5.Él#1.
El rítmico repiqueo cinco veces consecutivos en la puerta, al mismo tiempo que el golpe de mi pie en la puerta, fue la señal de que era yo. Se había convertido en una costumbre, esa pequeña tonada que nos unía después de tanto tiempo.
Se tardó más de lo normal en abrir la puerta. Me imaginé que estaba dormida. Irónicamente, era yo quien se sentía dormido. Algunas veces, la realidad o el pasado se ven tan turbios que es imposible de detectar cuándo estás en uno y cuándo estás en otro. No es como aquella perfecta realidad de la que la mayoría de los enamorados hablan, en la que la felicidad acapara cada uno de sus sentidos, sino una realidad en la que ningún sentimiento es puro, donde la felicidad conlleva al miedo, o la unión al mismo tiempo a la soledad.
Ambivalencias.
Eso era lo que llevaba sintiendo desde tiempo. El repentino cambio de un hogar con las horas de dormir contadas y algunas imprevistas visitas de la Iglesia o niños de escuelas, a un hado día donde todo es lo mismo: una temperatura alta, la misma comida del martes pasado y los mismos zapatos del día anterior, pero con una fortuita visita que sólo parece una ilusión más, a la que le eres indiferente porque ya sabes cuál es su final. Sin embargo, algo cambia esta vez; por alguna razón, te notan. Y naces de nuevo, tus pies tienen poder sobre la tierra de nuevo y sientes que tienes la libertad de decidir qué sentir, de ya no ser ese niño que no sabe cómo nombrar a sus sentimientos.
Y todo va bien. Un circuito que a muchos les puede parecer tedioso para ti es una fortuna.
Y de repente, todo cambia. Las actuaciones de una persona cuando no te conoce cambian cuando lo hacen. Todo se va a un plano completamente diferente cuando vuelve la monotonía, la falta de sensación de vida, y algo deja de tener correspondencia, dejando todo en un desnivel total.
Y luego llegó ella, a años de distancia. Y con ella, el cargo de vidas.
Me abrió la puerta, con esa misma sonrisa que tenía el primer día que la vi: recóndita, melancólica, nostálgica, firme.
Algunas veces, era difícil entender que alguien, ella, yo, habíamos tenido una vida antes de nuestro reencuentro. Era como si todo hubiese comenzado ahí y fuéramos personas diferentes.
—Pásale— dijo, abriendo completamente la puerta y dejándome pasar, dando la vista al interior de la pequeña cabaña en la que siempre nos reuníamos: tenía un abanico prendido para quitar el calor de las islas marquesas, un sillón de tela verde desgastado que estaba enfrente de una chimenea jamás encendida, con la cocina vacía y las puertas de los pasillos abiertas, dando la vista a sólo vacías y oscuras habitaciones con camas. No sabía de dónde había conseguido la cabaña ni por qué en ese lugar, pero me aterraba.
Me agaché y la abracé, sosteniéndola entre mis brazos febrilmente. Ella, titubeando un poco, puso sus brazos alrededor de mi cintura. Le di un beso sobre la mejilla y me aparté de ella, sonriendo. Me quité mi chaqueta y la puse él en perchero. Se cayó, me agaché y lo recogí. Caminamos hacia el sillón y nos sentamos, sucumbidos por un silencio incómodo por varios segundos, un indicador de que algo había pasado.
—La encontró.
Me quedé algunos segundos callado, pensativo, preguntándome cómo el amor a primera vista es absurdo, pero no el sanguíneo.
— ¿En serio?— pregunté, dubitativo—. Pero... Pero, ¿La visitó y todo?
—No, pero tiene la dirección. La consiguió por una agente de la AGU— se talló sus ojos y bostezó—. Creo que la va a visitar hoy.
— ¡Entonces la tienen que reasignar!— chillé, sintiendo un dolor en mi mejillas.
—Yo no estoy en eso. Puedo mantenerla entretenida, pero si la cambian o no... Eso no está en mi poder. Reasignarla sería romper una regla, y no podría con las consecuencias. No soy tan poderosa.
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1. Agente TF01, origen.
AcciónHay grietas llenas de dolor y de misterios; ahí es donde nacen las dos agencias cuya rivalidad es tan grande que su objetivo es olvidado. Tamara sabe perfectamente cómo controlar su doble vida como una agente y una adolescente: tiene amigos, pa...