Capítulo 40

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[Este capítulo contiene escenas de sexo explícitas, leer bajo discreción etc etc]

Ted nunca había sido un buen madrugador, pero aquel día le costó más de lo que se esperaba levantarse de la cama. Para colmo, la noche anterior se había olvidado de quitarse las lentillas y debía dar gracias que no se había quedado ciego. Se las quitó como pudo, dejando que los ojos le lloraran mientras se los frotaba suavemente. Solo de pensar que tendría que ponerse las gafas sintió que las ganas de no levantarse de la cama aumentaban. Odiaba las gafas. Todo el mundo le decía que no era para tanto, que incluso le quedaban bien, pero se había acostumbrado tanto a las lentillas que dar un paso atrás y llevar gafas le suponía un suplicio. Solo esperaba que la gente que tenía una buena vista supiera valorarlo, porque él estaba harto de no ver tres en un burro.

Después de remolonear durante un cuarto de hora más finalmente se levantó y fue directo al baño, dándose una ducha rápida y vistiéndose con el uniforme de policía. No sabía si es que la ropa había encogido o él había ganado músculo, pero las mangas parecía que iban a estallar. No es que le quedara mal, precisamente. Pero no le gustaba la ropa tan ceñida. Aunque, por el momento, poco podía hacer. Ya compraría otro uniforme el fin de semana.

Desayunó un par de tostadas con un café, recogió un poco el salón y salió directo hacia la comisaría. Encontró un poco de retención en la autopista, como todas las mañanas, y como todas las mañanas llegó algunos minutos tarde. Sorprendentemente, seguía siendo de los primeros.

—Hey, Ted, ¿desde cuándo llevas gafas?

Escuchó la voz de su compañero cuando apenas cruzaba el pasillo y se detuvo un momento, rodando los ojos. Por eso odiaba también llevar gafas. ¿Es que la gente no podía guardarse sus comentarios? No fue hasta que se tomó su segundo café que el mal humor mañanero empezó a disiparse poco a poco, y respirando tranquilo se puso a trabajar.

Le gustaba mucho su trabajo, muchísimo. Había querido ser policía desde que tenía memoria, y aunque siempre se había imaginado en una situación más... bueno, emocionante, trabajar en la comisaría del distrito tampoco estaba nada mal. Lo peor era la burocracia, eso sí, pero valía la pena por la satisfacción de saber que estaba haciendo un buen trabajo. Le daba un poco de pena que la policía hubiera estado tan demonizada en aquellos últimos años, pero no era tan hipócrita como para no entenderlo. Gilipollas había en todas partes. Racistas, también. Y el cuerpo de policía no iba a ser una excepción. Si bien hacía falta poner medidas a aquella situación, y cuanto antes mejor, él se limitaba a hacer su trabajo, que para eso le pagaban.

Lo que estaba claro en todo aquello es que, independientemente de qué, había tenido la gran suerte de acabar trabajando de lo que quería. Era más de lo que la mayoría de la gente podía siquiera decir, y se sentía un afortunado por ello.

Cuando llegó la hora del almuerzo apenas acababa de salir de interrogar a un testigo, y se dirigió solo hacia la cafetería que había a la vuelta de la esquina. No es que no se llevara bien con sus compañeros, pero siempre había preferido comer solo. A excepción, quizá, de comer en compañía de Owen. La mujer de la cafetería ya le conocía, así que en cuanto le vio entrar por la puerta le preparó el sándwich que siempre pedía y se lo dejó sobre el mostrador, con una pequeña sonrisa.

—¿Café?

—Me muero por un café, la verdad. Pero me he tomado ya dos y no debería abusar de la cafeína, así que ponme agua—contestó el afroamericano con una sonrisa, apoyándose en el mostrador y sacando su cartera—. Aunque... ahora que lo pienso, un café descafeinado no puede hacerme daño, ¿no?

La mujer sonrió de medio lado, negando suavemente, y se giró hacia la cafetera. Ted siempre presumía de no tener ningún vicio. Ni fumaba ni bebía alcohol con regularidad. Era casi como un orgullo personal, así que de ninguna manera iba a admitir que tenía un problema con el café.

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