Como todos los sábados Erik abría el estudio de tatuaje después de comer. Subió la persiana de metal con un fuerte impulso y dejó escapar un suspiro. Aquel día se sentía especialmente bien. Porque, contra todo pronóstico, el sol brillaba sobre el cielo de Dublín. Encendió todas las luces y se agachó un momento para poder rehacerse bien el moño. Empezaba a estar un poco cansado del pelo largo y había comenzado a hacer el pensamiento de cortárselo otra vez. Quizá el fin de semana que viene. Por el momento, cuando se miraba al espejo, le gustaba. Fue hasta el mostrador para empezar a prepararlo todo y revisó un momento su agenda. No tenía ninguna cita acordada para aquel día, así que se limitaría a esperar a que alguien cruzara la puerta de su estudio con una idea improvisada. Fue a su despacho para recoger el portátil y lo puso sobre el mostrador, mirando un momento la hora. En Nueva York debían ser las diez de la mañana.
Y pensó que podía hacer una llamada rápida a su hermano.
Lo primero que vio cuando contestó la video llamada fue un primer plano borroso de la cara de su sobrino. Se mordió el labio para no reír y se lo quedó mirando con las cejas alzadas.
—¡Vaya! ¿A quién tenemos aquí?
—Hola, Erik—la voz del niño sonó aguda, acompañada de una risa rápida.
—¿Qué haces con el teléfono de tu padre?
—El papa está haciendo el desayuno—se apartó un poco de la cámara y Erik pudo ver parte del salón. Le traía sentimientos encontrados ver aquel apartamento—. ¡Papa! ¡Papa!
No hizo falta que el niño insistiera más. Pronto apareció Owen en el plano y le quitó rápidamente el teléfono, enfocando bien.
—¡Que me ha cogido el teléfono! Madre mía, este niño me va a matar...
Erik soltó una carcajada y se balanceó un poco en la silla. A su hermano ya se le empezaba a notar el paso de los años. Quizá por su complexión de piel, porque apenas acababa de pasar los treinta. Los veintiocho años de Erik aún aguantaban la piel suave. Aunque, teniendo también pecas y con su historia de fumador, podía esperar el mismo destino que su hermano.
—Madre mía, Owen. Te veo ya las patas de gallo.
—Ay, cállate, cállate—el mayor se rió y se llevó las manos a la cabeza—. Qué horror. Y Ted que me saca dos años está igual que con veinte, no sé cómo lo hace—sacudió la mano para dejar el tema—. Oye, ¿qué tal? ¿Cómo es que llamas?
Erik se encogió un poco de hombros antes de contestar.
—Pues mira, que tenía un rato libre.
—Podrías llamar más a menudo, ¿no?
A Erik le dolió un poco ese comentario, sobretodo porque en el fondo Owen tenía razón. Pero su hermano también tenía que comprender que no era fácil para Erik conectar con algo que había dejado atrás. Era complicado centrarse en su presente en Dublín si tenía que estar pendiente de cómo seguían las cosas por Nueva York.
—Ya, ya lo sé. Bueno, ahora he llamado, ¿no? Pues ya está.
—Sí, sí. Ya está.
—¿Qué tal está Neo? —preguntó rápido para escapar de aquella encrucijada hiriente.
—Pues míralo—Owen enfocó al niño, que seguía a su lado atento a la llamada—. Creciendo. Cada día está más grande.
Erik sonrió con ternura al ver al niño otra vez. Nunca le habían gustado los críos, pero su sobrino era especial.
—¿Cuántos años tienes ya?
Neo se lo pensó bien antes de levantar tres dedos.
—¡Madre mía, qué mayor!
ESTÁS LEYENDO
Sugar
Romance《-¿Alguna vez has sentido que, por mucho que lo intentes, nunca conseguirás hacer las cosas bien? -Constantemente...》 Erik estaba dispuesto a llevar su vida, y todo lo que le rodeaba, al límite. Quizá fue aquello lo que hizo que se diera cuenta dema...