61.Ella:

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61. Ella

Así que despídete de quien tengas que hacerlo.

Decidí mover mi salida con Driek para el horario de la mañana. Las doce de la tarde. Sin embargo, le había pedido que pasara por mí para que fuéramos a desayunar a las nueve y media, porque Eliza se había ido a hacer unos trámites de la marcha y tenía que salir de esa casa lo más pronto posible. Me sentía atrapa, de alguna manera, como si las paredes en algún momento estuvieran a punto de colapsarse, los pisos a punto de temblar y las ventanas a punto de hacerse añicos; las bajas voces sonando más fuerte que nunca, con una descomunal ansiedad.

Él estaba vistiendo un traje de baño de color rojo y una camisa de botones con palmeras. Se acababa de cortar el cabello, pero aun así seguía teniendo sus bulliciosos rulos, y no tenía puestos sus lentes. Yo, en cambio, estaba vistiendo mi irrisorio atuendo habitual: unos pantaloncillos de mezclilla y una camiseta holgada de color azul marino de Chiapas que había comprado en un mercado a treinta y cinco pesos. Tenía mi cabello recogido en una cebolla alta, que me había hecho despreocupadamente al salir de bañar, y un vago maquillaje para cubrir mis cicatrices, lo cual me hacía verme aún más demacrada.

— ¿Estás bien?— me preguntó Driek cuando me senté en el asiento delantero de su Malibú. Subí mis piernas hacia el asiento y las crucé; quería esconder las cicatrices que tenía y aparte no era muy segura de ellas: eran demasiado musculosas.

Hice el asiento hacia atrás.

—Muy, pero muy bien— dije, intentando no ver hacia la casa—. ¿Por?

Driek entrecerró los ojos y se encogió de hombros.

Sinceramente, ya no estaba tan ansiosa como ese día en la mañana. Estar con Driek, por alguna razón, me tranquilizaba. Me hacía olvidarme por completo de la realidad. Me acordaba completamente de mi ying y de lo sencillo que llegaba a ser a su lado. Era como escuchar la risa de un bebé en un cementerio, era demasiado nuevo, demasiado inocente, una brisa entre el caos.

—Nada más. Es que te ves como cansada.

—Nah, es que no dormí muy bien porque fui a una fiesta, pero equis, equis, equis— me volví hacia él y sonreí—. No voy a dejar que mi estado somnoliento arruine nuestra salida.

Fue más interesante de lo que esperaba.

Driek, en sí, era una persona muy incómoda con la que estar. A muchos les podría parecer tedioso, una persona lenta y torpe. Sin embargo, era una de esas personas que tienes que esperar a ver crecer, que tienen que abrirse poco a poco para poder llegar a conocer completamente su personalidad. Aparte de todo eso, tenías que estar interesado en los temas intelectuales.

Así que ir con él a una exposición de misterio era toda una aventura existencial.

La presentación duraba seis horas, con un intermedio para salir a dormir. Todo el paquete iba incluido, y yo me había ofrecido a pagarlo, pese a que Driek había dejado dinero en mi casillero sin que yo me diese cuenta aun. La segunda función era de seis de la tarde a doce de la noche. Más personas asistían a la de la noche, pues tenía mejores afectos y había fuegos artificiales. Aparte, todo se veía mejor cuando no había tanta luz.

Sin embargo, como era tan tarde, todas las familias que tenían niños pequeños asistían a la primera función. Fue así como tuvimos que aguantar toda la exposición con los niños pequeños. Aun así, estaba pasando un buen rato con él.

Las medusas inmortales se tornaron hacia algunos fósiles marinos y los descubrimientos del Golfo de Fonseca y la ciudad desconocida subterránea de Cuba. La información fue surgiendo poco a poco, intentando apaciguar tanto la mente de Driek como la mía. Aun así, sentía que, por cómo se movía la cabeza de Driek de un lado hacia otro, él no estaba siendo saciado o calmado con esa información. Todo lo contrario.

Finalmente, terminamos la presentación y Driek condujo por alrededor de una hora, oscilando los vislumbres de luz y jugando con ellos. Enterando, los minutos pasaban junto con las conversaciones y las incógnitas sin resolver. Parecía poder manejar sin siquiera estar pensarlo. Y yo parecía estar disfrutándolo como si pudiera hacer eso por el resto de la eternidad.

Se paró en la mitad de la carretera, en un pequeño espacio que había. Arriba de nosotros había un pequeño monte rodeado por árboles. Si algo había aprendido de mis tres meses de estancia era que la isla era tropical y de un territorio desigual, y que por años había sido una isla fantasma hasta que las topografías cambiaron y mostraron una anomalía, la cual trazó el camino hacia aquel archipiélago, al comienzo del siglo pasado. Al mismo tiempo, Driek me había explicado que todo el territorio de Azul del Mar se conformaba por cinco islas. Tres de ellas eran habitables. Dos de ellas no: una por pequeño tamaño y grandes mareas; otra por su actividad volcánica. También había algunos islotes, pero eran demasiado pequeños para ser habitados.

Me comencé a sentir paranoica por algunos segundos, al ver el agua a nuestro lado, sintiendo cómo es que todo el peso de lo que no controlábamos podía caer sobre nosotros, cambiando todo lo que habíamos creado, el mismo catalizador que había creado lo que ahora me rodeaba. Pero todo cambió cuando Driek se estacionó en una pequeña colina que daba la vista hacia un acantilado a la izquierda, y del lado derecho hacia una empinada colina fangosa y  llena de follaje, con una escaleras natural tallada por los pasos.

—Driek, por favor dime que no te hiciste un psicópata por ser tan retraído y que no vienes a matar aquí a tus amigos— le dije mientras subíamos la pequeña colina, yo con mis pies inclinados y él tomándose de los árboles para caminar, guiándome.

Se volvió hacía mí y soltó una pequeña carcajada.

—Creo que para eso tendría que tener amigos, ¿no?

—Qué triste es nuestra existencia, Michael Myers— dije, soltando otra carcajada. Me agradaba poder burlarme de nuestra escasa agencia social. Directo. Sardónico. Interesante.

—No voy a hacerte nada— dijo, riendo más fuerte de lo imaginado.

—Y aparte aunque me llevas como quince centímetros te sigo ganando de peso, para qué te haces.

—Son dieciocho, acuérdate. Y mi fuerza es mi cerebro.

— ¿Cuál cerebro?

—El que sí pasó matemáticas— rio un poco—. ¿Al final qué te sacaste, por cierto?

Reí y lo seguí, sin saber bien hacia dónde íbamos.

—Una dama no habla de sus calificaciones. 




 

 


1. Agente TF01, origen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora