Capítulo 62

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El apartamento de Björn estaba lleno de fantasmas. Erik apenas había puesto un pie dentro cuando sintió el frío recorrerle la espina dorsal, como una señal de peligro que le enviaba su cerebro. Se tomó un momento para seguir adelante, como había hecho la primera vez que fue a Reikiavik, y por un instante se sintió igual de pequeño. Se quedó parado en el sitio, mirándolo todo con meticulosa atención, mientras Björn daba vueltas por el salón y hablaba desesperado por teléfono. Con abogados, o inversores, o con su madre. Erik no sintió la necesidad de preguntar. Respiró profundamente como le había enseñado su psiquiatra y se miró un momento la mano, haciendo girar el anillo en su dedo. Volvía a estar en Nueva York, en aquel rascacielos, sintiéndose vulnerable. Volvía a estar en el punto de partida.

Pero ahora todo era muy diferente.

Incluso Björn, si lo miraba bien, era diferente.

Estaba muy feliz de volver a estar con él y de que el juicio hubiera salido bien, pero no podía evitar seguir dándole vueltas a la acusación. Prostitución infantil. Björn, acusado de prostitución infantil. Sintió un hueco hundiéndose en su estómago y le dieron ganas de vomitar, como si de golpe estuviera abriendo los ojos. Se volvió a mirar el anillo y se sintió... mal. Se sintió mal, no sabía muy bien de qué, ni cómo. Volvió a respirar profundamente y levantó la mirada hacia Björn. El empresario le miró de vuelta y le dedicó una dulce sonrisa, sin dejar el teléfono.

Y dejó de sentirse mal. Porque aquella sonrisa era como morfina. Serotonina y dopamina enfrascados en un pequeño gesto que el empresario le dedicaba solo a él. ¿Qué más daba todo lo que hubiera pasado, o los errores que ambos hubieran cometido? Se sentía seguro con él, como no se sentía seguro con nadie más. Ahora le necesitaba, y no tenía tiempo de pensar si eso estaba bien o estaba mal.

Así que le devolvió la sonrisa, sencillo, y se acercó a paso tranquilo hasta que el hombre lo envolvió en un reconfortante abrazo. Sintiendo la calidez de su pecho, y el bombear calmado de su corazón. Pues claro que esto era lo correcto. Si no, no se sentiría tan bien.

—Vale, te llamo luego y seguimos hablando. Adiós—Björn colgó la llamada y le prestó toda su atención a Erik, acariciándole afable el pelo—. ¿Estás bien?

Erik no contestó de inmediato. Se encogió un poco y hundió su cara en el pecho del empresario. Le quería tantísimo que a veces le costaba procesarlo.

—Es un poco raro estar aquí, después de todo...—levantó la cabeza para mirarle a los ojos, mientras el empresario enredaba sus dedos en los rizos suaves del chico—. Pero estoy bien.

—Si quieres volver ya a Reikiavik puedo encargar los billetes de avión ahora mismo. Lo que necesites, cariño.

El chico se acabó de separar de Björn y se quedó mirando al suelo, pensativo. Sintió que, de haber cogido un avión el mismo día, estaría huyendo. ¿Pero huyendo de qué? No necesitaba demostrarle nada a nadie en aquella ciudad. No le quedaba nada de valor. Pero sí que quedaban malos recuerdos y dolor que aún no había conseguido procesar. Y como le dijo Dagur, debía reconciliarse con el pasado. Con su pasado. Necesitaba hacerle frente a Nueva York, de una vez por todas.

—No, creo que necesito quedarme unos días—levantó la mirada a los ojos de Björn—. ¿Podemos?

El empresario no se esperó esa respuesta, y asintió un poco extrañado. Intentó buscar una explicación en los ojos de Erik, que siempre habían sido tan transparentes y vivos, pero solo encontró resignación.

—Sí, claro. Podemos.

Se quedaron un momento en silencio, mirándose a los ojos, y luego Erik empezó a reír. Arrugó un poco la nariz y sujetó la cara de Björn entre sus manos.

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