30.Ella

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30. Ella:

Así que caminamos entre el ajetreo, la humanidad resallando y exigiendo, turbada y nauseabunda, hasta la puerta del hospital de la agencia, que estaba atiborrada por agentes y asistentes. La atmosfera era aún más pesada, con el olor a humanidad más espeso, casi como gotas de agua cayendo sobre nosotros, y la sangre casi volvía a diluirse entre nuestros dedos, con fuertes atronados de los gritos frenéticos a nuestro alrededor.  Subimos hacia el tercer piso y Eliza nos condujo por los cuartos comunales y mohínos, con el sonido de las máquinas y el olor a medicinar, un lugar habitual para todos.

Al llegar al cuarto, Eliza le dio un apretón en su brazo a Tomás, seguido por un abrazo, y se marchó.

Entramos.

La habitación en la que Victoria se encontraba era modesta, justo como el resto del hospital, justo como ella: una cama individual en el centro, pegada a la pared, con máquinas a su alrededor, una puerta que daba hacia un baño, una televisión borrosa y una pequeña ventana que daba hacia el edificio lleno de movimiento, por la que Victoria estaba viendo, vistiendo una bata, con sus brazos descubiertos y magullados. A su lado, había un doctor polaco con una gasa sobre su mano, junto una botella de alcohol.

—Directora— decía él en inglés, con desesperación—, tiene que descansar...

—Tengo que salir de aquí para arreglar las cosas; y no me quedaría más de quince minutos descansando, lo cual me cansaría aún más.

—Posiblemente tendremos que operarla...

—No— dijo Victoria, llevando involuntariamente hacia su estómago y se volvió hacia él, bruscamente—. Sólo hay un doctor que permito que me trate. ¿Sabe si está aquí el doctor Sorensen?

—Directora...

— ¿Yo le pago igual, no?

Esa era Victoria. Sólo ella podía ser recatada, pesada y antipática al mismo tiempo, mezclando todo en palabra.

El doctor se dio la media vuelta, haciendo una cara de frustración. Al vernos en la jamba de la perta, se quedó parado, semblante. Tomás y yo elevamos nuestra mano derecha y la hondeamos en círculos. El doctor le dio un leve golpeteó en su hombro a Victoria, temeroso. Ella, suspirando, se dio la media vuelta, y cuando nos vio, por un segundo me pareció que iba a dar un paso hacia adelante.

Era la primera vez consciente que la veía sin maquillaje, sin contar la vez de los baños comunales. Ya no parecía tan joven, a principio de sus treinta, como antes solía hacerlo, consumiendo los años con capas de químicos. Se veía cansada: las ojeras de sus ojos eran prominente y sus pómulos parecían caídos, magullados. Su cara se veía chupada y sus ojos cansados e hinchados, fastidiados de todo lo que veía a su alrededor, impertérritos y con cardenales recientes. La cuenca de sus ojos estaba hinchada, a pocos toqueteos de estar caída, su mandíbula alumbrada. Apretó sus carnosos y aun rojizos labios de los partidos que estaban, haciendo que las cicatrice de su cara que ya había visto se notaran aún más. La más evidente estaba en su frente, de un ancho grosor, pareciendo casi una mancha.

—Yo me limpio— le dijo al doctor, extendiendo su mano.

—Estuvo a punto de romperse una costilla y de sufrir una hemorragia interna. Hay riegos de una parálisis del nervio facial, y tiene contusiones. Tenemos que sacar radiografías para ver si tenemos que...

—Eso lo hace al rato— lo vio fijamente, esperando a que le entregara el alcohol. Abrió sus ojos, ladeando su cabeza y frunciendo el ceño—. Que yo me limpio, doctor, ¿no me escuchó?

El doctor suspiró y le entregó el alcohol, poniéndole la venda en su otra mano. Masajeando sus sientes, salió de la habitación, murmurando algo en polaco.

1. Agente TF01, origen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora