negaba a serlo porque eso sería ser igual que ellos, esa contrariedad que intentábamos eliminar, o que cometiéramos esos errores que en un punto histórico habíamos intentando abolir.

Eso era lo que nosotros creíamos.

Sin embargo, recónditamente, eso era lo único que éramos, y lo único que llegaríamos a ser.

Invisibles.

Un insulto.

Herramientas.

Títeres con tres franjas rojas, amarillas, azules, blancas y negras desliéndose en la polémica fusión histórica de estandartes napoleónicos similares, pero con contrastes diferentes.

Mercenaria, eso era lo más cercano que había tenido nombre.

Las introducciones son tediosas, yo decía.

Las introducciones son importantes, Victoria decía.

Y Victoria siempre estaba en lo correcto.

Había comenzado mi entrenamiento a la edad de tres años, alargándolas hasta los cinco años, cuando comencé mis misiones. Eran sencillas, ingenuas, simples sebos y la actuación de una pequeña niña secuestrada y rescatada por agentes con mayor capacidad que la mía.

Era una inocencia explotada.

No una física o psicológica, sino una visual: aquella capacidad de parecer alguien que no era, un uniforme sin costo, una máscara sin gesto, nada ni nadie, un personaje ausente e imperceptible llenando un paisaje.

Con el tiempo la dificultad de las misiones fueron evolucionando y creciendo junto conmigo.

Las misiones acompañadas comenzaron a la edad de diez, y las individuales a los trece años.

El mundo comenzó a ser cada vez más grande y pequeño conforme lo fui conociendo, cada una de sus boquetes más visibles y evidentes. Las personas se convirtieron en posibilidades mortíferas, y comencé a ser una persona más vulnerable ante varios ojos erróneos. Sin embargo, creo que mayormente la vulnerabilidad afecta en cambios radicales de un ambiente blando y falso a uno realista y violento con los principios equívocos. Sobre todo basándose en la infancia de los niños, porque no es hasta que somos trasladados a la metamorfosis de la adolescencia que comenzamos a ser un poco más conscientes de lo que hacemos, pensamos, o dónde estábamos.

Por qué, por qué, por qué.

Volvemos a tener cinco años.

Nada existe.

¿Por qué?

No sé.

Esa es la realidad contemporánea. O por lo menos lo era para mí. Mentes envueltas en burbujas, falta de reacciones electro químicas, sentimientos reprimidos y personalidades tan ocultas que se pierden.

Y así era cómo mi vida se había desarrollado, en base a esas creencias, hasta ese momento culminante que, por alguna razón, tendría un valor de contar, algún cierto interés que repercutiría en algún sentido.

O quizás sólo sería una tediosa historia más.

Como dije: las introducciones son tediosas.

1. Agente TF01, origen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora