Capítulo 5

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Cuando la cena terminó, en un silencio de ultratumba, Owen ayudó a su madre a recoger la mesa y subió arrastrando los pies hacia su habitación. Había sido un día largo y el siguiente lo sería incluso más. ¿Qué mejor forma de empezar la semana que con un examen de derecho procesal civil? Soltó un exasperado suspiro y cerró el libro que estaba sobre su escritorio, para seguido guardarlo en su mochila. Las risas de Erik atravesaban las paredes y llegaban a sus oídos, y Owen frunció el ceño molesto. ¿No podía mantenerse en silencio ni unos minutos? A saber con quién estaba hablando para que riera de aquella forma tan erótica. Dejó escapar otro suspiro y se metió bajo las sábanas. Se sentía mal, se sentía vacío. Y tenía unas tremendas ganas de llorar.

Desde luego, era un llorón.

Así que eso fue lo que hizo, llorar. Lloró en silencio durante media hora, porque sí, porque le apetecía, y luego cayó dormido.

Cuando despertó al día siguiente sus padres no estaban en casa, ya que se iban a trabajar antes de que ellos despertaran. Se levantó de la cama, bostezando, y caminó como un zombie hacia el baño para ducharse. Siempre se duchaba por la mañana, y le sentaba genial. Era una forma útil de despertarse del todo.

Cuando salió del baño, diez minutos después, Erik todavía no se había levantado.

Se secó, se vistió y bajó a desayunar mientras repasaba un poco todo lo que entraría en el examen que tenía. Se lo sabía todo y se lo sabía muy bien, pero de todas maneras seguía nervioso. Mientras desayunaba un bol de cereales se dedicó a leer los ingredientes que llevaba la caja de estos escritos, y se detuvo un momento al ver cuánta azúcar tenían. Había escuchado que eso engordaba mucho. Se miró un momento la barriga, se levantó la camiseta para verla mejor, y se sintió mal por no tener un vientre tan definido como el de su hermano. No estaba gordo, claro. Pero tampoco era algo de lo que sentirse orgulloso. Hizo una pequeña mueca de asco y tiró los cereales sin pensarlo dos veces.

Y como aún le quedaban algunos minutos para ir a la universidad, se puso de nuevo a repasar.

Cinco minutos después Erik bajó las escaleras, despeinado y en ropa interior. Bostezó sin taparse la boca y se rascó el abdomen, para seguido ponerse de puntillas y empezar a buscar algo en los estantes. Al parecer no encontraba lo que estaba buscando. Y, frustrado, miró a su hermano.

—Owen.

—¿Hm? —el mayor le miró de reojo.

—¿Dónde están los cereales?

Y en ese momento Owen se arrepintió de haberlos tirado. No era buena idea hacer enfadar a un Erik recién levantado...

Se encogió de hombros, apartando la mirada de sus ojos.

—No lo sé.

—Te has comido un bol—señaló el fregadero—. Sí que lo sabes, ¿dónde están?

El mayor suspiró, sintiendo que sus manos temblaban.

—Los he tirado.

—¡¿Qué has hecho qué?! ¡¿Pero tú eres gilipollas?! —se acercó a su hermano y le dio un empujón—. ¡Joder, Owen, es que siempre la cagas!

—Son solo unos cereales...—intentó arreglarlo.

—¡Ese no es el puto problema! ¡Son mis cereales! ¡Si no te gustan, pues no te los comas, pero no los tires! ¡Joder! —y salió de la cocina, refunfuñando—. ¡Es que parece que lo hagas a posta! ¡Lo único que quieres es joderme!

—¡Esos cereales engordan mucho! —optó por intentar explicárselo, pero tampoco funcionó.

—¡Me importa una mierda que engorden! —se escuchó un golpe seco en el piso de arriba, y Owen optó por mantenerse callado. Discutir con Erik era una pesadilla.

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