58.Ella:

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58. Ella.

Intenté no pensar en sus palabras durante todo el transcurso hacia el carro.

Las cosas a mí alrededor se volvieron turbias, tomando el matiz de las verdades y las mentiras, fundiéndose en la única realidad en la que me podía sostener, la única manifiesta, la que le daba la razón y el camino hacia donde nos encontrábamos. Con rostros fundiéndose en uno, tomando rasgos robados de otras caras, turbias y borrosas, intentando darle significado a todo lo que nos conformaba.

Corrí, dejando que mi vestido se levantara sin importarme.

Corrí, porque eso hacía que mis debilidades se desbarataran y las cosas huyeran.

Corrí, ignorando las miradas de las personas.

Corrí, ignorando sus breves protestas demandando saber qué estaba pasando.

Corrí, porque sabía que, sólo subiéndome a ese carro, con las manos temblorosas en el volante, podría tener las respuestas.

Me senté en el carro. Lo intenté encender. No encendió.

Rospu—murmuré y, a toda velocidad, me bajé del carro, dejando las puertas abiertas, y abrí el cofre para revisarlo. Nada. Comencé a escuchar los reconocibles pitidos a la distancia, debajo de mí. Volví a maldecir, con las manos temblorosas, y miré a ver a mi alrededor, revisando que no hubiera nadie en un perímetro asignado. No encontrando a nadie, corrí hacia el otro lado del estacionamiento y, sin volver de nuevo hacia atrás, corrí hacia el carro más lejano y escondido, uno un poco antiguo.

No rompí el vidrio por el sensor volumétrico. Aun. Abrí el cofre, buscando las bobinas, con las manos inquietantes y titubeando, vacilando: hacía mucho tiempo que no puenteaba un carro. Localicé las baterías, tomé un cable positivo y lo pasé hacia la bobina, proporcionándole batería. Terminé de hacer los procedimientos, pasando alambres de un lado a otro,  lográndolo en un lapso de dos minutos.

La bomba en nuestro carro estalló en ese momento, seguida por el sonido de los gritos.

Apreté mis labios. No era la primera vez que los agentes de la AGU usaban esa técnica.

Procurando que no hubiera nadie a mis alrededores, me quité mi vestido, protegiendo mi pecho con mis manos y quedando desnuda, sólo en calzones. Lo amarré alrededor de mi brazo y rompí el vidrio, dándole un cristalazo. Terminé de romper la ventana, me puse el vestido, subí el seguro y me subí al carro, conduciendo a la máxima velocidad, torpemente. A la distancia logré avistar a las personas comenzando a acercarse hacia la explosión. Aceleré, dejando a un par de adolescentes parados en la mitad de la calle, viendo cómo su carro se marchaba.

Saqué cuentas y rodeé el lapso de lugar donde Tomás podría estar pasando, cargando a su papá. Fue en la sexta vuelta sobre la misma calle en la que los vi saliendo. Me estacioné frenéticamente, casi derrapando y me salí del carro. Corrí hacia donde estaba él, abrí la puerta trasera y lo acomodé, desplazado.

— ¿Para qué tienes un celular sino lo contestas?—preguntó quien era su papá.

Tomás lo ignoró y frunció el ceño al ver el carro y al escuchar la alarma, pero no dijo nada.

—No podemos llevarlo a un hospital— me dijo.

—Tenemos que, si no se va a morir— dije.

—Que no—dijo—. Dame las llaves. Yo manejo. A ti te tiemblan las manos cuando estás nerviosa.

—Y a ti cuando le disparan a tu papá. 

Alzó sus manos, intactas.

—Nunca han temblando.

1. Agente TF01, origen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora