Capítulo 39

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—Owen Jeffrey O'Brennan, se le acusa de golpear a Jace Collins hasta la muerte.

El chico sentía un sudor frío recorrerle la espalda. Y se sentía tan minúsculo que apenas podía respirar en medio de aquella marea de miradas afiladas y penetrantes. No, aquello no podía estar pasando, debía ser un error. Removió con rabia sus muñecas, haciéndose daño con las esposas, y miró fijamente al juez.

—No es verdad—intentó hablar firme, pero la voz le temblaba demasiado. Se incorporó, vacilando un poco, y tomó aire—. No es verdad, no le maté. Yo no le maté.

—¡Protesto, señoría! —el abogado de Jace se levantó vehemente, alzando la mano—. Hay testigos de la agresión, y muchos confirman que O'Brennan dijo, explícitamente, "te mato" y "te mataré".

—¡Pero no le maté! —Owen acabó de levantarse, con lágrimas en los ojos—. ¡Cuando vino la policía él aún estaba vivo! —se giró a su pareja, que estaba en el banco de los testigos, con una mirada seria y dolida—. ¡Ted! ¡Me dijiste que estaba en el hospital! ¡No le maté! —el policía se mantuvo serio, con el ceño ligeramente fruncido, y negó lentamente con la cabeza.

Owen sintió que todo el peso del mundo caía sobre sus hombros, aplastándole. Todo el mundo estaba contra él, todos pensaban que era un asesino. Todos pensaban que era un monstruo. Pero él no era un monstruo, no lo era. Lo hizo para proteger a su hermano, y no quiso matar a Jace. No, no lo había matado. No había podido matarle. No se lo quería creer. Era inocente, sabía que era inocente. ¿Por qué nadie le creía? Ni siquiera Ted le creía...

—O'Brennan, le declaro culpable—dio un golpe con el mazo.

—¡No!

—Y le condeno a la máxima sentencia, la pena de muerte.

—¡No! —volvió a levantarse de golpe, mientras dos guardias le sujetaban firmemente—. ¡Por favor, por favor! ¡Eso ni siquiera es legal! ¡No pueden condenarme a muerte! —los guardias empezaron a empujarle hacia la salida, y él intentó escabullirse con todas sus fuerzas, removiéndose con rabia y desesperación. Pero eran demasiado fuertes, ni siquiera pudo detenerse—. ¡Ted! ¡Ted, ayúdame! ¡Por favor, ayúdame! ¡No pueden matarme!

—Tú mataste a alguien, Owen—el policía se encogió de hombros, acercándose un poco a él—. Creo que es lo justo—el chico fue a protestar, pero Ted se le adelantó—. Además, ya ni siquiera te quiero—dijo con una mueca, arrugando la nariz—. ¿Por qué tendría que ayudarte? ¿Para seguir esperando a que tengas el valor de poner de tu parte en el sexo? Dije que no te tocaría un pelo y es lo que voy a hacer, Owen. No voy a tocarte un pelo, ni siquiera para ayudarte—dio media vuelta, sacudiendo un poco la mano—. Venga, matadlo ya.

—¡No! ¡Ted! ¡Ted!

Vio cómo le alejaban de él a rastras, por aquel largo pasillo, que cada vez parecía más oscuro. Se escaba quedando sin voz de gritar, pero él seguía y seguía gritando. Entonces, todo empezó a hacerse cada vez más tenue, y cuando fue lo suficientemente consciente, se dio cuenta de que estaba en su cama. Aún persistía en su pecho la angustia y el terror, pero cada vez iba comprendiendo más que todo aquello había sido un sueño. Dudo unos instantes sobre el estado de Jace, ¿realmente le había matado? Pero pronto entendió que aquello también era parte del sueño. Respiró aliviado y cerró un momento los ojos, agotado por el ajetreo de la pesadilla. Cuando ya estuvo un poco más calmado se giró y miró la hora en su despertador. Las ocho de la mañana.

Volvió a respirar profundamente y se incorporó en la cama, aún un poco angustiado. No recordaba una pesadilla peor que la que acababa de tener. Pero sacudió la cabeza y se frotó los ojos. Tenía que hacer un esfuerzo por olvidarla y seguir con su día.

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